Del pueblo y para el pueblo

M¨¢s all¨¢ de la calidad de sus pel¨ªculas, al cine franc¨¦s hay que reconocerle sus continuos acercamientos a realidades apartadas de la urbe, de la modernidad y del impacto visual. Pel¨ªculas sobre la gente del pueblo, a pie de cuneta, con ganas de agradar y de sacar a la luz vidas, en principio, apartadas de la pompa y de la apariencia. Un cine donde el campo y las vacas suelen ser motivo dram¨¢tico, y en el que Philippe Le Guay es uno de sus m¨¢ximos exponentes.

Le Guay, desigual director de obras tan olvidables como Las chicas de la 6? planta, pero tambi¨¦n de la estupenda Moli¨¨re en bicicleta, apuesta esta vez por la repetida dicotom¨ªa entre tradici¨®n y modernidad. Una dualidad que comanda el relato en s¨ª, y tambi¨¦n sus objetivos como producci¨®n de aire popular. As¨ª, en la historia sobre un peque?o pueblo de Normand¨ªa en crisis econ¨®mica, que ve como ¨²nica tabla de salvaci¨®n la propaganda que le va a dar un famoso fot¨®grafo, trasunto del estadounidense Spencer Tunick, especialista en composiciones copadas por gente desnuda en disposiciones art¨ªsticas, se van acumulando las contraposiciones: ganaderos y modelos; colectivismo e individualismo; campo y ciudad; el cuerpo como c¨¢rcel y como salvaci¨®n; medicina y curanderismo; tienda de ultramarinos y supermercado; pan tradicional y manufacturado, y, por supuesto, fotograf¨ªa anal¨®gica y digital.

El resultado, que se despliega bien hacia el pasado, hacia la historia de la Francia del siglo XX y su relaci¨®n con Estados Unidos tras la liberaci¨®n de los aliados en la II Guerra Mundial, se resiente, sin embargo, de la irregularidad de sus microhistorias personales, unas m¨¢s interesantes que otras, y siempre marcadas por la misma dualidad entre tradici¨®n y modernidad. Aunque, finalmente, lo esencial es que en esa reiterada divisi¨®n vive tambi¨¦n la pel¨ªcula, y, entre la ternura y la acidez, opta por el bando del agrado, de la suavidad, de la simpat¨ªa y del costumbrismo del pueblo y para el pueblo.