El infame deseado
Mientras sus s¨²bditos eran ejecutados por los invasores, Fernando VII felicitaba a Napole¨®n por cada victoria de sus ej¨¦rcitos en Espa?a

Hay libros de historia que dan miedo. Uno los lee atrapado en el suspenso de una desgracia que se acerca con la fatalidad inapelable de lo que ya ha sucedido; y tambi¨¦n con la angustia sobre un desenlace que se sabe de antemano. Leemos las cr¨®nicas de la Rep¨²blica de Weimar asustados por el peligro de que Hitler sea nombrado canciller a finales de 1933. Somos in¨²ti?les profetas que no pueden avisarle a la familia de Anna Frank que han de cambiar de escondite, y preferimos que Antonio Machado no sepa en 1937, en su refugio soleado en la huerta de Valencia, el destino que le aguarda apenas dos a?os despu¨¦s. La historia es una pel¨ªcula tr¨¢gica que ya hemos visto varias veces, pero que nunca deja de oprimirnos el pecho y acelerarnos el pulso cuando se aproxima el desenlace.
La lentitud con que las cosas suceden hasta no hace ni dos siglos, antes del ferrocarril, del barco de vapor y del tel¨¦grafo, no disminuye la intriga. En la primavera de 1814, el rey Fernando VII, que ha pasado confortablemente en Francia los seis a?os de una guerra cruenta y destructiva, regresa a Madrid para recuperar su trono. En la capital lo esperan la regencia constitucional y las Cortes, ante las cuales, cuando llegue, habr¨¢ de jurar la Constituci¨®n, que ha abolido en su ausencia la monarqu¨ªa absoluta y ha creado un sistema de separaci¨®n de poderes, libertades individuales, garant¨ªas jur¨ªdicas. Los diputados en las Cortes y las autoridades liberales aguardan la llegada del rey sin recelo, aunque tambi¨¦n sin un entusiasmo tan marcado como el que manifiesta el pueblo llano. En cuanto la comitiva real entra en Espa?a desde Francia, al paso lento de las caballer¨ªas y las ruedas de las carrozas, por la aspereza y la dificultad de los malos caminos, a Fernando VII lo aclama la gente, y los p¨¢rrocos dicen misas de acci¨®n de gracias en todos los pueblos, y las campanas se lanzan al vuelo. Despu¨¦s de los a?os de la ocupaci¨®n francesa y la guerra, Fernando VII es un h¨¦roe regresado, un rey cautivo que al final ha recobrado la libertad. Nadie sabe que en ese cautiverio de lujo, mientras sus s¨²bditos mor¨ªan de hambre o eran ejecutados por los invasores, Fernando felicitaba con efusiva bajeza a Napole¨®n por cada victoria de sus ej¨¦rcitos en Espa?a.
En 1814 los liberales c¨¢ndidos que hab¨ªan esperado la llegada del rey fueron cazados con una crueldad que produjo esc¨¢ndalo en toda Europa
Desde Madrid, las Cortes han indicado al rey el itinerario de su regreso, y hasta la duraci¨®n de las etapas. Es urgente que llegue y que jure la Constituci¨®n. Pero Fernando no tiene ninguna prisa y se desv¨ªa cuando le da la gana del camino marcado. En cada ciudad a la que llega son mayores los agasajos. Hombres forzudos y entusiastas desenganchan los mulos o los caballos de su carroza y se uncen a ella para arrastrar con m¨¢s gloria al monarca, como costaleros pasionales que sostienen a pulso el trono de una procesi¨®n. Y la alegr¨ªa de la bienvenida se va volviendo cada vez m¨¢s bronca, m¨¢s torva. En los p¨²lpitos, los cl¨¦rigos predican que el rey es Mois¨¦s que viene a rescatar al pueblo de la idolatr¨ªa del becerro de oro liberal y a castigar a sangre y fuego a los nuevos herejes que se han atrevido a desafiar el origen divino de la Monarqu¨ªa y a ponerle l¨ªmites, a abolir la Inquisici¨®n, a suprimir algunos de los privilegios de la Iglesia. En las ciudades por las que pasa el rey se queman p¨²blicamente los ejemplares de la Constituci¨®n y se derriban a martillazos las l¨¢pidas que la conmemoran en las plazas. Jefes militares que deben su nombramiento a las Cortes suman sus tropas a la comitiva del rey que no tiene la menor intenci¨®n de dejar de ser un rey absoluto. Los tedeums en honor de Fernando son tan suntuosos como las corridas de toros, a las que su majestad es muy aficionado.
Nosotros sabemos lo que suceder¨¢ cuando el rey llegue por fin a Madrid, despu¨¦s de un viaje que ha durado casi dos meses. Hemos visto los grabados cada vez m¨¢s tenebrosos de Goya, las pinturas negras. Algunos hemos le¨ªdo la ¡®Segunda serie¡¯ de Los episodios de Gald¨®s, que parecen escritos tan a brochazos tr¨¢gicos como las visiones de la Quinta del Sordo.
Desde la biograf¨ªa de La Parra, Fernando VII nos mira con la misma muestra de ineptitud, crueldad y sarcasmo que en los retratos de Goya y Vicente L¨®pez
La Espa?a de Fernando VII es un t¨²nel oscuro al que nos da miedo asomarnos a los aficionados a la historia. Ahora yo he vuelto a sumergirme en ella, no s¨¦ si gracias al historiador Emilio La Parra o por culpa suya. Josep Fontana public¨® hace unos a?os un estudio del ¨²ltimo periodo de aquel reinado, De en medio del tiempo, que transpiraba, en su rigor hist¨®rico, una negrura de s¨®tano de novela g¨®tica. Emilio La Parra ha escrito una biograf¨ªa completa del rey, lo cual al mismo tiempo dilata el campo de la investigaci¨®n y la ci?e a la peripecia personal. Las circunstancias sociales, la cultura, las mentalidades ocupan menos espacio que los acontecimientos pol¨ªticos y que los detalles sobre el car¨¢cter y la conducta de un rey que para nosotros ya tiene, sin duda merecidamente, la figura truculenta de los retratos de Goya, la crudeza de un esperpento de Valle-Incl¨¢n.
En 1814 los liberales c¨¢ndidos que hab¨ªan esperado con tanta paciencia la llegada del rey fueron perseguidos y cazados con una crueldad que produjo esc¨¢ndalo hasta en los Gobiernos que intentaban restaurar el Antiguo R¨¦gimen en toda Europa. No hubo clemencia ni hubo tregua. Con gran alegr¨ªa de la Iglesia, Fernando VII restableci¨® la Inquisici¨®n, que ahora se dedicaba m¨¢s a la represi¨®n de la disidencia pol¨ªtica que de la herej¨ªa. Fernando VII fumaba puros, asist¨ªa a corridas y misas solemnes, supervisaba condenas y ejecuciones, dejaba hundirse al pa¨ªs en una miseria agravada por las destrucciones de la guerra y por la p¨¦rdida de la mayor parte de los territorios de Am¨¦rica.
En 1820 parece que regresa el orden constitucional, pero nosotros sabemos lo que viene solo tres a?os despu¨¦s. La historia no admite cambios de argumento. Los liberales est¨¢n divididos, son d¨¦biles, son incompetentes, conf¨ªan de nuevo, con credulidad asombrosa, en la buena fe del rey que no deja nunca de traicionarlos. Los cl¨¦rigos y los ultras ¡ªla palabra viene de entonces¡ª carecen de cualquier rastro de mesura o de compasi¨®n. Desde las p¨¢ginas de la biograf¨ªa de Emilio La Parra, Fernando VII nos mira con la misma muestra de ineptitud y crueldad y sarcasmo que tiene en los retratos cortesanos de Goya, y hasta de Vicente L¨®pez, que le gustaba mucho m¨¢s.
¡®Fernando VII: un rey deseado y detestado¡¯. Emilio La Parra. Tusquets, 2018. 760 p¨¢ginas. 25,90 euros.
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