El solista accidental de 94 a?os
Como demuestra Menahem Pressler, ser pianista es una profesi¨®n musical de bajo riesgo
Llegar vivo a los 94 a?os no est¨¢ al alcance de todos. Menahem Pressler no solo tiene esa edad, sino que es capaz de salir a un escenario, en una sala abarrotada, y ofrecer un recital pian¨ªstico durante casi dos horas y media. Es un caso extraordinario, pero no ¨²nico. Vlado Perlemuter toc¨® su ¨²ltimo concierto en p¨²blico, con obras de su adorado maestro, Maurice Ravel, a los 89 a?os, la misma edad con que nos dej¨® en 2015 Aldo Ciccolini, en activo hasta el final mismo de su vida. Mieczys?aw Horszowski los super¨® a todos, tocando su ¨²ltimo recital en Filadelfia pocos meses antes de ser centenario. Y son legi¨®n, por supuesto, los grandes pianistas octogenarios, como Claudio Arrau, fallecido en plena gira a los 88 a?os, o Sviatoslav Richter, que tuvo el tiempo justo para poder tocar a¨²n en p¨²blico reci¨¦n traspasada la barrera de los ochenta. Ser pianista es una profesi¨®n musical de bajo riesgo, no hay duda, porque estas proezas resultan implanteables, salvo contad¨ªsimas excepciones, para los instrumentistas de cuerda y de viento, sometidos a un desgaste f¨ªsico infinitamente mayor. Y el jueves se dio la curiosa paradoja de que, a la misma hora, en la vecina sala sinf¨®nica del Auditorio Nacional, estaba despidi¨¦ndose de los escenarios espa?oles ?al parecer definitivamente? la pianista portuguesa Maria Jo?o Pires, que tiene solo 73 a?os.
Menahem Pressler sale al escenario andando con much¨ªsima dificultad, apoyado en un bast¨®n y del brazo de Annabelle Whitestone, que debe ayudarle a sentarse tambi¨¦n en la silla, donde previamente se ha colocado un coj¨ªn especial. La operaci¨®n no es f¨¢cil, y lleva su tiempo, pero una vez acomodado y abierta la tapa del piano, Pressler parece en su l¨ªquido elemento. Comienza a tocar, siempre con partitura y pasap¨¢ginas, el d¨ªptico formado por la Fantas¨ªa y Sonata en Do menor de Mozart, y al momento resulta evidente que el estadounidense a¨²n puede tocar el piano, y muy bien, a la vez que a menudo, al llegar a determinados pasajes, no puede mantener el tempo que ¨¦l mismo hab¨ªa establecido poco antes y se ve obligado a recular o, con m¨¢s frecuencia a¨²n, que hay algunas notas que quedan mudas debido a la falta del peso suficiente del dedo al pulsar la tecla. En ocasiones el sonido es tan leve que parece salido casi de un clavicordio. Da igual. No es dif¨ªcil reconstruir mentalmente lo que quiere hacer, porque esto no siempre coincide con lo que realmente hace y llega a nuestros o¨ªdos.
Obras de Mozart, Schumann, Chopin y Debussy. Menahem Pressler (piano). Auditorio Nacional, 17 de mayo.
Con su poco m¨¢s de metro y medio de estatura, Pressler parece en realidad un ni?o grande que toca el piano, con dedos fr¨¢giles y dubitativos, aunque su mente es, por supuesto, sabia y su experiencia, infinita. Tuvo algo de parad¨®jico que cerrara la primera parte justamente con las Escenas de ni?os de Schumann, en las que hubo de acomodar las velocidades a sus aptitudes actuales, pero en las que, como en Mozart, no deja en ning¨²n momento de hacer m¨²sica, a un muy alto nivel en Tr?umerei o Kind im Einschlummern. En la segunda parte baj¨® marcadamente el nivel, porque los Preludios de Debussy exigen un amplio espectro de din¨¢micas, un manejo del pedal y unas gradaciones en la pulsaci¨®n que ya no est¨¢n al alcance del estadounidense. Eligi¨® con buen criterio algunas de las piezas m¨¢s asequibles del primer libro, pero el Debussy mejor tocado fue R¨ºverie, una pieza juvenil que plantea muchas menos exigencias t¨¦cnicas.
El recital termin¨® con varias Mazurkas de Chopin, donde de nuevo despert¨® sentimientos ambivalentes: asombro ante el prodigio de que pueda tocar as¨ª y tristeza ante la mella inevitable que el tiempo ha hecho en sus capacidades, que eran literalmente extraordinarias durante el m¨¢s de medio siglo en que fue el pianista del Tr¨ªo Beaux Arts. Annabelle Whitestone, la actual pareja de Pressler, que es tambi¨¦n quien acude a levantarlo cuando estallan los aplausos, fue el ¨²ltimo amor de Arthur Rubinstein, otro pianista nonagenario que sent¨® c¨¢tedra en numerosas ocasiones sobre c¨®mo deben tocarse las Mazurkas de su compatriota. En las seis que escuchamos falt¨®, sobre todo, fantas¨ªa, flexibilidad o, como indica Debussy en La plus que lente, otra de las piezas de un programa mod¨¦licamente confeccionado, morbidezza.
Pero, claro, el p¨²blico repar¨® en el ins¨®lito haber m¨¢s que en el inevitable debe, como es natural, y cay¨® rendido ante semejante proeza de senectud y arranc¨® con sus aplausos y bravos persistentes dos propinas m¨¢s al viejo maestro: el Nocturno n¨²m. 20 de Chopin y Claro de luna de Debussy. Hoy m¨¢s que nunca conviene recordar aquello que dijo el violinista Joseph Fuchs tras ofrecer su ¨²ltimo recital a la pasmosa edad de 93 a?os en el Carnegie Hall: ¡°Las personas de esta edad ya no son siquiera capaces de llegar hasta aqu¨ª¡±, en referencia a la legendaria sala de conciertos de su Nueva York natal. Pressler no solo ha llegado a Madrid, sino que ha visto y ha vencido (y convencido, adem¨¢s, a la mayor¨ªa). Pero el gesto quiz¨¢ para recordar no son tanto sus interpretaciones como el hecho de ver a este hombre fr¨¢gil, con enormes problemas de movilidad, que, cuando se sienta por fin ante el teclado, se transfigura. Parece llegado a su casa, a su hogar, al lugar del que nunca parece haberse alejado durante estos eternos 94 a?os. Quienes quieran ser testigos del prodigio pueden hacerlo el pr¨®ximo d¨ªa 22, tambi¨¦n en el Auditorio Nacional, cuando Menahem Pressler, el solista accidental, el pianista que jam¨¢s debi¨® de imaginar un final de trayecto como el que la vida est¨¢ regal¨¢ndole, tocar¨¢ de nuevo con el Cuarteto Pacifica.
Babelia
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