La falsa Tizona, el falso don Pelayo
El arque¨®logo y periodista Miguel-Anxo Murado publica 'La invenci¨®n del pasado', un an¨¢lisis de momentos de nuestra historia para demostrar que no podemos defender las decisiones del presente con argumentos del pasado
F¨ªjense en el cuadro de Vel¨¢zquez que abre este post. Todos nosotros lo reconocemos y lo hemos visto al menos alguna vez en nuestros libros escolares, La rendici¨®n de Breda pintado en 1635, y sabemos que narra una victoria militar de los Tercios de Flandes frente a los holandeses, que no acataban la soberan¨ªa de los Habsburgo espa?oles. Podr¨ªamos decir que esa obra del pintor sevillano se ha grabado en nuestra memoria para recordar ese suceso hist¨®rico pero a pesar de su apariencia realista, no narra lo que en ese momento ocurri¨®. El acto de entrega de la llave de la ciudad por Justino de Nassau a Ambrosio de Sp¨ªnola nunca tuvo lugar y tras un acuerdo mutuamente favorable, las tropas holandesas abandonaban Breda. Hubo asedio, pero no hubo ninguna batalla memorable, y por tanto, no se produjo ese homenaje caballeroso a los derrotados. Si adem¨¢s de esto, a?adimos que los tercios que tomaron parte en esa acci¨®n militar estaban formados mayoritariamente por extranjeros ?qu¨¦ ocurri¨® en esa capitulaci¨®n? La Corte espa?ola encarg¨® a Vel¨¢zquez esa pintura con la intenci¨®n de engrandecer y darle una p¨¢tina de gloria a la victoria de Breda que, aun teniendo una gran importancia para la guerra en Flandes, no fue una gesta heroica. Este es uno de los recursos que los gobernantes y las ¨¦lites han tenido a lo largo de la historia para modificar el imaginario hist¨®rico de sociedades enteras y nos han llevado a un conocimiento err¨®neo del pasado tal y como nos cuenta Miguel-Anxo Murado en La invenci¨®n del pasado, publicado por Debate.
El arque¨®logo y periodista gallego, colaborador habitual de la BBC y The Guardian, ha escrito libros como Otra idea de Galicia, y en este ensayo escoge una serie de momentos de nuestra historia para demostrar que no podemos defender las decisiones del presente con argumentos del pasado. La raz¨®n que aduce es que la historia no puede proporcionarnos ninguna certeza porque sus bases son demasiado d¨¦biles e inestables. Teniendo en cuenta que la ideolog¨ªa es el elemento de distorsi¨®n m¨¢s f¨¢cil de detectar y por tanto de corregir, Murado prefiere llevar nuestra atenci¨®n hacia otros factores menos obvios pero mucho m¨¢s decisivos a la hora de deformar nuestra conciencia hist¨®rica. La finalidad de La invenci¨®n del pasado ser¨ªa, seg¨²n el autor, que el lector de historia adopte una actitud esc¨¦ptica para intentar conocer lo que ha sucedido porque la historia no puede tener el car¨¢cter probatorio que se le atribuye.
Las fuentes documentales
Si una de las bases de la investigaci¨®n hist¨®rica es el riguroso an¨¢lisis de los documentaci¨®n, en este pa¨ªs esa tarea se convierte en algo pr¨¢cticamente imposible para conocer algunos per¨ªodos concretos como, por ejemplo, el surgimiento del Reino de Asturias, mito fundacional de Espa?a seg¨²n la historia convencional, tras la invasi¨®n musulmana de 711. Murado presenta un panorama desolador para un historiador interesado en el pasado de Asturias pues el problema no es solo la ausencia de documentos contempor¨¢neos que nos transmitan informaci¨®n sino que los que existen son muy posteriores, y falsos casi en su totalidad. Esto se debe a la tarea del obispo Pelayo de Oviedo, que en el siglo XII se dedic¨® a manipular o inventar todo un corpus documental relacionado con la monarqu¨ªa asturiana. Las razones que ten¨ªa el obispo para llevar a cabo esa tarea parece que eran m¨¢s de ¨ªndole material que espiritual y estaban relacionadas con el impulso de su flamante sede obispal.
Tener que trabajar sobre documentos falsificados es peliagudo pero se puede subir un escal¨®n en la dificultad si el terreno en el que nos movemos es ya el de la pura invenci¨®n. Esto es lo que el autor define como la 'construcci¨®n de la historia' y para ello aborda el caso de Castilla y su imagen hist¨®rica. A finales del siglo XII, el reino castellano detentaba un poder pol¨ªtico en la Pen¨ªnsula que para sus monarcas, no se compadec¨ªa con el pasado que se le atribu¨ªa de condado irrelevante y fronterizo. Por ello, la monarqu¨ªa castellana encarg¨® al arzobispo Xim¨¦nez de Rada la misi¨®n de que promoviese una versi¨®n de los or¨ªgenes de Castilla como reino antiguo y glorioso. Su obra m¨¢xima ser¨¢ De Rebus Hispaniae y en ella este obispo hace una reelaboraci¨®n de todo el relato hist¨®rico que confiere a la dinast¨ªa castellana, y no a la leonesa, la legitimidad de su descendencia de la misma monarqu¨ªa goda y le a?ade algunas leyendas sobre una Castilla remotamente independiente. Al igual que en el caso asturiano, aqu¨ª Xim¨¦nez de Rada tiene motivos personales importantes para crear esa imagen del reino castellano como l¨ªcito continuador de la monarqu¨ªa visigoda ya que el Papado tiene que dirimir cu¨¢l va a ser la di¨®cesis primada en Espa?a y nuestro arzobispo defiende la candidatura de Toledo, la antigua capital del reino visigodo.
Las historias nacionales
Dentro de este proceso de 'construcci¨®n del pasado' a lo largo del siglo XIX y tratando de adaptar las visiones de Espa?a que se forjaron con las cr¨®nicas alfonsinas o las de Flori¨¢n de Ocampo y Juan de Mariana, especialmente ¨¦ste ¨²ltimo, aparecen las historias nacionales. Su m¨¢ximo exponente ser¨¢ Modesto Lafuente y su Historia General de Espa?a. El objetivo de Lafuente y toda una pl¨¦yade de intelectuales era plantear el relato hist¨®rico en los t¨¦rminos de la identidad nacional espa?ola, teniendo cuidado de que lo castellano fuese el componente esencial de esa identidad.
Con Men¨¦ndez Pidal?la concepci¨®n castellanoc¨¦ntrica se convierta finalmente en la idea hist¨®rica de Espa?a
Jos¨¦ ?lvarez Junco describe en su gran obra Mater Dolorosa. La idea de Espa?a en el siglo XIX el esquema dominante de estas narraciones: para¨ªso (Espa?a aislada, feliz e independiente), ca¨ªda (¡°p¨¦rdidas de Espa?a bajo Roma, los musulmanes, etc¨¦tera¡±) y redenci¨®n (Espa?a recupera con el r¨¦gimen liberal las libertades perdidas). Pero hay que esperar a Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal, primus inter pares de los intelectuales nacionalistas liberales, para que la concepci¨®n castellanoc¨¦ntrica se convierta finalmente en la idea hist¨®rica de Espa?a. Men¨¦ndez Pidal pensaba que el mejor hilo conductor de su teor¨ªa, buceando en los elementos esenciales que conforman ese esp¨ªritu del pueblo o Volksgeist espa?ol, era la lengua y decidi¨® basar sobre el Poema de M¨ªo Cid todo su proyecto hist¨®rico. Como recuerda Murado, Pidal us¨® una obra de arte literaria como un documento v¨¢lido para la investigaci¨®n y similar a una cr¨®nica period¨ªstica. Aunque la historiograf¨ªa cient¨ªfica se ha ido abriendo camino desde los a?os 70 del siglo pasado y las contradicciones de este discurso son evidentes, el prestigio de Pidal es tan fuerte que su idea de Espa?a sigue dominando el imaginario colectivo.
Evocar la memoria colectiva
La importancia de una visi¨®n hist¨®rica que legitime al r¨¦gimen pol¨ªtico que se asienta en el poder ha hecho que se fomenten iniciativas culturales como el g¨¦nero de la pintura hist¨®rica (durante el siglo XIX), los hallazgos arqueol¨®gicos, el cuidado de objetos hist¨®ricos en los museos, la gesti¨®n de los lugares que evocan la memoria colectiva?(casas natales, espacios protegidos, etc¨¦tera) con el prop¨®sito de que el mensaje que transmiten sea acorde a la idea hist¨®rica de Espa?a que esos reg¨ªmenes han propugnado. Las pinturas traduc¨ªan al lenguaje pl¨¢stico ¡°verdades¡± de la historia mientras que los objetos conservados en los museos nos permitir¨ªan palpar ese pasado para recordarlo, pero de acuerdo a una visi¨®n que muy frecuentemente llega distorsionada.
La importancia de una visi¨®n hist¨®rica que legitime a un r¨¦gimen pol¨ªtico?ha hecho que se fomenten iniciativas culturales como la pintura hist¨®rica
El problema se hace mayor si hablamos de falsificaciones y Murado nos expone un ejemplo reciente que muchos recordar¨¢n y tiene que ver otra vez con la figura del Cid, en esta caso con la Tizona, su famosa espada. En este asunto se mezclan varios aspectos como el contexto neonacionalista de la ¨¦poca del expresidente Aznar, las alegr¨ªas presupuestarias de un momento econ¨®mico boyante, la atracci¨®n casi irracional de un objeto mitificado y los intereses de pol¨ªticos locales mediocres. En diciembre de 2002, la Tizona fue declarada Bien de Inter¨¦s Cultural, previo informe sobre su autenticidad de la Universidad Complutense de Madrid. No valieron cuatro estudios sucesivos de expertos que determinaban categ¨®ricamente que no era la espada del Cid. En 2007 La Junta de Castilla y Le¨®n pag¨® 1,6 millones de euros al marqu¨¦s de Falc¨¦s por una espada cuyo valor hab¨ªa quedado tasado en unos seis mil o siete mil euros por los expertos antes mencionados.
Estos son solo algunos de los ejemplos que Miguel-Anxo Murado trata en su muy interesante ensayo, que termina pregunt¨¢ndose si sirve para algo la historia. Juli¨¢n Casanova citaba en un reciente art¨ªculo c¨®mo entend¨ªa Lord Acton (1834-1902) la buena historia al dirigirse a sus colaboradores en la Cambridge Modern History: ¡°nuestro Waterloo debe escribirse de tal forma que satisfaga al mismo tiempo a franceses, ingleses, alemanes y holandeses¡±. Ya sea a trav¨¦s de la educaci¨®n o a trav¨¦s de la cultura conmemorativa de valores compartidos, ?podremos tener en el futuro una noci¨®n de la historia de Espa?a m¨¢s cercana a la verdad que a la ficci¨®n y que satisfaga a la par a catalanes, andaluces, vascos, gallegos y castellanos?
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