La suerte de traducir a Philip Roth
Traslad¨® al castellano parte de la obra del escritor estadounidense, a partir de 'Operaci¨®n Shylock'
Traducir a Philip Roth fue un privilegio. Recuerdo como un verdadero fest¨ªn las semanas que pas¨¦ trasladando al castellano la primera novela suya que me toc¨®, Operaci¨®n Shylock. El placer de copiar su alta precisi¨®n ling¨¹¨ªstica, su osad¨ªa en la gesti¨®n de la gram¨¢tica, su tono sostenido entre la distancia y el acercamiento pleno, su evidente b¨²squeda de la m¨¢xima eficacia expresiva y de la belleza (esa gran olvidada de las Letras, ya entonces, a mediados de los 90)... Si no fuera porque para explicarlo tendr¨ªa que hablar m¨¢s de m¨ª que de ¨¦l, dir¨ªa incluso que toda mi carrera posterior, como traductor y como escritor, qued¨® marcada y orientada para siempre tras ese primer contacto profesional con uno de los novelistas mayores de un siglo que no ha sido precisamente escaso en grandes novelistas.
Luego se me ampli¨® el privilegio y pude traducir al castellano otras muchas de sus novelas. M¨¢s lecciones, todas, m¨¢s oportunidades de aprender a escribir y a novelar y a traducir. Las comparaciones entre grandes escritores siempre son absurdas (y a los malos m¨¢s vale no compararlos), pero me atrevo a decir que en cuanto a dominio del idioma yo he tenido la suerte de trabajar con dos maestros extraordinarios: Anthony Burgess, que interpreta el ingl¨¦s como una sinfon¨ªa de exuberancia incontenible, y Philip Roth, que lo interpreta como sentado al piano, entre la pausa exacta y el arrebato, mientras se r¨ªe de la perfecci¨®n. Un traductor no puede sino aprender cuando se engolfa en sus textos y trata de repetirlos en castellano, un idioma que no es mejor ni peor que cualquier otro, pero que desde luego no coincide con el ingl¨¦s en el modo de utilizar los recursos ling¨¹¨ªsticos. De hecho, este traductor recuerda como si los hubiera escrito ¨¦l cada uno de los libros de Roth que ha traducido.
Es decir que estoy tan orgulloso de La contravida? o de Patrimonio, o de los cuatro Zuckerman, por ejemplo, como de cualquiera de mis textos.
Por otra parte, conviene se?alar al lector de sus traducciones que Roth les otorgaba una importancia ins¨®lita entre los autores norteamericanos. No es frecuente que un escritor se gaste el dinero en pagar a un especialista que revise las versiones de su obra a otros idiomas. Desde Espa?a resulta muy dif¨ªcil no equivocarse en la lectura de un novelista que ha convertido su juda¨ªsmo primigenio en un modo de ser norteamericano distinto y separado de casi todos los dem¨¢s modos de ser norteamericano. A veces, las im¨¢genes y par¨¢bolas de Roth nos exigen varias lecturas y no pocas consultas antes de darnos acceso a su significado. Y, claro est¨¢, en estas dificultades la ayuda del asesor es una verdadera bendici¨®n para el traductor. (He vivido otros casos en los que el ?asesor? era un amiguete incompetente del autor; pero dejemos eso ahora.)
Y luego estaba el b¨¦isbol, la gran afici¨®n de Roth, su gran coartada norteamericana, que pudo volverme loco en varios de sus libros. Cap¨ªtulos enteros en que se narra jugada por jugada un partido de b¨¦isbol, es decir de un deporte cuya jerga ignora rigurosamente el traductor y dif¨ªcilmente conocer¨¢ el lector de habla hispana (salvo en Cuba, Venezuela, Nicaragua¡). Tremendo. Hubo d¨ªas en que no logr¨¦ traducir una incidencia completa.
Quedar¨¦ con la pena de no haber tenido nunca ning¨²n contacto personal con Roth, ni siquiera un e-mail ligerito. No era persona de muchos amigos; pero me habr¨ªa encantado darle las gracias e incluso impacientarlo con mis explicaciones de todo lo que le debo y por qu¨¦ se lo debo.
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