?Mordido por una serpiente!
Las lecturas no hacen m¨¢s llevadero el trance de que te pique un ofidio
Me ha mordido una serpiente. Se ve¨ªa venir. Demasiados a?os tonteando con ellas. Ha sido en el pulgar de la mano izquierda. Solo imaginar que me pod¨ªa haber alcanzado en la cara o en alg¨²n otro lugar m¨¢s sensible, incluso de cintura para abajo, me acometen temblores. En fin, ya he entrado en el exclusivo (y escamado) colectivo de los que han padecido la picadura de un ofidio. El selecto Club de los supervivientes a las mordeduras de serpientes, como rezaba el t¨ªtulo de aquel extraordinario libro de Jeremy Seal (Espasa, 2000) en el que el autor segu¨ªa por todo el mundo el rastro de gente que hab¨ªa sido mordida por especies muy peligrosas.
Siento un extra?o orgullo, parejo al dolor y el susto. Es un trance que te muerda una serpiente. Vienen a la cabeza historias terribles, lecturas que siempre te hab¨ªan parecido interesantes porque al que mord¨ªan era a otro.
En realidad, ha sido culpa m¨ªa. Un descuido imperdonable. No he sufrido el ataque en la selva amaz¨®nica, el outback australiano o la sabana africana, qu¨¦ va, sino en casa. Y la agresora no era, a Dios gracias, una mapanare, una taip¨¢n o una mamba negra (no estar¨ªan leyendo esto sino probablemente un obituario, muy sentido, conf¨ªo). La atacante ha sido mi serpiente dom¨¦stica, una culebra del ma¨ªz norteamericana (Elaphe -o Pantherophis- guttata), de metro y medio, con la que convivo, en t¨¦rminos relativamente buenos para los dos -hasta ahora-, desde 2005. La guttata, constrictora y no venenosa (nunca agradecer¨¦ bastante esta caracter¨ªstica), es una serpiente legal, en el sentido de que puedes fiarte pasablemente de ella. No suele atacar (la cursiva es m¨ªa).
En todos estos a?os no me hab¨ªa mordido nunca; tambi¨¦n es verdad que la manipulo poco. Pero el otro d¨ªa dej¨¦ de adoptar las precauciones debidas. Te conf¨ªas, y es entonces que pasa lo pasa. Ten¨ªa prisa por marchar de fin de semana (yo, no la serpiente) y observ¨¦ que el nivel de agua en su cubeta, donde bebe y nada, la muy privilegiada, estaba muy bajo. As¨ª que me dispuse a rellenarla. Abr¨ª la tapa del terrario y met¨ª la mano con el vaso observando de reojo, sin demasiada atenci¨®n, a la serpiente, que estaba a lo suyo, como suele. De repente peg¨® un salto y se lanz¨® como una flecha contra mi dedo gordo, que le parecer¨ªa un rat¨®n de los que le suministro, animalito.
En realidad, la velocidad de ataque de las serpientes no es tanta como parece. Es algo psicol¨®gico, cuando la ves venir te quedas alelado y la percibes como un rel¨¢mpago. En Snakes in fact and fiction (McMillan, 1964), el herpet¨®logo James A. Oliverv, curator de Reptiles en el Zoo del Bronx en los cincuentas, establece que una serpiente de cascabel ataca a 2,4 metros por segundo, mucho menos, apunta, que la velocidad con que mueve las manos un jugador de golf (12,3). De hecho, explica que un tal W. C. Bradbury hac¨ªa una demostraci¨®n de lo f¨¢cil que es parar el ataque de un cr¨®talo aguantando un saco en la mano izquierda y, cuando se lanzaba contra ¨¦l la serpiente, reban¨¢ndole la cabeza de un golpe con el cuchillo Bowie que sujetaba en la derecha. Eso s¨ª que es empirismo.
Sent¨ª un dolor muy intenso, como un picotazo. Pero lo peor fue la sensaci¨®n de susto. En trances as¨ª la imaginaci¨®n se te dispara
Dado que yo no dispon¨ªa de cuchillo Bowie sino de un vaso no sabr¨ªa que decirles. A m¨ª me pareci¨® rapid¨ªsima mi culebra. Sent¨ª un dolor muy intenso, como un picotazo. Pero lo peor fue la sensaci¨®n de susto. En trances as¨ª la imaginaci¨®n se te dispara. Record¨¦ a Joe Slowinski -que por cierto le puso el nombre a una de las especies de la culebra del ma¨ªz, la habitual en Lousiana (Elaphe slowinski)- cuando recibi¨® en el dedo medio de la mano izquierda, en la selva birmana, el mordisco de un letal krait de bandas que hab¨ªa clasificado por error como inofensivo un becario. Sin posibilidad de evacuaci¨®n a un hospital, el herpet¨®logo muri¨® en medio de atroces dolores a las 48 horas (v¨¦ase The snake charmer, a true story, de Jamie James, Hyperion, 2008). Otro caso para recordar cuando te ha mordido una serpiente, aparte del de Cleopatra, es el del tambi¨¦n gran experto Karl Schmidt, al que le dio un bocado en el dedo gordo un boomslang que manipulaba en el Field Museum de Chicago e ingres¨® cad¨¢ver en el hospital tras se?alar, algo precipitadamente, que se encontraba mejor de la picadura. Yo al cabo de un minuto ya es que ni sangraba pero miraba al extremo de mi mano temblorosa el pulgar con dos punciones en la yema y segu¨ªa en shock. Es lo que tiene leer tanto.
La serpiente, a la que hab¨ªa enviado de un desconsiderado y aterrado manotazo al fondo del terrario me observaba atentamente entre los cristales rotos del vaso mientras met¨ªa y sacaba la lengua b¨ªfida, bufaba y produc¨ªa con las escamas de la cola un sonido escalofriante. En realidad, no sabr¨ªa decir qui¨¦n de los dos estaba m¨¢s asustado.
Babelia
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