Philip Roth, ¡°El novelista m¨¢s dotado¡±
Notas sobre 'El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras'
Philip Roth dej¨® de escribir cuando le dio la gana, es decir, cuando ya no ten¨ªa ganas de escribir; consideraba que ya era hora, y ahora ya es pasado todo, ya es pasado tambi¨¦n el Nobel que no le dieron, y su escritura est¨¢ fijada en el tiempo como un estilete, o como una navaja, en la garganta de la humanidad conforme, en Estados Unidos y en cualquier parte. Martin Green, al principio de una recopilaci¨®n de algunos de sus grandes textos, dec¨ªa que era ¡°el m¨¢s dotado de los novelistas¡± de su ¨¦poca, que traduc¨ªa ¡°su inteligencia y sus sentimientos a los t¨¦rminos espec¨ªficos de la ficci¨®n seria, con m¨¢s firmeza que Bellow, m¨¢s riqueza que Mailer, m¨¢s paciencia y firmeza y gusto y tacto que cualquier otro¡±.
Y continuaba Green en ese libro de recopilaciones que todo eso que afirmaba ten¨ªa un soporte, el hecho de que el propio Roth, como escritor, era ¡°un lector serio¡±. Muchos lectores serios hay por el mundo, y no todos son novelistas, y muchos novelistas, serios como ¨¦l, son o han sido serios lectores, pero no todos han sido, adem¨¢s, visitantes de los colegas de los que aprendi¨® y con los que, en cierta medida, compiti¨® en vida. El otro regalo que deja Roth, aparte de sus novelas, es que ¨¦l s¨ª visit¨® las literaturas ajenas y dej¨® testimonio de ellas en revistas y en recopilaciones, como este libro que tengo ante m¨ª y que tradujo para Seix Barral Ram¨®n Buenaventura, el m¨¢s asiduo visitante de su literatura: El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (2003, en espa?ol).
En ese libro aparecen sus encuentros o entrevistas con maestros suyos, como Bernard Malamud o Saul Bellow; conversa con Milan Kundera o con Primo Levi, se encuentra en Jerusal¨¦n con Aaron Appelfeld, habla en Nueva York con Isaac Bashevis Singer acerca de Bruno Schultz, muestra sus cartas con Mary McCarthy y establece con Edna O?Brien, en Londres, un perfil que parece la entrada en la cueva de un alma.
En todos esos casos, el escritor que puso en pie el sentido del humor, la iron¨ªa descarnada de los jud¨ªos, y que hizo del sexo un argumento de los retratos de ficci¨®n, se pone el uniforme variado del periodista y le arranca el alma a sus interlocutores, como quiso hacer Rudyard Kipling cuando se encontr¨® con su admirado Mark Twain.
Como periodista, el novelista m¨¢s dotado de su generaci¨®n, al decir de Martin Green, Roth utiliza las armas de su cultura literaria, de sus lecturas, pero no desde?a su propia escritura, para indagar en el m¨¦todo de las distintas literaturas a las que se enfrenta. Pero el novelista siempre lo asalta, le da argumentos para la descripci¨®n de los personajes, hasta alcanzar las cotas que el periodismo le debe a la literatura cuando aquel no se ajusta solo a las obligaciones de la superficie. Quiz¨¢ en ese sentido la descripci¨®n que hace de Bernard Malamud es ejemplar para los que cultivan el oficio de retratar. Escribe Roth de su veterano colega: ¡°El hombre de 46 a?os que conoc¨ª en casa de los Baker, en Monmouth, Oregon, en 1961, nunca me dio la impresi¨®n de haber podido escribir semejante texto [hablaba de textos recogidos en El barril m¨¢gico], ni ninguno parecido. A primera vista, y para alguien que, como yo, se ha criado entre agentes de seguros, Bern ten¨ªa toda la pinta de pertenecer a ese gremio: podr¨ªa haber pasado por uno de los que trabajaban con mi padre en su sucursal de Metropolitan Life¡±.
Cuando va a Tur¨ªn en busca de Primo Levi quiere ver antes la f¨¢brica de pintura en la que prestaba sus servicios t¨¦cnicos el hombre atormentado por los nazis; a Milan Kundera se lo encuentra en Par¨ªs y en Londres, en 1980, y esta es la primera pregunta que le hace al escritor menos locuaz del mundo: ¡°?Cree que llegar¨¢ pronto la destrucci¨®n del mundo?¡± A lo que ese escritor de la risa, la levedad y el silencio le responde: ¡°Depende de lo que entienda usted por pronto¡±.
Este libro es un tesoro que habla de Roth, no tan solo de sus colegas; en su manera de escuchar el sonido de los otros, del semblante que muestran o de las contradicciones entre sus obras y sus vidas, se pueden encontrar datos para el perfil de este hombre que, en estos casos, escucha como ¨¦l escuch¨® a Primo Levi. Al describirlo, Roth parece mirarse en su propio espejo como novelista a tiempo completo y como periodista accidental: ¡°Hay algo que no deber¨ªa resultarnos tan sorprendente como en principio parece, y es que los escritores dividen al resto de la humanidad en dos categor¨ªas: los que escuchan y los que no escuchan¡±. Levi escuchaba, dec¨ªa Roth, ¡°con todo el rostro, una cara modelada con verdadera precisi¨®n¡±.
La cara de Roth era una piedra a medio hacer, un ser humano escuchando, un mago de la ficci¨®n escribiendo, una especie de pu?o asilvestrado que llevaba la boca fruncida como si al tiempo que escuchaba se guardara para s¨ª lo que luego ser¨ªa la escritura que se estaba callando. En este libro que seguramente se considerar¨¢ accidental encontrar¨¢n un tesoro los que ahora busquen saber qu¨¦ hizo a Philip Roth el novelista m¨¢s dotado de su tiempo. Se hizo escuchando, entre otros, los latidos del oficio.
Babelia
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