Por ahorrar tiempo
Voy a distinguir entre lo que me apetece y esa absurda ansiedad por estar al d¨ªa
He pensado hacer una hucha de tiempo. En mi hucha voy a incluir todas aquellas actividades culturales, recreativas o sociales a las que no pienso asistir este a?o y que me reportar¨¢n el beneficio de uno o dos d¨ªas ganados a la vida. No es poco. Lo vi claro tras leer las cr¨®nicas de la ¨²ltima ocurrencia de Lars von Trier en Cannes. En realidad, podr¨ªa haberme ahorrado incluso el tiempo que perd¨ª ley¨¦ndome las cr¨ªticas pero, qu¨¦ quieren, son muchos a?os siguiendo los estrenos de Von Trier y me cuesta afrontar una absoluta revoluci¨®n personal. Mi plan vio la luz cuando me promet¨ª a m¨ª misma que jam¨¢s perder¨ªa dos horas viendo una pel¨ªcula en la que su autor alardea de una violencia expl¨ªcita.
Tal vez para ustedes no sea una decisi¨®n trascendental perderse una pel¨ªcula de este individuo, pero ?cu¨¢ntos de nosotros nos hemos sentido impelidos a ver algo que no nos apetec¨ªa por aquello de que no se puede opinar de lo que no se ha visto? Ay, cu¨¢nto tiempo malgastado en series, pel¨ªculas, libros o viajes que en mi fuero ¨ªntimo no me apetec¨ªan, pero a los que me sent¨ªa arrastrada para no verme excluida en las conversaciones de algunas sobremesas. He decidido distinguir entre lo que me apetece y esa absurda ansiedad por estar al d¨ªa. ?Es que cabe alguna remota posibilidad de que me guste algo de lo que vea en esta pel¨ªcula de Von Trier? En absoluto. Guiada por las pistas que han dado los cr¨ªticos s¨¦ que presenciar¨ªa asesinatos de ni?os y jueguecitos con sus cad¨¢veres, pechos amputados y apu?alamientos: carnicer¨ªa vomitiva en suma. Si le a?ado lo detestable que me parece el personaje, no hay duda alguna: dos horas de tiempo a mi hucha desde ya, por si en un momento de boba debilidad se me pudiera ocurrir ir al cine a ver: ¡°!lo ¨²ltimo de LVT!¡±.
M¨¢s inter¨¦s y curiosidad sincera me provocaba en cambio la segunda temporada de El cuento de la criada, por todo lo que me hab¨ªa perturbado la primera parte, que guardaba una inteligente fidelidad a la novela de Margaret Atwood, y contaba adem¨¢s con la presencia hipn¨®tica de Elisabeth Moss. Pero tras darle una oportunidad de cuatro cap¨ªtulos que se traducen en cuatro horas, he decidido ahorrarme el resto; solo si alguien de parecida sensibilidad a la m¨ªa me asegura que hay algo m¨¢s que un recrearse en el sadismo contra las mujeres har¨¦ un esfuerzo. Vengo observando que los mismos cr¨ªticos que se?alan enseguida aquello que les parece romantic¨®n o edulcorado tienen en cambio gran tolerancia a esa violencia grosera a la que un director recurre cuando ya no sabe provocar emociones en el espectador. Es como si en el fondo el recurso de lo gore y lo s¨¢dico gozara de un prestigio que se respetara por temor a resultar blando o moralista. As¨ª las cosas, aquellos que no soportamos la exhibici¨®n de esa violencia que nada aporta a una historia jam¨¢s encontramos un verdadero an¨¢lisis de cu¨¢les son los motivos por los que un creador prefiere provocar en el espectador desagrado f¨ªsico que conmoverlo por otros medios argumentales m¨¢s sutiles.
Elisabeth Moss anda enfurru?ada por el rechazo que la escenificaci¨®n de la crueldad y la tortura de algunas secuencias ha despertado en algunos fieles, seguidoras sobre todo. ?Es que la gente no quiere ver lo que ocurre? Por supuesto que s¨ª, a diario leemos y asistimos a lo que ocurre. En el mundo real. A trav¨¦s de reportajes, de cr¨®nicas. Una pel¨ªcula o una serie es una fabulaci¨®n de esa realidad y dentro de esa construcci¨®n ficcionada se toman decisiones est¨¦ticas, que acaban siendo ¨¦ticas. Cuando hay un abrumador aparataje t¨¦cnico, un presupuesto ilimitado, actrices espl¨¦ndidas, puesta en escena espectacular, banda sonora impactante no se puede apelar a que est¨¢s contando la realidad y que el espectador que aparta los ojos es porque no se siente solidario con ella. Se trata de una pel¨ªcula. Y puede ocurrir que la espectadora, una cualquiera, conozca la verdad del abuso o la tortura, pero que sienta rechazo a c¨®mo est¨¢ contado en esa serie, o por decirlo brutalmente a la americana, le desagrade el show.
Qu¨¦ dif¨ªciles son las decisiones art¨ªsticas en un medio tan furiosamente comercial como es la televisi¨®n. Qu¨¦ complicado renunciar a una segunda parte cuando has cautivado y de qu¨¦ manera al p¨²blico en la primera. Pero con la violencia hay que ser prudente, exquisito, respetuoso para que no parezca que aprovech¨¢ndote de una buena causa te est¨¢s recreando en el horror porque no sabes c¨®mo alargar una historia que pod¨ªa haber optado por un impactante final abierto, aunque los finales abiertos no sean los favoritos de la mayor¨ªa.
Hemos le¨ªdo tantos detalles sobre la tortura, sobre la capacidad de los seres humanos de reproducir el infierno y recrearse en ¨¦l, que contemplar en una serie c¨®mo a una joven se le ata la mano al fuego ardiente de una cocina no nos a?ade nada. S¨®lo desagrado. S¨ª es necesario, en cambio, que nos cuenten una vez y otra el cuento de c¨®mo las libertades ganadas pueden perderse y nos veamos de vuelta en una sociedad de esclavos. De esclavas.
Babelia
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