Metallica hace temblar el hormig¨®n en Madrid
Los californianos anotan el r¨¦cord hist¨®rico de asistencia en el WiZink Center con una noche poco sutil pero muy c¨®mplice
A los conciertos de Metallica conviene acudir preparado. Para lo que se tercie. Los veteranos har¨¢n alarde de galones con alguna camiseta antiqu¨ªsima, tal vez aquella de cuando se present¨® el Black Album en el estadio del Rayo: despu¨¦s de 25 a?os estar¨¢ ra¨ªda, pero confiere autoridad y pedigr¨ª. Los ne¨®fitos han de disponerse a una experiencia atronadora, brutal, de esas que ponen a prueba t¨ªmpanos, enc¨¦falos y musculaturas abdominales. Y unos y otros har¨ªan bien en no acudir con los est¨®magos vac¨ªos, a sabiendas de que James Hetfield y sus camaradas les suministrar¨¢n dos horas largas de rugidos. El desembarco esta noche en el WiZink madrile?o ha resultado superlativo en todos los aspectos, empezando por su dimensi¨®n gregaria: la disposici¨®n en el centro de la pista, casi como si de un cuadril¨¢tero se tratara, permiti¨® ampliar el aforo hasta las 16.700 almas, r¨¦cord hist¨®rico del recinto.
Ese escenario de 360 grados constituye la principal apuesta de este WorldWired Tour, aunque la idea de verles a los m¨²sicos tantas veces el culo como las manos resulta discutible de partida. Hetfield cuenta con micr¨®fonos en cada lateral y esquina, de manera que canta desde donde le place. En cuanto a Kirk Hammett y Robert Trujillo, deambulan con su guitarra y bajo por aqu¨ª y all¨¢, como el que saca al perro de paseo, as¨ª que los cuatro m¨²sicos se pasan el concierto ahorr¨¢ndose el contacto visual. Lo mejor de la puesta en escena eran esos cuarenta y tantos cubos m¨®viles que suben y bajan sobre las cabezas de los oficiantes, proyectan im¨¢genes fragmentadas (y la bandera de Espa?a, glubs, en los bises) o simulan televisiores antiguos. Un espect¨¢culo.
Y eso es lo mejor de la noche, claro: la grandiosidad. Los californianos, que en marzo despacharon las entradas (a precios nada m¨®dicos) en solo unos minutos, saben que de ellos esperamos hitos colosales. Un concierto de Metallica es una experiencia integral, plet¨®rica, de esas que hasta los menos adscritos al metal acabar¨¢n confi¨¢ndole a sus nietos. Lo curioso es que el cuarteto no ha sonado pasad¨ªsimo de decibelios, pero s¨ª seco, rudo, hosco, asilvestrado. Y generoso en gui?os de cara a la galer¨ªa (de Instagram): los cubos del escenario convertidos en tambores para un solo de percusiones a ocho manos en Now That We're Dead, las llamaradas del averno caldeando Creeping Death, los espectaculares reclamos de ne¨®n durante Moth Into Flame. Y hasta la invitaci¨®n a un joven espectador de siete a?os para que saludase desde el escenario. Result¨® llamarse Atila. Eso s¨ª que son unos padres jevis como dios manda.
Por donde pasa Metallica no vuelve a crecer la hierba, pero tiembla el hormig¨®n. A menudo. Literal. El agasajo hacia el espectador tambi¨¦n es reiterado, como corresponde a las grandes congregaciones del trash metal y derivados. "Es grande sentir la energ¨ªa de la familia", nos bendice Hetfield. Y Hammett y Trujillo chapurrean una versi¨®n de Vamos muy bien, de los "legendarios Ob¨²s". Podr¨ªa ser un momento hist¨®rico, pero se queda en solo voluntarioso: los ensayos previos no debieron de superar el cuarto de hora.
Da un poco lo mismo, porque cuenta m¨¢s el gesto, la complicidad, la camarader¨ªa. Los Atila del rock ruidoso son unos simp¨¢ticos cincuentones que peinan canas y prenden la llama de la euforia. Y no digamos si se reservan Master of Puppets, Nothing Else Matters o Enter Sandman para el asalto final. Las j¨®venes generaciones del heavy ya saben a qu¨¦ atenerse.
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