El viaje de las especias
Evocan mucho m¨¢s que un simple condimento y su historia est¨¢ cargada de misterio
La palabra especias sugiere mucho m¨¢s que una velada alusi¨®n er¨®tica. Adem¨¢s de aludir a un romance, si puede usarse esa palabra, est¨¢ asociada a los rom¨¢nticos para quienes las especias est¨¢n inextricablemente unidas a las im¨¢genes del Oriente fabuloso con todo su misterio y su esplendor. La palabra est¨¢ cargada de poes¨ªa. En El sue?o de una noche de verano, Titania le cuenta a Ober¨®n su conversaci¨®n con la madre de un ni?o cambiado en la cuna en el ¡°especiado aire de la India¡±; en los adustos alrededores de una granja de Nueva Inglaterra, Herman Melville imagin¨® los ¡°especiados bosques de infinita verdura¡± que crec¨ªan en las islas encantadas de Oriente. Para muchos otros, las especias y el comercio de especias han evocado multitud de im¨¢genes vagas y atrayentes: dhows navegando por mares tropicales, los sombr¨ªos rincones de los bazares orientales, caravanas de ¨¢rabes recorriendo el desierto, los aromas sensuales del har¨¦n o los banquetes perfumados de la corte del Gran Mogol.
Walt Whitman mir¨® al oeste desde California hacia las ¡°pen¨ªnsulas floridas y las especiadas islas¡± de Oriente; Marlowe escribi¨®: ¡°Mis carracas, desde Alejandr¨ªa, / que van cargadas de especias y sedas, / se deslicen a orillas de Cand¨ªa¡±. En una vena similar, Tennyson exalt¨® con lirismo el ¡°ilimitado Oriente¡±, donde ¡°rompe el oleaje / en las rocas de nuez moscada y las islas de clavo¡±. Las especias y su comercio han sido uno de los lugares comunes de lo que Edward Said llam¨® la ¡°imaginaci¨®n orientalista¡±; su reputaci¨®n de pintorescas, fascinantes, novelescas e intr¨¦pidas perdura desde los cuentos de Simbad hasta varios (y a menudo igual de fabulosos) ensayos mediocres actuales.
Gran parte del propio cargamento de las especias sigue a¨²n con nosotros, pues contin¨²an evocando algo m¨¢s que un simple condimento, una chispa que es en s¨ª misma el eco de un pasado de sorprendente riqueza y consecuencias. Cuando estos productos quintaesencialmente orientales llegaron a Occidente, las especias hab¨ªan adquirido una historia cargada de significado que las hac¨ªa comparables a muy pocos alimentos; el peso y la riqueza de su bagaje s¨®lo rivalizan con el pan (¡°el pan nuestro de cada d¨ªa¡±), la sal (¡°la sal de la tierra¡±) y el vino (in vino veritas, aunque tambi¨¦n sea el licor de la muerte, la vida, el enga?o, los excesos, la burla o el espejo del hombre). Sin embargo, el simbolismo que arrastran las especias es m¨¢s diverso y est¨¢ m¨¢s cargado de ambivalencia de lo que sugerir¨ªan estos paralelismos. Cuando las especias llegaban en barco o en caravana desde Oriente, tra¨ªan su propio cargamento invisible, un saco lleno de asociaciones, mitos y fantas¨ªas, un cargamento que era tan repulsivo para algunos como atractivo para otros. Las especias han llevado consigo durante miles de a?os una variedad de mensajes muy poderosos, por los que se las ha amado tanto como odiado.
Muchos siglos antes de la br¨²jula, los mapas y el hierro, el clavo lleg¨® de los conos volc¨¢nicos de las Molucas?
La atracci¨®n de las especias se deb¨ªa a muchas m¨¢s cosas que a su utilidad culinaria; y por otro lado, la comida en la Edad Media no era tan mala como en general hemos querido creer. Se trata de una historia diversa y ramificada que abarca varios milenios: empieza con un pu?ado de clavo encontrado en un recipiente chamuscado de cer¨¢mica enterrado en el desierto sirio, donde, en un pueblecito a orillas del ?ufrates, un individuo llamado Puzurum perdi¨® su casa en un incendio devastador. En t¨¦rminos c¨®smicos fue un acontecimiento sin importancia: se construy¨® una casa nueva sobre las ruinas de la anterior, luego otra y despu¨¦s muchas m¨¢s, la vida sigui¨® y sigui¨® y sigui¨®.
Con el tiempo, un equipo de arque¨®logos fue al pueblo polvoriento que hoy se alza sobre las ruinas y de la tierra quemada y compactada que una vez fue el hogar de Puzurum sacaron un archivo de tablillas de barro inscritas. Por una feliz circunstancia (para los arque¨®logos, no para Puzurum), las llamas que destruyeron la casa cocieron las tablillas de barro como en un horno y garantizaron su supervivencia varios miles de a?os. Un segundo golpe de suerte fue una referencia en una de las tablillas a un gobernante local conocido por otras fuentes, un tal rey Yadihk-Abu. Su nombre ha permitido datar las tablillas y el pu?ado de clavo en torno al a?o 1721 antes de Cristo
Por sorprendente que pueda parecer un hecho tan sencillo como la supervivencia del clavo, lo que lo convierte en verdaderamente incre¨ªble es una rareza bot¨¢nica. Antes de la era moderna, el clavo crec¨ªa en cinco min¨²sculas islas volc¨¢nicas al este de lo que es hoy el archipi¨¦lago indonesio, la mayor de las cuales apenas mide 15 kil¨®metros de ancho. Puesto que el clavo crec¨ªa s¨®lo en Ternate, Tidore, Moti, Makian y Bacan, estas cinco islas, las Molucas, eran nombres bien conocidos en el siglo XVI, despojos disputados por imperios rivales a medio mundo de distancia.
No obstante, por muy coloridas que fuesen las Molucas para los lectores del siglo XVI, en la ¨¦poca de Puzurum sin duda estaban m¨¢s all¨¢ del alcance de la fantas¨ªa. Pues se trata de la misma ¨¦poca en la que los escribas mesopot¨¢micos registraron con escritura cuneiforme sus relatos del h¨¦roe Gilgamesh, cuando el salvaje Humbaba acechaba en los bosques de cedros de L¨ªbano, cuando genios y hombres-le¨®n merodeaban por las tierras m¨¢s all¨¢ del horizonte. Muchos siglos antes de la br¨²jula, los mapas y el hierro, cuando el mundo era inconcebiblemente m¨¢s vasto y misterioso de lo que ha sido despu¨¦s, el clavo lleg¨® de los humeantes conos volc¨¢nicos de las Molucas al abrasador desierto de Siria. C¨®mo ocurri¨® tal cosa y qui¨¦n lo llev¨® all¨ª es una inc¨®gnita.
Desde la incineraci¨®n del clavo de Puzurum ha habido muchos m¨¢s buscadores de especias famosos a lo largo de la historia. Hay nombres que aprendimos en la escuela: Crist¨®bal Col¨®n, Vasco da Gama y Fernando de Magallanes se enfrentaron al escorbuto, los naufragios, la simple distancia y la ignorancia para encontrar ¡°el lugar donde crecen las especias¡± con resultados muy dispares. Hubo tambi¨¦n fracasos heroicos y colosales: Samuel de Champlain y Henry Hudson buscaron en vano nuez moscada en las nevadas soledades de Canad¨¢; los Padres Peregrinos rastrearon los fr¨ªos bosques de Plymouth; otros se congelaron entre los icebergs de Nueva Zembla o dejaron sus huesos blanque¨¢ndose en alguna orilla olvidada a un hemisferio de distancia de su objetivo.
Este texto es un fragmento de?Las especias. Historia de una tentaci¨®n (Acantilado), que llega a las librer¨ªas el 11 de abril.
Traducci¨®n de Miguel Temprano Garc¨ªa.
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