Cuando los cr¨ªticos eran an¨®nimos
Una nueva (y joven) direcci¨®n y un aumento del 40% en la circulaci¨®n certifican la buena salud del centenario semanario brit¨¢nico 'Times Literary Suplement'
El viernes 17 de febrero de 1902 el lector del peri¨®dico m¨¢s prestigioso de Gran Breta?a encontr¨® una sorpresa en sus p¨¢ginas, que por entonces sal¨ªan de lunes a s¨¢bado (desde finales del siglo XVIII) en formato s¨¢bana (broadsheet). Encartado en The Times pod¨ªa verse, respetando el formato y la tipograf¨ªa del diario, un a secas llamado Literary Supplement, que no se vend¨ªa por separado y anunciaba en un ladillo de su propia portada un ¨ªndice de contenidos muy variado, pues junto a las rese?as de libros de distinta naturaleza y el comentario de espect¨¢culos esc¨¦nicos y musicales, inclu¨ªa tambi¨¦n la ciencia, el verso y, en una contraportada miscel¨¢nea, los movimientos de una partida de ajedrez planteada por correspondencia, comentados, en los dos tableros adjuntos, por otros aficionados al juego. Rele¨ªdo 116 a?os despu¨¦s y superados los 6.000 n¨²meros, ese primer suplemento literario del The Times londinense aparec¨ªa ya marcado por la impronta de la diversidad tem¨¢tica, mantenida hasta hoy sin apenas cambios, as¨ª como por dos formidables caracter¨ªsticas: el toque exc¨¦ntrico y la solvencia cr¨ªtica. Todos los colaboradores eran entonces ¡ªy lo siguieron siendo durante m¨¢s de siete d¨¦cadas¡ª an¨®nimos.
El anonimato legendario del pronto conocido por sus allegados como TLS, lejos de ser siempre frustrante, iba a convertirse en un alimento de las suspicacias, malhumores y adivinaciones mal¨¦volas, sin las que, seamos francos, los cuerpos auxiliares de la literatura tendr¨ªan menos pegada. Disfrutada por los lectores neutrales y poco cotillas pero odiada por las v¨ªctimas de cr¨ªticas devastadoras e innominadas, esa pol¨ªtica editorial cambi¨® en 1974, cuando el suplemento, bajo la direcci¨®n de John Gross, decidi¨® consignar el nombre de sus colaboradores y a?adir al final de cada n¨²mero un perfil profesional en dos o tres l¨ªneas de los firmantes. As¨ª surgi¨® la parte escondida de una labor colectiva que causar¨ªa asombros y confirmaba secretos a media voz. Era por ejemplo sabido que Virginia Woolf hab¨ªa colaborado con frecuencia y desde muy joven en el suplemento, pero hubo que esperar al primer volumen de la inmejorable edici¨®n de los ensayos completos de la autora, iniciada en 1986 por Andrew McNeillie, para calibrar la enorme cantidad e importancia de los art¨ªculos, largos y cortos, que Woolf, tan eminente ensayista como novelista, escribi¨® por encargo de Bruce Richmond mientras este fue editor, entre 1902 y 1938. Woolf cumpli¨® su primera comisi¨®n en marzo de 1905, a los 23 a?os, y dej¨® de publicar en el TLS cuando aquel se retir¨®, diciendo de Richmond en un tributo anotado en su Diario (entrada del 27 de mayo de 1938): ¡°Aprend¨ª mucho de mi oficio escribiendo para ¨¦l: c¨®mo condensar; c¨®mo vivificar; y tambi¨¦n me hizo leer con l¨¢piz y cuaderno, seriamente¡±. Son numerosas las grandes piezas ensay¨ªsticas de la creadora de Orlando que proceden del TLS, desde las primeras y ya magistrales El genio de Boswell o Sterne, de 1909, hasta Horas en una biblioteca (1916), Un pr¨ªncipe de la prosa (1921, sobre Conrad y Henry James), Las novelas de Turgenev (1933), y el ¨²ltimo, excelente, sobre Las comedias de Congreve (1937).
Es tentador preguntarse si hay un misterio en la larga permanencia, m¨¢s que centenaria y nunca devaluada, de la revista, superando las crisis del grupo empresarial que le daba cobijo y en el cual opera actualmente de modo aut¨®nomo al del diario, dentro ambos del conglomerado de Rupert Murdoch. ?Mera suerte, un buen ojo gestor, personas muy capaces en su staff, niveles culturales que s¨®lo un pa¨ªs de larga y rica tradici¨®n letrada puede permitirse? Hace dos a?os hubo un momento de p¨¢nico cuando la empresa coloc¨® como editor o director del suplemento a Stig Abell, un hombre de 38 a?os que proced¨ªa del tabloide sensacionalista The Sun, otra propiedad del magnate Murdoch, y que, contra lo temido, no adocen¨® el TLS ni cambi¨® su rumbo, logrando por el contrario, al poco de llegar, algo prodigioso en estos tiempos de adelgazamiento creciente de las humanidades: aumentar ocho p¨¢ginas el espacio semanal (32 en la edici¨®n impresa que llega a los quioscos y a sus suscriptores). En estos dos a?os su circulaci¨®n ha crecido casi un 40%, y todo ello sin incluir desnudos capciosos ni titulares exclamativos.
Su extravagancia se refleja especialmente en la p¨¢gina miscel¨¢nea, con notas muy jugosas entre la erudici¨®n y el chisme
Todos los viernes el TLS publica una buena cantidad de rese?as y comentarios que a m¨ª, que lo sigo desde hace varios lustros, no me hacen detener la mirada m¨¢s all¨¢ del titular: horticultura (siguiendo la tradici¨®n pastoral tan brit¨¢nica), econom¨ªa, her¨¢ldica, novela gr¨¢fica (una servidumbre ya obligada hasta en las mejores casas) y, antes de que se pusiera de moda, la glosa gastron¨®mica. Pero 32 p¨¢ginas dan para mucho, y estoy seguro de que esas materias que a m¨ª y a tantos otros nos causan inapetencia ser¨¢n devoradas con fruici¨®n por las personas que, a su vez, encuentran aburrida la poes¨ªa contempor¨¢nea, la ¨²ltima ficci¨®n coreana o la ¨®pera. Todos, quiero pensar, somos lectores fieles de lo que nos interesa, y a todos nos compensa comprar el semanario, otra de cuyas virtudes ha sido consolidar la atenci¨®n prestada al cine, que cuenta con extensas cr¨ªticas de pel¨ªculas de estreno firmadas por el magn¨ªfico novelista Adam Mars-Jones. Se ha producido asimismo un evidente rejuvenecimiento, ya que no pocos de los colaboradores tienen como perfil el de ser becarios o doctorandos. A su lado la edad provecta es gloriosamente respetada. John Ashbery publicaba all¨ª sus poemas in¨¦ditos hasta poco antes de morir a los 90, y tambi¨¦n rese?an con asiduidad Edmund White, Frederic Raphael, Gabriel Josipovici y una estupenda veterana como Margaret Drabble.
Ahora bien, junto a las novedades, la fidelidad a sus principios, que por algo hablamos de la parsimoniosa alma inglesa. En el TLS no falta nunca Shakespeare, como no decae la producci¨®n de sesudos estudios sobre el Bardo, ni la literatura grecolatina, donde brilla a menudo Mary Beard, ni la r¨²brica oriental, supervisada por un especialista como Robert Irwin. Y la preponderancia que dentro de las lenguas extranjeras ten¨ªa anta?o la novel¨ªstica franco-alemana ahora se ha diversificado notablemente, siendo muy de apreciar la atenci¨®n a cl¨¢sicos del siglo XX y nuevos nombres de las letras espa?olas y latinoamericanas, en una secci¨®n al cuidado de Rupert Shortt, un hispanohablante.
La extravagancia a que nos refer¨ªamos antes se refleja especialmente en dos apartados que gozan de gran solera y amplia devoci¨®n, las Cartas al editor y la p¨¢gina de cierre NB, con notas miscel¨¢neas muy jugosas, entre la erudici¨®n y el chisme, de un embozado J. C., reminiscencia quiz¨¢ del pasado encubrimiento individual. De J. C. son memorables sus invectivas burlescas a la jerga acad¨¦mica, fundamentalmente norteamericana, y deliciosos sus ¡°recorridos¡± por las tiendas de segunda mano, donde siempre encuentra a bajo precio ediciones valiosas, as¨ª como libreros chispeantes. Respecto a la infalible y ¨²ltimamente mejor colocada correspondencia dirigida al editor, da cabida a piques desabridos, respuestas a¨²n m¨¢s ¨¢cidas, desdenes y venganzas, por lo general de la grey universitaria. Los poetas, como ya sab¨ªamos, son los m¨¢s sensibles, tanto al halago como al anatema, y repasar hist¨®ricamente las cartas cruzadas entre beligerantes traza una pintoresca historia paralela de la infamia literaria. A la vez, tambi¨¦n es confortante advertir que lectores desde Singapur o una perdida aldea de los Abruzos puntualizan inexactitudes o facilitan datos rec¨®nditos con buena disposici¨®n y admirable sabidur¨ªa. Tambi¨¦n ellos enriquecen el caudal y la leyenda del TLS.
Como curiosidades recientes de la secci¨®n son de destacar, el a?o pasado, la carta de Martin Scorsese discrepando sin petulancia de una apreciaci¨®n sobre novela y cine y corrigiendo un error cometido por el antes citado Mars-Jones en la rese?a de su filme Silencio, as¨ª como, en las ¨²ltimas semanas, un intercambio de pareceres que se sigue como una serie de suspense sin graves cr¨ªmenes; la inici¨® la escritora (y traductora de Proust al ingl¨¦s) Lydia Davis contando sus dudas en la elecci¨®n de t¨ªtulo del primer volumen, el que en espa?ol llam¨® su primer traductor Pedro Salinas Por el camino de Swann, y las variantes sugeridas, debatidas o vilipendiadas por los lectores del TLS son tantas que entran ganas de hacer el mismo juego en nuestra lengua. ?D¨®nde?
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