Vientos del pueblo
En Madrid se ensanchan las zonas peatonales pero se dir¨ªa que el objetivo final no es que los ciudadanos disfruten de una amplitud relajante sino que los bares puedan agrandar sus dominios
Finalmente se ha inaugurado la Feria del Libro de Madrid, pero hasta el viernes los libreros estaban en un ay debido a esta primavera tormentosa que oblig¨® al Ayuntamiento a extremar precauciones y a cerrar varios parques. Bien hecho. Parece que no va a pasar nada, pero cuando pasa nos dedicamos a improvisar teor¨ªas sobre qui¨¦n es el ¨²ltimo responsable de que un ¨¢rbol seco se tronche y acabe con la vida de un paseante. Entendemos los parques como espacio p¨²blico, lo extraordinario es c¨®mo nos hemos adaptado a la idea de que fuera de ellos gran parte de la calle pertenece a las terrazas de los bares y que ese suelo ya no es del ciudadano sino del que paga el alquiler de un trozo de acera. As¨ª las cosas, se ensanchan las zonas peatonales pero se dir¨ªa que el objetivo final no es que los ciudadanos disfruten de una amplitud relajante sino que los bares puedan agrandar sus dominios. Es una invasi¨®n que comenz¨® en la era Gallard¨®n, que aument¨® con Botella y a la que este Ayuntamiento no ha puesto freno.
Cuando viv¨ªa en Chueca, en los primeros noventa, las plazas de V¨¢zquez de Mella o la misma de Chueca sufr¨ªan el desgaste de la pobreza y la droga, pero hab¨ªa en ellas algo innegable: su latido diario pertenec¨ªa a los vecinos. Ahora, como en tantas otras plazas, el derecho al asiento va unido a la consumici¨®n.
Entendemos los parques como espacio p¨²blico, lo extraordinario es c¨®mo nos hemos adaptado a la idea de que fuera de ellos gran parte de la calle pertenece a las terrazas de los bares
Este jueves me sent¨¦ a tomar un refresco con una amiga en una terraza de Chueca. A las ocho de la tarde, sin sol ya y con un aire empapado de olor a tormenta, las sombrillas segu¨ªan abiertas. El por qu¨¦ se mantienen las sombrillas desplegadas es un misterio insondable, aunque supongo que obedecer¨¢ a intereses comerciales. Nos sentamos. Como un animal al acecho, yo ten¨ªa un ojo en la conversaci¨®n y el otro en la sombrilla que de vez en cuando se balanceaba algo amenazante porque no est¨¢n amarradas al suelo. De pronto, vino un golpe de viento y la venci¨®. Tuve los reflejos de sujetar el palo con las dos manos, pero sin fuerza suficiente para sostenerla la empuj¨¦ sobre la mesa. Pod¨ªa haberme dado en la cabeza o en la cara. Los camareros acudieron. No tuvieron la cortes¨ªa de preguntarme c¨®mo estaba o de invitarme a una infusi¨®n. Se limitaron a plegar esa sombrilla; sorprendentemente, dejaron las otras abiertas. Me levant¨¦ y comenc¨¦ a caminar. Para m¨ª estaba claro que no iba a pagar mi bebida despu¨¦s de tal desconsideraci¨®n. Me imagin¨¦ qu¨¦ hubiera pasado en una ciudad como Nueva York si una imprudencia en un establecimiento pone en peligro la integridad de un cliente. No me dio mucho tiempo a entregarme a esas reflexiones porque dos camareros corrieron tras de m¨ª y me preguntaron qu¨¦ ten¨ªa que ver lo ocurrido con que yo no pagara. Les grit¨¦ que bajo ning¨²n concepto pensaba hacerlo. Y les dej¨¦ atr¨¢s llam¨¢ndome sinverg¨¹enza.
Lo que a m¨ª me ocurri¨® le pudo haber pasado a cualquiera. Y a¨²n peor, pod¨ªa haber ca¨ªdo la sombrilla encima de un ni?o o de una anciana que no hubiera tenido los mismos reflejos o la misma fuerza que yo. A pesar de que sufr¨ª el susto y el desagrado en carne propia, lo cuento porque irrita mucho que los ayuntamientos cedan su soberan¨ªa a negocios privados sin controlar c¨®mo los manejan: ?o es que una sombrilla que caiga con la fuerza de un golpe de viento no puede desgraciar a una persona? No s¨¦ qu¨¦ ocurrir¨¢ con la ampliaci¨®n de aceras de la Gran V¨ªa, no s¨¦ si ese paseo de franquicias en que se ha convertido se ver¨¢ aderezado con una l¨ªnea continua de bares como ya es Serrano. No se trata de un asunto estrictamente madrile?o, sucede en muchas otras ciudades y tiene que ver con el concepto y la administraci¨®n de la ciudad.
No hay en Espa?a una verdadera conciencia de que el cliente tiene derechos, que los debe expresar sin que le pongan mala cara, que la protesta debiera servir para algo
Por otra parte, no hay en Espa?a una verdadera conciencia de que el cliente tiene derechos, que los debe expresar sin que le pongan mala cara, que la protesta debiera servir para algo y, desde luego, que la profesionalidad est¨¢ ligada siempre a la cortes¨ªa. Probablemente, no actu¨¦ como deb¨ªa: mi obligaci¨®n hubiera sido quedarme, aguantar el tipo y redactar una protesta, pero viendo que no solo no recib¨ª consuelo alguno sino que daba la sensaci¨®n de que hab¨ªa utilizado la ca¨ªda de la sombrilla para no pagar un Nestea entend¨ª que la cosa tomaba un cariz agresivo y feo. Es probable que tuviera mala suerte porque si hay algo bueno en Madrid son los camareros (tranquilos, no soy James Rhodes), pero es cierto que en Espa?a, tan opinadores como somos para todo, tendemos a hacer dejaci¨®n de nuestros derechos en el espacio p¨²blico. No nos sentimos respaldados para hacerlo.
Por lo dem¨¢s, les presto un consejo: nunca se pongan de espaldas a una sombrilla, nunca aparquen un carrito de beb¨¦ cerca, no pierdan de vista el palo cimbreante y trabajen los reflejos y los tr¨ªceps. El pilates viene muy bien para estos casos.
Babelia
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