Muertos de amor por Le¨®n
La protagonista, que hoy tiene una plaza con su nombre en la ciudad, cuenta sus aventuras en la sede de la monarqu¨ªa norte?a, devenida viejo poblach¨®n
![Una mujer toma el sol en un banco frente a la catedral de Le¨®n.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/R4Q4R63FPZIM6G7FZKECO7SFSU.jpg?auth=472e792af1c63648c7f5c2d8d8e95fcd58a24df33cd6c27c18efbb463a80ac83&width=414)
![Julio Llamazares](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fd62446f2-8cd3-4d1d-9e7d-3188f0cdb1e1.png?auth=7aa8c601527c2e2096b895f0df2a522dddc71fdb96d5a292ed60136d51c49986&width=100&height=100&smart=true)
El relato de la P¨ªcara Justina, del que los leoneses est¨¢n orgullosos sin haberlo le¨ªdo casi ninguno (yo mismo hasta hace muy poco) pese a que es una burla del autor a los lugare?os y a Le¨®n, ciudad que, seg¨²n los estudiosos de la obra, debi¨® de conocer el escritor con ocasi¨®n de un viaje que hizo acompa?ando al rey Felipe III desde Valladolid, donde estaba la corte entonces, narra la chanza que su alter ego, la p¨ªcara mansillesa, hace a la capital de un reino que, como Mansilla hoy, hab¨ªa entrado en decadencia tras su ¨¦poca de esplendor medieval. En los albores del siglo XVII, la vieja sede de la monarqu¨ªa norte?a hab¨ªa venido a dar en un poblach¨®n viejo como la p¨ªcara se encargar¨¢ de contar junto con otras aventuras.
En realidad, el motivo por el que la p¨ªcara Justina viaja a Le¨®n no es tanto conocer la capital como acudir a una romer¨ªa pr¨®xima, la de la Virgen del Camino, que celebraba sus fiestas de agosto, as¨ª como huir de sus hermanos varones, que hab¨ªan llegado a Mansilla ¡°rompidos de vestido y de verg¨¹enza¡± al olor de la herencia de los padres, muertos los dos de manera c¨®mica: el padre de un golpe en la cabeza con un celem¨ªn de grano y la madre atragantada con una longaniza. Hospedada en un mes¨®n de Santa Ana, el barrio que por entonces serv¨ªa de entrada a la ciudad (hoy queda ya dentro), por lo que abundaban en ¨¦l las posadas, los mesones y las casas de placer (Justina nos describe ¡°unas mezquitas o casas de calabacero, donde estaban asomadas unas mujeres relamiditas, alegritas y raiditas¡±), se dedica a conocer la ciudad de la que le contaban en su mes¨®n mansill¨¦s maravillas los leoneses que se alojaban en ¨¦l. ¡°No he visto hombres m¨¢s moridos de amores por su pueblo, par¨¦celes a los leoneses que alabar a otros pueblos, y no a Le¨®n, es delito contra la Corona Real¡±, dice la p¨ªcara antes de apostillar, al ver que el rollo de Santa Ana (la picota de ajusticiamiento) compart¨ªa vecindad con las prostitutas, que sin duda era ¡°por tener en un mismo cartapacio culpa y pena¡±.
Del barrio de Santa Ana, donde viv¨ªan los curtidores y tejedores y otros profesionales de la miseria y en el que siglos despu¨¦s nacer¨ªa el anarquista Durruti (en una casa con soportales que el Ayuntamiento derrib¨® para hacer un jard¨ªn absurdo, como, por otra parte, suceder¨ªa con todas las casas tradicionales de alrededor; hoy la p¨ªcara no reconocer¨ªa el barrio salvo por la iglesia), se encamin¨® hacia el centro de la ciudad cruzando sus cercas ¡ªlas murallas de cantos de r¨ªo que a¨²n se conservan en gran parte hoy¡ª y el mercado que se celebraba en la calle que un¨ªa el arrabal de extramuros con la ciudad (a¨²n tendr¨ªan que pasar algunos a?os para que se edificara la Plaza Mayor, donde aquel tiene lugar actualmente). ¡°Lo que yo sud¨¦ en ir por la calle de Santa Cruz, plaza y calle Nueva, a la Iglesia Mayor, no fue poco, porque el calor era mucho (¡) Quiz¨¢s, como los leoneses ten¨ªan tan publicadas sus fiestas, debi¨® venir a verlas el calor de Extremadura¡±, dice Justina con guasa, que antes hab¨ªa asegurado que ¡°Le¨®n es yelo¡±.
Gorriones en sementera
Para la catedral o Iglesia Mayor, como ella la nombra, al contrario que para otros edificios nobles de la ciudad, de los que tambi¨¦n se burla aun reconociendo en algunos su arquitectura y riquezas por hacerlo a la vez de los leoneses (del convento de San Marcos, actual Parador de Turismo, dice, por ejemplo, que ¡°tiene un buen medio claustro y una escala de Jacob que se hizo aposta para ense?ar a trepar¡±, y de la bas¨ªlica de san Isidoro, la llamada Capilla Sixtina del rom¨¢nico espa?ol, donde est¨¢ el pante¨®n de los monarcas leoneses, que ¡°est¨¢n muchos reyes juntos sin baraja¡±), no tiene m¨¢s que palabras de encomio. Tras refrescarse en la fuente de la plaza de Regla ¡ªhoy trasladada a otro lugar¡ª, en la que hab¨ªa unas cuantas mozas de c¨¢ntaro que a Justina le parecieron ¡°gorriones en sementera, seg¨²n chillaban¡±, entr¨® en la catedral, que le pareci¨® por fuera ¡°bien galana, tanto que pens¨¦ que era el carro del d¨ªa del Corpus¡± y por dentro ¡°una taza de vidrio, que se puede beber por ella¡±.
Coincidi¨® que era el d¨ªa de las Cantaderas, fiesta que rememora el tributo de las cien doncellas que, al decir de la tradici¨®n, los reyes leoneses hubieron de pagar durante alg¨²n tiempo al emir de C¨®rdoba para que les permitiera vivir en paz, por lo que pudo verla en directo y contarla: ¡°Ten¨ªan las cantaderas dieciocho o veinte a?os (¡) y diz que todas v¨ªrgenes (¡) Llevaban por gu¨ªa delante de s¨ª una que llaman las Sotadera, la cosa m¨¢s vieja y mala que vi en toda mi vida¡±. El baile de las Cantaderas ¡ª¡°con atambores (¡), yo pens¨¦ que las llevaban a la guerra¡±¡ª se celebraba en el claustro de la catedral, pero a la mansillesa le dio tiempo a maliciar, al ver que hab¨ªa tantos can¨®nigos como asientos para ellos en el coro, que, cuando prebendados y cantaderas cantan en ¨¦l, ¨¦stas se sentar¨¢n en sus piernas.
La visita de la p¨ªcara Justina a Le¨®n prosigue por lo que era la ciudad entonces, por lo que no pudo ver el lugar en el que est¨¢ la plaza que lleva su nombre, en el primer ensanche a extramuros de aquella, y que es la ¨²nica memoria que de su paso ha quedado en la ciudad, aparte de su historia, tan desconocida por los leoneses. Pese a las muchas ediciones que del libro han hecho las instituciones locales, este sigue siendo un perfecto misterio para casi todos, como lo corrobora en la plaza, llena de jubilados sentados en torno al quiosco y j¨®venes que all¨ª se citan, Bego?a, profesora de Lengua y Literatura que afirma que pocos han le¨ªdo el libro y que ni en los institutos ni en la Universidad de Le¨®n se ense?a. No es de extra?ar a tenor de las palabras con las que Justina rubric¨® su despedida de la ciudad al irse: ¡°Me parecieron bien las salidas, que las tiene Le¨®n muy buenas (¡) Enti¨¦ndese si las salidas son para no tornar jam¨¢s, como yo he hecho¡±.
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