Prince: Juegos solitarios

Resulta muy, muy marciano que los hermanos de Prince empiecen a mostrarnos los supuestos fabulosos tesoros de su archivo, The Vault, con esta cinta precisamente: una casete registrada en el estudio de la casa de Chanhassen (Minnesota).

?Casa? Para nuestros ojos, todo un rancho, con su bosque ?y un molino! La primera gran inversi¨®n de Prince, que luego cedi¨® a su padre. Tras la muerte de su progenitor, orden¨® derribar los edificios y aquello es ahora un solar. ?Las razones? Misteriosas, como la mayor parte de las decisiones importantes de su vida.

Al menos, s¨ª podemos hacernos una idea de los motivos para grabar lo que ahora se vende como Piano & a microphone 1983. No son maquetas, como se est¨¢ diciendo. Escuchamos a un artista tocando y cantando por gusto, a solas con su t¨¦cnico de sonido. El grabar en casete sugiere que aquello no era material profesional, apto para sumar otros instrumentos. Todo lo m¨¢s, pod¨ªa tratarse de un regalo para sus novias.

No estaba pensando en la posteridad ni en ilustrar a su banda: hay temas plenamente explorados y otros por los que pasa brevemente. Pura expresi¨®n torrencial, con un cantante juguet¨®n que cambia de registro y que demuestra la plasticidad de cualquier instrumento que ca¨ªa en sus manos (y pies, en este caso).

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As¨ª que se cuelan ruidos corporales, junto con las instrucciones para el ingeniero (no hab¨ªa contacto visual entre ambos). El piano, claro, es el rey de los instrumentos y aqu¨ª se palpa el deleite de Prince en despistarse y rectificar inmediatamente, en desarrollar melod¨ªas insinuadas en otras versiones, en jugar con su inmenso cancionero mental.

La cosecha de canciones es parva. Produce frustraci¨®n escuchar un fragmento de Purple rain en modo cantautoril, que desemboca en un tema de Joni Mitchell igualmente tajado. 17 days fue una grata cara B en 1984; en esta lectura desnuda consigue evocar los celos que pudieron ser su inspiraci¨®n, Oh Mary don¡¯t you weep es una recreaci¨®n doliente de un spiritual del siglo XIX. Cold coffee & cocaine parece seguir el patr¨®n de las canciones gamberras que compon¨ªa para Morris Day, con la voz impostada de un vividor habituado a las asechanzas femeninas; el detalle ganador es o¨ªrle especulando qu¨¦ podr¨ªa rimar con house (se decide por mouse). Why the butterflies refleja, nos asegura Jill Jones, su intimidad sexual pero, de ser cierto, en esta grabaci¨®n se autocensura.

Finalmente ?cu¨¢l es el problema? Estamos ante un bonito (mini)concierto ¨ªntimo para fans¡­aunque los fans ya conocen ese material, ampliamente pirateado. Dura menos de treinta y cinco minutos y habr¨ªa tenido mayor sentido publicarlo como complemento de una selecci¨®n de los conciertos que, con el mismo concepto, presentaba en sus d¨ªas finales. Podemos, debemos, agradecer a los herederos el cuidado que demuestran aqu¨ª al arroparlo con textos y fotos. Pero cabe deducir que piensan orde?ar la vaca hasta el infinito.