David Foster Wallace era un monstruo
Mary Karr recuerda a su bi¨®grafo que estuvo a punto de matarla
Una vez estuve con Harlan Coben en Nueva York. No es algo que todo el mundo sepa pero Harlan Coben comparti¨® habitaci¨®n en la universidad con David Foster Wallace. Me dijo que Wallace lo envidiaba. ¡°Me envidiaba¡±, me dijo. ?Por qu¨¦?, quise saber. ¡°Porque yo pod¨ªa acabar mis novelas. ?l no. 'Haces que parezca tan sencillo', me dijo. Yo le dije que si alguien ten¨ªa que envidiar a alguien all¨ª ese alguien era yo¡±. Tiempo despu¨¦s, D. T. Max public¨® su famosa biograf¨ªa de David Foster Wallace, Todas las historias de amor son historias de fantasmas, y me sorprendi¨® no encontrar ni una sola referencia a ese asunto, por otro lado, de lo m¨¢s evidente en la narrativa del genio posmoderno.
El a?o 1993, Emmanuel Carr¨¨re public¨® un ensayo dedicado a Philip K. Dick que, como m¨¢s tarde confesar¨ªa en El Reino, ten¨ªa m¨¢s de autoficci¨®n compasiva que de biograf¨ªa. Pero el mundo crey¨® que el Philip K. Dick que retrataba era el que fue. Un tipo que ve¨ªa ojos en el cielo. No el tipo que ingres¨® a su tercera mujer en un psiqui¨¢trico porque, simplemente, era algo que pod¨ªa hacerse a principios de los 60. Y aunque luego, como ocurri¨®, fueses a verla al psiqui¨¢trico y le dijeses que el que deb¨ªa estar dentro eras t¨², nadie moviera un dedo por ella. Anne R. Dick cont¨® en sus memorias todo lo que a Carr¨¨re no le pareci¨® conveniente contar. En su caso, el perd¨®n por el descuido est¨¢ oculto en El Reino, pero ?qu¨¦ pasa con Max?
Mientras escrib¨ªa la biograf¨ªa de Foster Wallace, Max recibi¨® las cartas que el autor de La broma infinita le envi¨® a Mary Karr pidi¨¦ndole perd¨®n. Le ped¨ªa perd¨®n por casi haber estado a punto de matarla. Por haber seguido a su hijo de cinco a?os del colegio a casa. Por intentar comprar una pistola para acabar a su marido cuando a¨²n estaba casada. Le ped¨ªa perd¨®n por haber trepado al tejado de casa para asustarla, por haberla llamado sin descanso ¨C cambi¨® el n¨²mero dos veces, no sirvi¨® de nada ¨C durante meses. ?Qu¨¦ hizo Max con todas esas cartas? Las convirti¨® en un par de frases, francamente terror¨ªficas s¨ª, pero un par de frases: ¡°Una noche, Wallace trat¨® de empujar a Karr desde un coche en marcha. Poco despu¨¦s se enfad¨® tanto con ella que le tir¨® la mesa de centro a la cabeza¡±.
A ra¨ªz del caso Junot D¨ªaz, Karr ha vuelto a explotar. Le ha recordado a Max que ese par de frases apenas representan el 2% de todo lo que sufri¨®. Y al New Yorker c¨®mo mir¨® hacia otro lado entonces cuando no lo ha hecho en el caso de D¨ªaz. ¡°Claro, David era blanco¡±, se ha dicho, en el tuit que ha puesto en marcha un #metoo dedicado exclusivamente al escritor. Exalumnas, fans, excompa?eras de trabajo. Mujeres con las que David se propas¨®. Me pregunto c¨®mo se escribe una biograf¨ªa, y con qu¨¦ intenci¨®n. Y si el m¨¢s indicado para hacerlo es la clase de tipo que ni siquiera sabe que te costaba horrores terminar cualquier cosa que empezabas.
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