Tensi¨®n frente al televisor
En mis veranos de ni?a la tele quedaba relegada a un segundo plano, como entretenimiento cuando llov¨ªa y poco m¨¢s. Pero el d¨ªa de la final de waterpolo en Atlanta 96, no
El d¨ªa empez¨® como el resto de 28 de julio de mi vida, felicitando a mi hermana por su cumplea?os. Pero esa ma?ana en mi familia se respiraba cierta tensi¨®n; unos nervios que se alargar¨ªan horas. Ten¨ªamos el calendario marcado por otra cita, y era con el televisor. En mis veranos de ni?a la tele quedaba relegada a un segundo plano, como entretenimiento cuando llov¨ªa y poco m¨¢s. Pero ese d¨ªa no.
Intentamos matar la espera como en cualquier otra jornada veraniega: ma?ana en la piscina del camping Aqua Alba, comida refrescante (eso s¨ª, con pastel de cumplea?os de postre) y m¨¢s piscina por la tarde. Al caer el sol empezaron los preparativos. Se sac¨® el televisor por la ventana de la mobile home. Se puso sobre una mesa. Las sillas blancas de pl¨¢stico se colocaron a modo de cine (?c¨®mo nos hubiera gustado tener una gigantesca pantalla!). A alguien le debi¨® de parecer que la tele estaba demasiado baja, as¨ª que se puso una escalera sobre la mesa y encima el pesado aparato ¡ªlas pantallas planas por aquel entonces ni las intu¨ªamos¡ª. Nadie quer¨ªa perderse un solo detalle de lo que iba a pasar. Nos est¨¢bamos preparando para ver la final de waterpolo de Atlanta 96. Mejor dicho, ¨ªbamos a ver en directo a mi t¨ªo y a mi primo colgarse un oro ol¨ªmpico. Pero eso a¨²n no lo sab¨ªamos.
No recuerdo si fue antes o durante el descanso del partido, al que Espa?a lleg¨® perdiendo, ni tampoco qui¨¦n fue. Pero la televisi¨®n acab¨® como si fuera una diosa venerada en su altar. Abrazada por una bandera ol¨ªmpica, la acompa?aban una pelota de waterpolo y un gorro blanco y otro azul. Hab¨ªa alguno tambi¨¦n en las cabezas de los amigos que se reunieron con nosotros, algo que he redescubierto ahora al recuperar las fotos que hizo mi madre porque ella sab¨ªa que, acabara como acabara, esa era una noche ¨²nica.
Tensi¨®n. Gritos. Silencio. Aplausos. M¨¢s gritos. Ped¨ªamos sin parar la expulsi¨®n de los jugadores del equipo croata, fueran correctas o no. Se lo grit¨¢bamos al ¨¢rbitro, como si nos pudiera o¨ªr a trav¨¦s de una pantalla y a 7.340 kil¨®metros de distancia. Mi hermana prefiri¨® ver el partido con sus amigos, quiz¨¢ para que no la vi¨¦ramos sufrir o intentar hacerlo menos si estaba con otros. Mi padre era el m¨¢s sereno de todos, probablemente el ¨²nico que entend¨ªa la estrategia en cada jugada. Por algo es quien empez¨® la saga siendo el primer ol¨ªmpico de la familia, en M¨²nich 72. Nunca se lo he preguntado, pero seguro que en su interior el miedo a la derrota en la final era m¨¢s fuerte que cuatro a?os antes, porque estaba vez no iba a poder estar al lado de su hermano peque?o y su sobrino mayor como en Barcelona 92.
No recuerdo los resultados de los cuartos, s¨ª que empezamos sufriendo lo indescriptible. Tambi¨¦n que a medida que pasaban los minutos empezamos a sonre¨ªr. S¨ª tengo grabado a fuego el gol de espaldas de mi t¨ªo, ese que dedic¨® a su hijo con la cara de felicidad de quien sabe que acaba de ganar una medalla de oro ol¨ªmpica. Fue el ¨²ltimo del partido. Fue el que hizo que mi hermana saliera de donde fuera que estuviese para aparecer corriendo y llorando poco antes del pitido final. Victoria.
Mi t¨ªo decidi¨® quedarse la pelota, y sin ¨¦l pretenderlo nos ayud¨® a localizarlo en todo momento, solo ten¨ªamos que buscar un punto amarillo en la pantalla mientras la selecci¨®n se abrazaba, besaba y saltaba para celebrar el triunfo. A mi primo nos cost¨® un poco m¨¢s encontrarle hasta que no subi¨® ese escal¨®n que lo llev¨®, por fin, a lo m¨¢s alto del podio.
Al d¨ªa siguiente nos sentamos de nuevo ante la tele a la hora del informativo, esta vez para ver el resumen del partido, su euf¨®rica llegada a la villa ol¨ªmpica, sus entrevistas, su fiesta de celebraci¨®n. Escuch¨¢bamos a los medios de comunicaci¨®n alabar el esfuerzo y la lucha de un equipo que, adem¨¢s, ca¨ªa de lo m¨¢s simp¨¢tico. Como si eso yo no lo supiera. Ese verano de 1996 la televisi¨®n nos permiti¨® vivir en directo uno de los momentos m¨¢s importantes para mi familia. Eso s¨ª, su llegada al aeropuerto con el oro al cuello no nos la tuvo que contar.
Periodistas de EL PA?S recuerdan en esta serie c¨®mo han vivido su relaci¨®n con el verano y la televisi¨®n.
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