A prop¨®sito de James Rhodes
El pianista brit¨¢nico nos descubre el para¨ªso de Espa?a, pero no encaja el reproche de los incr¨¦dulos
Ten¨ªa pendiente dedicarle unas l¨ªneas a James Rhodes, inagotable e imprevisto propagador de la marca Espa?a. Cada art¨ªculo y cada tuit nos reconcilia con nuestra patria. Nos la descubre espl¨¦ndida y memorable. Nos hace reparar en su grandeza y nuestra miop¨ªa, pues James Rhodes trata de convencernos de que vivimos en el para¨ªso.
Y me acusa de querer expulsarlo. Lo hace en las entrevistas que concede a prop¨®sito de una cr¨®nica radiof¨®nica y de un tuit en los que recomendaba su destierro. Dije textualmente: ¡°Si la ?o?er¨ªa fuera un delito, habr¨ªa que deportar a James Rhodes¡±. Se ha centrado James Rhodes en la segunda parte del enunciado, pero ha eludido la condici¨®n del terrible escarmiento: si la ?o?er¨ªa fuera un delito. Y no me consta que lo sea, pero imagino que s¨ª le gusta a James Rhodes el sustantivo ?o?er¨ªa. Porque le gustan las e?es a James Rhodes. Le gusta decir ?aca?aca y co?o. Le gusta en general decir exabruptos y palabrotas coloquiales, como hacen algunos padres con sus hijos para hacerse tolerar y sentirse integrados en un h¨¢bitat impenetrable.
He escrito de Rhodes varias veces. Para elogiar el libro que le ha puesto en ¨®rbita, Instrumental. Y para criticar la mercadotecnia de la l¨¢grima. Y para cuestionar la frivolidad did¨¢ctico-mesi¨¢nica con que quiere ense?arnos a tocar Bach en seis semanas. Tambi¨¦n quiere ense?arnos a amar Espa?a como ¨¦l ama Espa?a en seis semanas. Y creo que amar¨ªamos a Espa?a si la vivi¨¦ramos desde sus privilegios, comodidades, predicamento y fervor esnobista/costumbrista.
Se ha convertido en un personaje James Rhodes a fuerza de inculcarnos el agradecimiento y las virtudes de Espa?a. Y casi lo observamos con la ternura del se?or Burbank en El show de Truman, pues cada tuit, cada art¨ªculo de la Espa?a de nunca jam¨¢s, redunda en el ejercicio sonriente de la exhibici¨®n de la vida privada. Lo que come. Quien viene a verlo. Lo que hace. Y el adanismo desde el que descubre cada d¨ªa un vocablo nuevo, o una hect¨¢rea f¨¦rtil y asombrosa del planeta desconocido, casi siempre insistiendo en nuestra anestesia sensorial a los prodigios que nos rodean. Ya dec¨ªa el otro d¨ªa que aqu¨ª, en Celtiberia, nos vemos gordas y feas cuando en realidad somos delgadas y guapas, o algo as¨ª, de manera que James Rhodes ha venido a graduarnos la vista y los sentidos. Y a convertirse en timonel del viaje a Utop¨ªa con las camisetas de Bach que ¨¦l mismo dise?a (?!).
Lo que no le gusta a James Rhodes es la discrepancia. Aspira a la unanimidad. De tanto ensimismarse en las croquetas y en el salmorejo, no parece haberse percatado del mito fundacional del cainismo. Ni parece percibir que la ri?a a garrotazos con las pantorillas enterradas representa nuestra pulsi¨®n destructiva. No es f¨¢cil percatarse de ella en los vagones de primera del Orient Express. Que es donde vive Rhodes, ajeno al hedor y la carbonilla de las categor¨ªas inferiores, pero es verdad que le molesta el menor atisbo de controversia. Pongo mi ejemplo porque ¨¦l tambi¨¦n lo pone, reproch¨¢ndome el odio con que lo censuro.
Y porque me ha calificado de machista y de taurino. Lo segundo es una feliz evidencia. Lo primero es una depauperaci¨®n del t¨¦rmino. Se est¨¢ desvirtuando el valor conceptual y sem¨¢ntico del machismo a fuerza de utilizarse como pantalla absoluta. Pues vale, James Rhodes, soy un machista. Lo que usted diga. Ya sabemos que su clarividencia otorga las categor¨ªas. Y permanece inmune a los reproches.?
No le odio a usted, pese a lo que usted piensa y publica. Digamos que sus reflexiones me provocan crisis de hiperglucemia. Usted a m¨ª me parece un se?or muy ?o?o. Y me parece que el uso de las palabrotas encubre su cursiler¨ªa y su buenismo. No me impresiona el tatuaje de Rachmaninov en el antebrazo. Ni me parece que la m¨²sica cl¨¢sica haya que acercarla con zapatillas y camiseta, haci¨¦ndose perdonar o tolerar tambi¨¦n ella. Prefiero la liturgia del concierto. La penumbra de Sokolov. La sociopat¨ªa de Kissin. La sugesti¨®n esc¨¦nica. El ritual. Y no creo que los avatares personales de un artista, tr¨¢gicos o gloriosos, deban mediatizar la adhesi¨®n del p¨²blico.
Usted ha encontrado en Espa?a el fecundo horizonte Shangri-La, pero acepte que semejante percepci¨®n del ¨¦xtasis pueda cuestionarse, incluso con la agresividad verbal que usted practica cuando se siente herido en la incredulidad de la buena nueva. No le faltan se?or Rhodes ni partidarios, ni pros¨¦litos ni cr¨¦dulos. Y tome algunas medidas cautelares y preventivas cuando el sue?o de la Espa?a dichosa, euf¨®rica y euf¨®nica se le desmorone con el quejido de una pintura negra de Goya. De hecho, ya han aparecido los primeros s¨ªntomas. Ha declarado usted hace unas horas que el sistema legal espa?ol le hace vomitar.? Ya lo ve, empieza a ser tan espa?ol como nosotros. Un calent¨®n justiciero, el suyo, que arrasa, no es poco, un pilar del Estado. Est¨¢ empezando el periodo de asimilaci¨®n.Tambi¨¦n Pablo se cay¨® del caballo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.