Formas nuevas, vieja ventilaci¨®n
Los movimientos de c¨¢mara y los cortes de montaje no son el mejor servicio que el director pueda hacer a la entrega incondicional de un reparto estupendo
LA GAVIOTA
Direcci¨®n: Michael Mayer.
Int¨¦rpretes: Annette Bening, Elisabeth Moss, Brian Dennehy, Corey Stoll.
G¨¦nero: drama. Estados Unidos, 2018.
Duraci¨®n: 98 minutos.
¡°Hacen falta formas nuevas. S¨ª, formas nuevas; y, si no las hay, m¨¢s vale que no haya nada¡±, exclama Konstantin Treplev en el primer acto de La gaviota. Sus palabras podr¨ªan ser un eco de lo que Ant¨®n Chejov estaba intentando forjar con esa obra que, abucheada la noche de su estreno, acabar¨ªa definiendo un nuevo modelo de dramaturgia. La erosi¨®n del tiempo sobre los ideales, la existencia como trenzado de lo doloroso y lo banal y como territorio de afectos malogrados son algunos de los temas principales de esta pieza maestra de un autor al que algunos cineastas como Nuri Bilge Ceylan siguen considerando nuestro contempor¨¢neo.
Michael Mayer, director teatral que estren¨® un Tio Vania en el 2000 con Derek Jacobi y Laura Linney en cabeza de reparto, asume su adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica de La gaviota como si a¨²n siguiera vigente esa exigencia de airear un texto esc¨¦nico en su traslado a la gran pantalla. Los movimientos de c¨¢mara y los cortes de montaje no son el mejor servicio que un cineasta puede hacer a la entrega incondicional de un reparto que parece haber recibido esta oportunidad de hacer un chejov como ese regalo que ya nadie pod¨ªa esperar de la industria audiovisual.
No hay excesos, ni notas falsas en un reparto donde tanto el Boris Trigorin de Corey Stoll como la Masha de Elisabeth Moss brillan especialmente al servir, sin atisbo de afectaci¨®n, las ambig¨¹edades de sus personajes. A la Irina de Annette Bening le pesa en exceso su lado de madre castradora, pero su acuerdo / s¨²plica ante Trigorin marca uno de los mejores momentos de la funci¨®n. Y la mirada de Brian Dennehy es hasta tal punto la de Sorin que da la impresi¨®n de que el actor ya estaba ah¨ª, tendido en su crep¨²sculo, cuando Chejov lo imagin¨®.
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