Una autoridad cl¨¢sica
Griegos y romanos acu?aron palabras para definir el respeto que deb¨ªan transmitir los servidores p¨²blicos y su valor moral, ideas que se echan de menos
En el debate p¨²blico se echan cada vez m¨¢s de menos voces que transmitan ejemplaridad y honestidad, referencias basadas en una autoridad de prestigio merecido por consenso p¨²blico, que los antiguos griegos y romanos, fundadores de los primeros sistemas de gobierno participativo de la historia, llamaron semnotes o auctoritas. A veces, el matiz con el que se han estudiado estos conceptos remite al mundo de la ret¨®rica pol¨ªtica, pero sobre todo alude a la idea de la confianza en quien, independientemente de sus responsabilidades, emite un discurso calificado de autorizado, honesto, serio y que, en definitiva, sirve de gu¨ªa para sus conciudadanos. Precisamente lo que hoy se echa en falta entre la clase pol¨ªtica.
En el mundo griego este sentido de semnotes surge del respeto que emana la esfera religiosa, pero pronto pasar¨¢ a referirse a la majestad del gobernante (como se ve en Plat¨®n o en Jenofonte), o a la solemnidad del magistrado. Arist¨®teles trasladar¨¢ el concepto a la expresi¨®n del lenguaje y al estilo literario de la elocuci¨®n, tanto en la Po¨¦tica como en la Ret¨®rica. La autoridad se se?ala como argumento de peso para el orador, que ha de parecer un "hombre de bien" (kalokagathos), una persona digna, competente e independiente, en lo p¨²blico benigno y amable en su gravedad.
La palabra latina para esta solemnidad es gravitas y, sin embargo, se ha hecho m¨¢s popular auctoritas, especializ¨¢ndose la primera para la ret¨®rica. Esta auctoritas se relacionaba tambi¨¦n con el ¨¢mbito sacro de la reverencia, como se ve en su etimolog¨ªa, del verbo augeo, presente en el propio sobrenombre de Augustus (Sebast¨®s, o "venerable", en griego), que adoptar¨¢ Octavio por concesi¨®n del Senado.
Es cl¨¢sica la distinci¨®n en Roma entre auctoritas y potestas, que se?al¨® Theodor Mommsen, pues mientras ¨¦sta se refiere a la capacidad legal de tomar decisiones ¡ªun liderazgo formal¡ª, la auctoritas recoge m¨¢s bien el testigo de aquella primigenia intersecci¨®n entre lo sacro y lo jur¨ªdico y la transforma en una suerte de liderazgo moral para la comunidad. Este, para Cicer¨®n, resid¨ªa por excelencia en el estamento senatorial. Pero auctoritas tambi¨¦n tendr¨¢ un sentido propio en la ret¨®rica, en la b¨²squeda de modelos literarios cl¨¢sicos que puedan reforzar o dar verosimilitud a los argumentos. En el sentido que m¨¢s nos interesa, la auctoritas se refiere a una legitimaci¨®n en la esfera p¨²blica que proviene del saber y del valor moral que reconoce la comunidad en una persona, independientemente de su cargo, que le faculta para emitir opiniones cualificadas.
Hay que recordar que al sentido pol¨ªtico-ret¨®rico griego y al jur¨ªdico-moral romano de estos conceptos, el cristianismo a?ade un nuevo matiz a estas ideas de honestidad p¨²blica al usar, por ejemplo, semnotes para aludir a la ejemplaridad de la vida cristiana, como se ve en la Primera carta a Timoteo, tradicionalmente atribuida a san Pablo. Es interesante c¨®mo la literatura cristiana primitiva (Clemente de Alejandr¨ªa o Eusebio de Cesarea) se hace eco de la honestidad que debe regir la vida p¨²blica en la nueva comunidad pol¨ªtica de inspiraci¨®n cristiana. Sin embargo, el cristianismo incluye una dicotom¨ªa metaf¨ªsica que se desprende del hecho de que, por un lado, el cristiano tiene una "constituci¨®n pol¨ªtica en el cielo" (Filipenses 3:20), aunque, y aqu¨ª lo interesante, en la pol¨ªtica de nuestro mundo no se diferencia de los dem¨¢s ciudadanos y participa en ella en igualdad, como dec¨ªa la magn¨ªfica Ep¨ªstola a Diogneto, pero precisamente intenta ser ejemplar en lo p¨²blico por esa "doble ciudadan¨ªa".
En lo moderno, la filosof¨ªa pol¨ªtica vino a retomar el concepto de auctoritas en las revoluciones burguesas del siglo XVIII, como quer¨ªa Hannah Arendt: cuando retorna la idea de gobierno participativo en EE UU y Francia. La auctoritas reaparece como fuente de legitimidad alternativa a una potestas demasiado ligada al Ancien R¨¦gime. Tambi¨¦n Agamben ha recuperado el concepto lig¨¢ndolo al pensamiento de comienzos del siglo XX (Weber y Schmitt) y m¨¢s recientemente ha actualizado entre nosotros el problema de la falta de liderazgo ejemplar el fil¨®sofo Javier Gom¨¢, con abundantes referencias a los cl¨¢sicos.
Hay quien mira a la tradici¨®n republicana estadounidense o francesa y recuerda la solemnidad que se confiere al cargo de presidente: se dir¨ªa que, m¨¢s all¨¢ de las luchas partidistas, de las que obviamente procede, el presidente de la Res Publica se convierte tras su elecci¨®n en un homo symbolicus, un hombre honesto y ejemplar por el consenso p¨²blico que lo ha elevado al cargo, un representante de la comunidad que recupera acaso ese ideal del orador de Cicer¨®n, un vir bonus por su actuaci¨®n en la esfera de lo com¨²n. Lejos queda la realidad dual de la figura mon¨¢rquica, que teorizara como teolog¨ªa pol¨ªtica Kantorowicz, con un rey que ostenta a la vez categor¨ªa humana y trascendente: las monarqu¨ªas democr¨¢ticas de hoy han heredado este "doble cuerpo del rey" en su vertiente metaf¨®rica, como s¨ªmbolo de la permanencia y unidad de la comunidad pol¨ªtica. M¨¢s all¨¢ del sistema de gobierno y de la diferencia ab origine, por la proveniencia de la legitimaci¨®n, el simbolismo de la autoridad es com¨²n. Pero estos consensos b¨¢sicos parecen alejarse en nuestra vida p¨²blica.
En estos tiempos en que la democracia parece consistir en que todos, tambi¨¦n los pol¨ªticos, puedan hablar constantemente de todo en la avalancha de informaci¨®n que proporcionan las redes sociales, se echa de menos ese discurso p¨²blico ejemplar y prestigioso procedente de figuras de integridad reconocida y honesto saber en las que los ciudadanos puedan confiar. Hoy preocupa la falta de integridad entre nuestros pol¨ªticos, pero tal vez la soluci¨®n haya que buscarla en una autoridad semejante en la sociedad civil. Antes que mirar al simbolismo de una figura sacra (mon¨¢rquica o presidencial), tal vez la comunidad habr¨ªa de protagonizar, como en toda etapa de refundaci¨®n de los sistemas pol¨ªticos participativos, una revoluci¨®n clasicista que mirase hacia modelos incuestionables de ejemplaridad. Estos pueden hallarse, de nuevo, en las figuras y los textos inspiradores en torno a los sistemas participativos antiguos ¡ªdemocracia ateniense y rep¨²blica romana¡ª que pueden tomar hoy de nuevo la voz, cuando vemos el naufragio moral de nuestros representantes entre comportamientos deshonestos y manipulaci¨®n interesada de la idea del bien com¨²n.
David Hern¨¢ndez de la Fuente es profesor de filolog¨ªa cl¨¢sica en la Universidad Complutense.
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