La bicicleta: una gran paradoja
Jarry ve¨ªa en el ciclismo una forma de ¡°vivir y no pensar¡±, una met¨¢fora de la escritura liberada de la racionalidad
"No he probado la bicicleta, pero reconozco todas sus maravillas y creo que tendr¨¢ una influencia importante en el futuro de la humanidad¡±, asegur¨® St¨¦phane Mallarm¨¦. Horacio Quiroga, por su parte, admiti¨® que ni la Gran Exposici¨®n Universal ni la vida literaria de Par¨ªs despertaron tanto su inter¨¦s durante su estancia en 1900 como el ciclismo. Quiroga se pase¨® por la capital francesa ¡°como el individuo de sensibilidad quebradiza, aficionado al opio y la coca¨ªna y amante de las jovencitas l¨¢nguidas¡± que dec¨ªa ser (en Quiroga ¨ªntimo, P¨¢ginas de Espuma, 2010), pero regres¨® a su ciudad natal (y a su Club Ciclista, que hab¨ªa cofundado unos a?os antes) en cuanto le fue posible.
Al igual que Quiroga, Alfred Jarry dedic¨® varios textos al veh¨ªculo (reunidos en Ub¨² en bicicleta, Gallo Nero, 2012) por cuyas p¨¢ginas circulan ciclistas imaginarios y templarios, se exhorta a prohibir el tr¨¢nsito de peatones para que no entorpezcan el tr¨¢nsito sobre dos ruedas, S¨ªsifo es liberado de su condena y el lector puede aprender c¨®mo ense?ar a andar en bicicleta a un cad¨¢ver; contra lo que pudiera parecer, estos escritos del creador del Padre Ub¨² (que fue miembro del Club Velocip¨¦dico de Laval desde los 15 a?os) no s¨®lo son el resultado de un inter¨¦s personal por el ciclismo, sino que constituyen tambi¨¦n una s¨¢tira de costumbres. En su relato ¡®La carrera de las diez mil millas¡¯, por ejemplo, cinco ciclistas alimentados con una mezcla de estricnina y alcohol se enfrentan a una locomotora en una carrera de ida y vuelta entre Par¨ªs e Irkutsk: el texto constituye tanto una burla del entusiasmo de la ¨¦poca por las gestas deportivas como un cuestionamiento de la visi¨®n del hombre como ¡°m¨¢quina¡±. En ¡®La Pasi¨®n considerada como una carrera de monta?a¡¯, por otra parte, el v¨ªa crucis es narrado como una carrera en bicicleta: Barrab¨¢s desiste de participar, Pilatos da la orden de salida, Jes¨²s pincha la rueda delantera con las espinas, los dos ladrones le adelantan, cae en la tercera curva, etc¨¦tera. Jarry vivi¨® toda su vida en la miseria; como muchos de sus contempor¨¢neos, ve¨ªa en la bicicleta una forma de ¡°vivir y no pensar¡±, una met¨¢fora de la escritura liberada de la racionalidad y una vida eximida de la obligaci¨®n de respetar las convenciones. Cuando muri¨®, dej¨® impagadas pr¨¢cticamente todas las cuotas de la bicicleta que hab¨ªa adquirido 10 a?os antes.
No sabemos si Mallarm¨¦ lleg¨® a probar la bicicleta: muri¨® por causas naturales en 1898, lo que invita a pensar que no lo hizo, ya que su consumo de alcohol hubiera hecho de ¨¦l un p¨¦simo ciclista. Le¨®n Tolst¨®i aprendi¨® a montar en bicicleta a los 67 a?os y nunca se arrepinti¨®, Arthur Conan Doy?le sol¨ªa utilizarla para distraerse, Herbert George Wells recuperaba su ¡°esperanza en el futuro de la raza humana¡± cuando ve¨ªa a alguien montado en una, Pablo Neruda le dedic¨® una oda (¡°las vertiginosas bicicletas?/ que silbaban?/ cruzando?/ puentes, rosales, zarza?/ y mediod¨ªa¡±, etc¨¦tera), Henry Miller, Ray Bradbury y Miguel Delibes estuvieron entre sus usuarios y principales defensores, y Ernest Hemingway lament¨® no haber podido escribir nunca un relato de ciclismo que evocara convincentemente la emoci¨®n de una carrera. Mark Twain hizo a los caballeros de Camelot librar sus batallas sobre dos ruedas en Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889), uno de sus mejores libros, y ?mile Zola (que la utilizaba para desplazarse en sus excursiones de fot¨®grafo aficionado) desarroll¨® un especial inter¨¦s en retratar a mujeres ciclistas: como afirm¨® Susan B. Anthony algo excesivamente, ¡°la bicicleta hizo m¨¢s por la emancipaci¨®n de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo¡±, ya que le otorg¨® una libertad de movimiento sin precedentes al tiempo que contribu¨ªa a su liberaci¨®n de cors¨¦s y otras prendas restrictivas en nombre de la seguridad vial.
Cualquiera puede aprender a utilizarla y todos podemos permit¨ªrnosla; como la literatura y las otras disciplinas art¨ªsticas
Las buenas ideas de la literatura suelen convertirse en las malas decisiones de la sociedad: a?os despu¨¦s de que Twain imaginara a los caballeros de la Mesa Redonda en bicicleta, durante la Primera Guerra Mundial los futuristas italianos se sumaron a un batall¨®n de ciclistas voluntarios; como afirma Claudia Salaris en su Dizionario del futurismo, ve¨ªan en la bicicleta la posibilidad de popularizar el ¡°dinamismo arrollador¡± de los nuevos medios de transporte y el arte de vanguardia, como record¨® una exhibici¨®n en 2012 que reuni¨® las pinturas sobre el tema de Umberto Boccioni, Fortunato Depero, Gino Severini y Mario Sironi, al igual que Al vel¨®dromo (1912), del cubista franc¨¦s Jean Metzinger. Su ¨²nica (pero importante) baja durante esa primera conflagraci¨®n mundial fue, por cierto, la del pintor Boccioni: se cay¨® de la bicicleta y muri¨® en el acto.
Gabriel Josipovici hizo reflexionar extensamente sobre el veh¨ªculo a Jack Toledano, el protagonista de Moo pak (C¨®mplices, 2012), y dedic¨® un magn¨ªfico ensayo a T¨ºte de taureau (1942), la obra de Pablo Picasso consistente en la uni¨®n de un manubrio y un asiento de bicicleta. Samuel Beckett la utiliz¨® recurrentemente como met¨¢fora de aquello que nunca concluye, y Gabriel Zaid, de la lectura valiente. Kurt Vonnegut, Jr. decidi¨® incluir entre los sobrevivientes de la destrucci¨®n del mundo a un fabricante de bicicletas en su novela Cuna de gato (La Bestia Equil¨¢tera, 2012), J. M. Coetzee expres¨® su entusiasmo en conversaci¨®n con Paul Auster y Sergi P¨¤mies concibi¨® el juego de la literatura como una bicicleta est¨¢tica (Anagrama, 2011). Las salas de cine hab¨ªan conocido ya El ladr¨®n de bicicletas, de Vittorio de Sica (1948), y al cartero de Jacques Tati en D¨ªa de fiesta (1949), y en breve los Monty Python imaginar¨ªan su carrera de pintores impresionistas en bicicleta.
David Byrne argument¨® en sus Diarios de bicicleta (Reservoir Books, 2010) que la prefiere para sus paseos porque le permite observar mejor; la bicicleta, dice, es ¡°m¨¢s r¨¢pida que caminar, m¨¢s lenta que un tren, y a menudo m¨¢s alta que una persona¡±. No es la ¨²nica raz¨®n de su ¨¦xito como medio de transporte y objeto cultural; seg¨²n Gilbert K. Chesterton en ¡®La rueda¡¯ (en Alarmas y digresiones, Acantilado, 2015), esa raz¨®n es que cada una de sus ruedas ¡°es una paradoja sublime: una parte de ella va siempre delante y la otra va siempre atr¨¢s. Y en eso se parece mucho a la condici¨®n humana y a cualquier estado pol¨ªtico. Cualquier alma cuerda mira al mismo tiempo hacia atr¨¢s y hacia delante, e incluso retrocede para avanzar¡±. Una explicaci¨®n m¨¢s banal es que cualquiera puede aprender a utilizarla y todos podemos permit¨ªrnosla; como la literatura, y las otras disciplinas art¨ªsticas.
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