Medusa Sunbeach: la ciudad de los ni?os perdidos
Cullera es un reducto de turismo desaforado, una ciudad excesiva, que, sin embargo, se menea con orgullo y salero con 70 horas de ¡®techno¡¯
Una amiga trabaj¨® durante un tiempo de payasa en cumplea?os infantiles. Una tarde, una vez terminado su show, se dispuso a comer un bocadillo a solas, sentada en la parte trasera del chalet en el que se celebraba la fiesta. Un grupo de ni?os, llevados por el juego, la sorprendieron all¨ª, y, por hacer la broma, tiraron de su peluca de payaso. Cuando esta cedi¨®, y bajo los rizos verdes apareci¨® lo que a sus ojos era una mujer normal, el espanto fue may¨²sculo. Un ni?o, aterrado, grit¨®: ¡°???Es una madre!!!¡±. Y todos salieron corriendo despavoridos. Ese es el terror que me atenaza nada m¨¢s cruzar el ca?averal y el infinito camino de polvo embarrado que llevan al Pa¨ªs de los Ni?os Perdidos. S¨¦ que este festival me pilla mayorc¨ªsima, casi anciana. Siento mis huesos crujir mientras, a mi alrededor, pandillas que rozan los 15 se dirigen hacia La Luz con los torsos adornados de s¨ªmbolos dorados. Cuando finalmente, tras pasar por descampados y humedales repletos de chiquillada magre¨¢ndose ¡ªy dos directamente follando¡ª entro en el recinto del Medusa Sunbeach, soy oficialmente una abuela. Y solo espero que no me arranquen la peluca.
En realidad, pese a los diez a?os de diferencia que me separan de los miembros m¨¢s mayores del Medusa, estoy en el estado perfecto para asistir a este tipo de festival: he cruzado en diagonal en el Sonorama, la zarzuela de Madrid y un diminuto festival cuasisecreto en un pueblo de Soria. Estoy curtida en kil¨®metros y est¨ªmulos dispares. He presenciado c¨®mo una se?ora defend¨ªa a capa y espada que lo que Diego el Cigala beb¨ªa durante el concierto del Sonorama era Aquarius, he recibido emails amenazantes por haber dicho que la zarzuela era un g¨¦nero que estaba en los estertores, he pillado pulgas en el campo. Y he llegado hasta aqu¨ª indemne. Es el momento perfecto para la destrucci¨®n.
Cullera es un reducto de turismo desaforado, una ciudad excesiva, que, sin embargo, se menea con orgullo y salero. Cullera es el gofre m¨¢s grande que rezuma el sirope sint¨¦tico m¨¢s dulce y con m¨¢s E-330, un cartel luminoso obsceno que anuncia algo muy gratis, un helado de varias bolas en las que todas saben un poco a lo mismo, un se?or defendiendo con retranca que las letras blancas que rezan ¡°CULLERA¡± en una de las colinas que se ven a la entrada de la ciudad es muy anterior a las famosas letras hollywoodienses. Y el Medusa es el festival que coge el gofre gigante, el sirope, el letrero luminoso, la energ¨ªa desaforada de la gente, el optimismo sin l¨ªmites y el instinto sexual depredador de la chavalada y los comprime en un solar, en casi 70 horas de m¨²sica electr¨®nica, techno y remezclas que rozan lo inaudito (?Es Bella Ciao lo que oigo corear a estos quincea?eros de torso desnudo y bandanas en la frente?). Esta mezcla germina alimentada por el vapor denso de los humedales que lo rodean y da lugar a una orqu¨ªdea que huele a Red Bull y sudor.
Hay escenarios que surgen del interior de la boca de un inmenso p¨¢jaro de cart¨®n piedra, hay varios ritmos que se entremezclan y hacen vibrar el polvo del suelo, que nunca llega a posarse y se queda suspendido hasta la altura de nuestras rodillas. Y hay, como no pod¨ªa ser de otra manera ¡ªaunque parezca un Marina d¡¯Or para ni?os malcriados, es puro Valencia¡ª atracciones de feria extremas, fuegos artificiales estruendosos, escenarios que expulsan llamaradas al mismo ritmo al que retumba la m¨²sica. Al fondo, se alza el imponente escenario principal del Medusa (100 metros de largo por 30 de alto), una catedral de futuro dist¨®pico regido por ministras medusas. Y, como toda ciudad, tiene su alcalde tirano, su peque?o genio que aparece y hace estremecer al pueblo. Esta suerte de Mago de Oz es David Guetta, con su rostro filtrado en luces verdes siendo proyectado en las inmensas pantallas del escenario al mismo tiempo que pincha. Y 300.000 oompa loompas en shorts, bien alimentados a base de bebidas energ¨¦ticas, siguen sus ¨®rdenes.
Guetta no deja de ser un sofisticado dj de bodas quincea?eras, un mago listo que sabe c¨®mo dirigir a los cerebros de la cultura de la inmediatez y el TDAH. Los ciclos entre tema conocido (los temas van del Bang bang de Nancy Sinatra a The Cranberries, pasando por hits m¨¢s actuales como el One more time) e intermedio r¨ªtmico de subid¨®n son muy cortos. Subida y bajada van casi juntos, no hay tiempo para esperas. Pero est¨¢n tan contentos. Si los miro fijamente, casi puedo sentir todos los tatuajes de los que se van a arrepentir. Solo en las cuatro primeras horas he visto versiones permanentes de tinta sobre piel de las tres carabelas de Col¨®n (?), una cobaya metida en un tarro (??) y una tribu entera de indios americanos avanzando por una espalda musculada de menos de 18 a?os de edad (???). Entonces Guetta introduce en su mezcla I got a feeling, de Black Eyed Peas y una chica grita: "?Eh! ???Esta es de la infanciaaa!!!". Me r¨ªo a carcajadas. Yo estaba terminando la carrera cuando se puso de moda esa canci¨®n. La pinchaban en las bodas en las que trabajaba de camarera. El cocinero nos daba Ritalin para que nos concentr¨¢ramos estudiando. Pero las dos nos emocionamos de forma parecida. Me toma la mano, me la alza y bailamos juntas. Y, de pronto, tengo amigos.
Cuando abro los ojos, amanece y estoy en el infierno, que se parece sorprendentemente a la playa de Cullera. Una madre runner y su hijo de cinco a?os, que la sigue vestido de la misma guisa que ella, me miran al pasar. Cuando se alejan un poco, el ni?o pregunta: ¡°Mam¨¢, ?qu¨¦ le pasa a esa se?ora?¡±.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.