Pou, m¨¢s grande que Moby Dick
Soberbio montaje de Andr¨¦s Lima, que atrapa la esencia rom¨¢ntica del capit¨¢n Ahab
Juan Cavestany va al hueso en su estupenda adaptaci¨®n de Moby Dick, reci¨¦n estrenada en el Goya barcelon¨¦s. Novela desmesurada, cicl¨®pea, sacudida por un viento de pasi¨®n insana y fatal, est¨¢ aqu¨ª esencialmente en 90 minutos. Se centra en la locura del capit¨¢n Ahab (¡°Un nombre maldito, en honor de un rey malvado¡±), en su pesadilla de muerte, donde parece anhelar vencer y a la vez caer en las fauces del monstruo, ser carne de su carne. Josep Maria Pou, que en 2003 ya se acerc¨® a Melville a trav¨¦s de Bartle?by, otro loco egregio, aborda en cuerpo y alma este Ahab que, bajo las ¨®rdenes de Andr¨¦s Lima, es uno de sus mejores trabajos. ?Qu¨¦ bien resuena el lenguaje de Melville, con toda su grandeza shakespeariana, en su imponente voz! Puede que haya alg¨²n exceso tronante en la entonaci¨®n, pero comprendo que no estamos ante una entrega naturalista: ni el personaje ni el lenguaje lo son. Su composici¨®n le acerca tambi¨¦n a Edgar Allan Poe, que fue una poderosa influencia en Melville: en su Ahab dir¨ªa que late la melancol¨ªa f¨²nebre y rom¨¢ntica de Roderick Usher (hay romanticismo rampante en la invocaci¨®n demoniaca de Ahab a la luz de los rel¨¢mpagos), y sobre todo el impulso de Arthur Gordon Pym. Viendo y escuchando a Pou pens¨¦ en Poe, que casi riman, y en el protagonista de su ¨²nica novela, tambi¨¦n ballenero, tambi¨¦n de Nantucket, tambi¨¦n atrapado al final en el vac¨ªo de lo blanco. Y pens¨¦ en la frase ¨²ltima de Gonz¨¢lez Ruano en su lecho de muerte: ¡°El terror es blanco. La soledad es blanca¡±.
Imponente voz e imponente figura, ideales para el capit¨¢n. Pou, que ya fue Welles en escena, es aqu¨ª m¨¢s Welles que nunca. Su abrigo negro evoca a un enorme cuervo (o un albatros que pas¨® al otro lado), sus movimientos son los de un ser atormentado, corro¨ªdo por el dolor de la pierna amputada, el hueso clavado en el mu?¨®n, tan mal cicatrizado como la herida de su alma, con el arp¨®n, emblema obsesivo, como la aut¨¦ntica vara que le sostiene.
La cuidad¨ªsima puesta de Lima tiene un fulgor oper¨ªstico, con Pou como bajo profundo que parece alternar arias y recitativos. Jaume Manresa, que ya ha compuesto soberbias piezas para el director (con Medea a la cabeza), firma partitura y espacio sonoro. Los coros de 40 voces, j¨®venes y graves, grabadas en Madrid bajo la direcci¨®n de Juan Pablo de Juan, imprimen una tonalidad de oratorio fantasmal, con lejanos ecos, quiz¨¢s, de Billy Budd, de Britten. Las luces casi on¨ªricas de Valent¨ªn ?lvarez acaban convirtiendo el Pequod en un coche f¨²nebre. No vemos a Moby, pero la percibimos en esa sombra (blanca, naturalmente) que asoma como antes emergi¨® una enorme luna, y rebufa, y crea grandes olas.
Hay para m¨ª algo de gran demencia americana en esta obra, tanto en la desmesurada ambici¨®n del texto como en la naturaleza de su protagonista
Beatriz San Juan firma una escenograf¨ªa tan sencilla como imaginativa. La proa del barco, el sill¨®n de Ahab, las cuerdas que llevan al palo mayor, y al fondo una maravillosa serie de proyecciones creadas por Miquel ?ngel Rai¨®, que parecen envolver todo el barco: el agua que ruge y golpea, los perfiles de los marineros y los destellos de las ballenas que no tardar¨¢n en llegar, como los indios que acabaron con el enajenado Custer en Little Big Horn. Hay para m¨ª algo de gran demencia americana en Moby Dick, tanto en la desmesurada ambici¨®n del texto como en la esencia de su protagonista (¡°Soy la locura enloquecida¡±, dice el capit¨¢n). Algo de daguerrotipo fundacional: inevitable pensar en Lear o en Lope de Aguirre, aunque sobre todo en estadounidenses de leyenda negra como Roy Bean, Hank Quinlan o el coronel Kurtz, antih¨¦roes alucinados, pose¨ªdos por la violencia y el odio, pero tambi¨¦n por la pasi¨®n. Todo eso veo en la encarnaci¨®n de Pou.
Oscar Kapoya es un Pip que tiene algo de buf¨®n triste y aterrado: me record¨® a un joven Helio Pedregal en el mon¨®logo de la cobard¨ªa. Estoy de acuerdo con Jacinto Ant¨®n en una pega: Lima le ha marcado unos andares un tanto simiescos que rozan el estereotipo colonial. Jacob Torres, plet¨®rico de claridad, encarna a Starbuck, Ismael y otros. Se enfrenta a Ahab con fuerza, y al final no puedes evitar verle, igual que a Pip, como a otro hu¨¦rfano del capit¨¢n paternal y desp¨®tico. Me vuelven y resuenan ahora los tres d¨ªas de la caza: un tour de force final de 15 minutos y ritmo creciente, con Pou embravecido, y la vela desplegada, donde acaba proyect¨¢ndose el ojo de Moby como el de un Dios terrible que castiga a quienes osan desafiarle. Sensacional espect¨¢culo, de lo mejor que ha dirigido Andr¨¦s Lima, con proa, nunca mejor dicho, a una larga gira. Y una interpretaci¨®n de Josep Maria Pou que quedar¨¢ en el recuerdo.
Tambi¨¦n quiero recomendarles Una vida americana, de Luc¨ªa Carballal, en el madrile?o teatro Galileo. Comedia inteligente, original, imprevisible, llamada a conseguir un gran ¨¦xito, aqu¨ª y fuera. Estupendo cuarteto actoral, encabezado por Cristina Marcos en un papelazo a su medida, tras las huellas de Amparo Bar¨®. No hay que perderse esa funci¨®n.
Moby Dick, de Herman Melville. Teatro Goya (Barcelona). Director: Andr¨¦s Lima. Int¨¦rpretes: Josep Maria Pou, Jacob Torres, Oscar Kapoya. Hasta el 18 de marzo.
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