Hoteles
El turista enamorado se da cuenta de que ha pagado un mont¨®n de euros por una noche en el infierno
No existe el hotel perfecto. Porque las habitaciones de los hoteles, por muy lujosos que sean, reflejan transitoriedad, paso, eventualidad, extranjer¨ªa, y es imposible hacerlas tuyas en tres noches. Las noches del turista enamorado en los hoteles son un festival de luces y ruidos. La luz del televisor, que ilumina la habitaci¨®n con un rojo sat¨¢nico; la luz azulada del despertador el¨¦ctrico (esta es f¨¢cil de eliminar); la luz del minibar; la luz de la puerta principal que da al pasillo iluminado con cien mil vatios; la luz de los neones (es peor si el hotel es de cinco estrellas porque hay m¨¢s luz) que se cuela por la terraza porque es agosto y hace mucho calor y el turista enamorado est¨¢ en la playa y le gusta dormir con la ventana abierta antes que con el aire acondicionado encendido.Y los ruidos: tuber¨ªas, calles, coches, y zumbidos el¨¦ctricos de las entra?as de los edificios.El turista enamorado se da cuenta de que ha pagado un mont¨®n de euros por una noche en el infierno.
Se acuesta, apaga la luz, abre los ojos pensando en encontrase con la dulce oscuridad y toda la habitaci¨®n est¨¢ iluminada por peque?os deslumbramientos intensos y feroces. Intenta averiguar c¨®mo demonios se desenchufa la lucecita roja del control remoto del televisor. Consigue dar con el enchufe del televisor, pegado contra la pared, y est¨¢ pringoso de polvo, porque all¨ª nadie limpia, es una zona inaccesible. El turista enamorado se tiene que lavar las manos otra vez. Se vuelve a la cama y comprueba que la luz del televisor a¨²n persiste despu¨¦s de haber cortado su suministro el¨¦ctrico. Tarda 1 minuto en apagarse, pero ese minuto es de consistencia sobrenatural. Al rato vuelve a levantarse para arrojar una toalla al suelo, junto a la rendija de la puerta y por la que se cuela la luz del pasillo con una intensidad de un sol de mediod¨ªa.
Cuando las luces han sido derrotadas, el turista enamorado cierra placenteramente los ojos, esperando disfrutar de las s¨¢banas limpias y de la clemencia de la cama. Entonces, mientras intenta dormirse, comienza a o¨ªr un zumbido el¨¦ctrico persistente y enloquecedor. Vuelve a encender la luz. Comprueba que el aire acondicionado est¨¢ apagado. ?De d¨®nde viene ese ruido? Llama a recepci¨®n. Sube un t¨¦cnico de mantenimiento. El turista enamorado le recibe en calzoncillos gastados. Hola, buenas noches. Buenas noches, se?or, me dicen que est¨¢ oyendo un ruido. S¨ª, hay un ruido aqu¨ª. Yo no oigo nada. Espere, para o¨ªrlo tenemos que dejar de hablar. Ah, muy bien. ?Lo oye? S¨ª, lo oigo. Bien, no estoy loco, piensa el turista enamorado. Es el ruido de las m¨¢quinas del ascensor, confiesa con conocimiento de causa el t¨¦cnico. No podemos parar los ascensores, sentencia. Y se marcha.
Al cabo, un recepcionista conduce al turista enamorado a otra habitaci¨®n. Es la ¨²nica soluci¨®n, dice el recepcionista. Oh, sorpresa, al turista enamorado le han puesto en una suite. Qu¨¦ bonito es quejarse, qu¨¦ bonito es ansiar la perfecci¨®n, piensa el turista enamorado mientras disfruta de su silenciosa y lujosa suite, en donde todo es casi perfecto. Solo el lujo puede mitigar la angustia existencial, piensa el turista enamorado mientras se duerme. Tengo que poner m¨¢s lujo en mi vida, y ya est¨¢ dormido.
Babelia
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