Cuando el alcohol solo es literatura
La capacidad francesa para convertirlo todo en literatura ha llegado al extremo de elevar el champ¨¢n, un vino espumoso con bolitas, a s¨ªmbolo del placer, de la libertad y la alegr¨ªa,
?Se puede ser un intelectual en Francia sin entender de quesos y de vinos? En cualquier pel¨ªcula francesa se produce siempre la inevitable secuencia de una discusi¨®n de sobremesa en la que los actores se enredan en cualquier tema profundamente insustancial ante una botella de vino con una copa en la mano. Entre El discurso del m¨¦todo de Descartes y la aristocracia vinatera de Borgo?a, Burdeos y Reims, todo es literatura en Francia: el amor, la filosof¨ªa, el vino, la cocina, el sexo, la pol¨ªtica. En los viajes a Par¨ªs de los buenos tiempos tambi¨¦n era literatura, solo literatura, estrechar la mano de Roger Cazes, el due?o soberano de la Brasserie Lipp, despu¨¦s de pasar el estricto control que ejerc¨ªa personalmente en la puerta para impedir la entrada a los turistas, sobre todo a los norteamericanos.
El champ¨¢n lleg¨® para liberar a la mujer y hacer que se sintiera bella e irresistible brindando
El se?or Cazes seleccionaba a los clientes de forma que su dise?o no desentonara con el aire del local donde tomaban asiento periodistas famosos, pol¨ªticos de derechas e izquierdas y los intelectuales consagrados, entre otros el presidente Mitterrand y el fil¨®sofo Cioran quienes compart¨ªan la misma amante y la misma mesa en Lipp. En el momento de examinar la carta de vinos, aunque fueran de ideolog¨ªas distintas, todos conflu¨ªan en el mismo ce?o severo de entender de cosechas, reservas y a?adas.
En aquellos viajes a Par¨ªs de los buenos tiempos hab¨ªa que cumplir el rito de comerte uno de los tres huevos duros expuestos en un cuenco en las mesas del caf¨¦ de Flore como hac¨ªa Sartre o tomarte un piperm¨ªn en la terraza de Les Deux Magots como le gustaba a Tristan Tzara o sorber voluptuosamente unas ostras en la Closerie de Lilas con un vino de Alsacia despu¨¦s de haber le¨ªdo los nombres de clientes ilustres, Lenin, Apollinaire, Gide, Beckett, grabados en el m¨¢rmol de los veladores. Era solo literatura citarse despu¨¦s en la Coupole, en la Rotonde o en el D?me de Montparnasse con un conocido pol¨ªtico espa?ol comunista en el exilio jugando a conspirar ante un beaujolais nouveau, reci¨¦n arribado el mismo d¨ªa a todos los bares de Francia.
La incre¨ªble capacidad de los franceses para convertirlo todo en literatura ha llegado hasta el extremo de elevar el champ¨¢n, un vino espumoso con bolitas, a s¨ªmbolo del placer, de la libertad y la alegr¨ªa, creado para que la mujer pudiera beberlo en p¨²blico sin que la tomaran por una furcia, como suced¨ªa con la mujer sentada en un bar ante una copa de vino tinto. El champ¨¢n lleg¨® para liberarla y hacer que se sintiera bella e irresistible brindando.
La literatura del alcohol te obliga a ingerirlo en la dosis precisa en el lugar adecuado
Por el valle del Marne hacia Reims fui un d¨ªa hasta las cavas de la Veuve Clicquot Ponsardin donde hab¨ªa entonces 24 millones de botellas dormidas a lo largo de 16 kil¨®metros de galer¨ªas de una antigua mina de tiza de los romanos. Dom Perignon, M?et & Chandon, Pommery, Bollinger, Krug, Louis Roederer son nombres de la mitolog¨ªa que en la campi?a de Reims se cultivan con delicadeza y durante los dos ¨²ltimos meses de crianza los servidores acarician cada botella hasta 40 veces sutilmente para remover los posos.
La literatura del alcohol te obliga a ingerirlo en la dosis precisa en el lugar adecuado. Los versos de Rimbaud, de Verlaine y de Baudelaire flotan en el an¨ªs perdulario y en la absenta canalla que pod¨ªan ser bebidos una noche en el antiguo mercado de Les Halles, jugando a ser un se?orito calavera. El calvados elaborado con manzanas benedictinas requiere como escenario la galer¨ªa del Grand Hotel de Cabourg, el balbec de Marcel Proust, en la Normand¨ªa. En Nueva York, despu¨¦s de cruzar a pie el puente de Brooklyn por su pasarela de madera, no estaba mal recalar en el River Cafe para tomar un dry martini y contemplar la l¨ªnea del cielo de Manhattan cuando las Torres Gemelas aun se reflejaban en la aceituna. El Ulises de Joyce te lleva directamente hacia una pinta de Guinness en el Davy Byrnes, de Dubl¨ªn. Por supuesto, el daiquiri habr¨ªa que tomarlo en el Floridita de La Habana, preparado por el barman Constante, a ser posible, sin pensar que tambi¨¦n lo tomaba en ese lugar el ubicuo e inevitable Hemingway. Para un Jack Daniel¡¯s vendr¨ªa bien el inmarcesible blues de medianoche que sonaba en el desaparecido y diminuto Sardine Club de Chicago ante cuyas ¨²nicas cinco mesas un d¨ªa cant¨® Sinatra. Para el vodka hay que ir al bar del hotel Europa de San Petersburgo y el gin tonic se merece los salones del hotel Cathay de Shangh¨¢i donde transcurre La condici¨®n humana de Malraux. El arte es una cosa mental, dijo Da Vinci. Sucede lo mismo con el alcohol cuando solo es literario.
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