Vidas poco paralelas (o Jim & Al)
La autohagiograf¨ªa del embajador James Costos es una suma de lugares comunes, bober¨ªas y autobombo
1. Diplomacia
Le¨ª en diagonal, y deteni¨¦ndome de vez en cuando para beber algo que me aliviara de su empalagosa mixtura de estupidez e inanidad (hubo momentos que estuve a punto de arrojar), El amigo americano (Debate), las memorias de James Costos, embajador de EE UU en Espa?a de 2014 a 2017. No recuerdo haber le¨ªdo algo m¨¢s tonto desde que, hace unas semanas, hoje¨¦ una entrevista con Chabelita en una revista del coraz¨®n que encontr¨¦ en la consulta del oftalm¨®logo. La autohagiograf¨ªa de Costos (un subg¨¦nero literario frecuente en los pol¨ªticos, pero que el llamado ¡°hombre de Obama en Espa?a¡± lleva a su paroxismo) es una suma de lugares comunes, bober¨ªas y autobombo.
Su mayor m¨¦rito, al parecer, fue ¡°normalizar la diplomacia gay¡± y ¡°abrir¡± la Embajada de EE?UU a la ¡°sociedad¡±. Adem¨¢s, el antiguo ejecutivo de la HBO y buen amigo de Michelle Obama (a quien llev¨® a almorzar a La Castela, prueba de que el embajador s¨ª estaba bien asesorado en los asuntos que m¨¢s le interesaban) practic¨® abundantemente la dance floor diplomacy, se atrevi¨® a darle un suave corte a Pablo Iglesias, no se puso frac (¡°ni llegu¨¦ en carroza) para la ceremonia de la presentaci¨®n de credenciales al hoy Em¨¦rito, y permiti¨® en un banquete que la servicial Letizia (¡°muy preparada para su cargo¡±) le pasara los platos con las viandas que ella misma le combinaba: l¨¢stima que el difunto Vincente Minnelli no haya podido filmar aquel momento, en una pel¨ªcula que mezclara el br¨ªo dram¨¢tico y la tensi¨®n sexual de T¨¦ y simpat¨ªa (1956) con la alegr¨ªa y brillantez musical de Un americano en Par¨ªs (1951). Costos se merece, sin duda, una peli. Todo ello, alternando con sus bien merecidas vacaciones con partidas de golf con Obama en ¡°mi casa de Palm Beach¡±, en las que el embajador le hac¨ªa al presidente importantes sugerencias diplom¨¢ticas.
Y, mientras tanto, la administraci¨®n cotidiana de la Embajada segu¨ªa (y sigue) en el mismo estado de siempre: dificultades inform¨¢ticas (y precios abusivos) para obtener un visado, colas de espera para la preceptiva entrevista, ausencia de empat¨ªa con la gente, ineficacia burocr¨¢tica, indisimulable sentimiento de superioridad, etc¨¦tera. Por lo dem¨¢s ¡ªentre flor y flor, lechuga¡ª, Costos dedica un cap¨ªtulo de cinco p¨¢ginas (¡°qu¨¦ hacemos exactamente¡±) a explicar la dimensi¨®n militar de la relaci¨®n entre Espa?a y EE UU y, algo despu¨¦s, a mostrar su desacuerdo con el ministro Margallo, otro prodigio de diplomacia internacional. En la segunda parte de sus memorias, el pol¨ªtico deja paso al hombre: tras algunos dispersos recuerdos familiares y mucho?name dropping?de famosos a los que dio la mano en fiestas y otras faenas, Costos nos cuenta c¨®mo conoci¨® (en un avi¨®n) a Michael S. Smith, el dise?ador de interiores con quien comparte su vida, la v¨ªspera del d¨ªa de San Valent¨ªn de 1998: me parece altamente instructivo que las primeras palabras que ambos se cruzaron fueran ¡°perd¨®n¡± y ¡°lo siento¡±, cortes¨ªas que merecen una entrada comentada en mi pr¨®ximo diccionario di¨¢logos c¨¦lebres.
Hoy en d¨ªa ¡ªy tras adquirir un coqueto apartamento del barrio de Salamanca (where else?, como dir¨ªa George Clooney)¡ª, vive en Los ?ngeles con Michael y un perro (de ni?o no pudo tener mascotas porque era al¨¦rgico). Costos llor¨® (¡°un poquito¡±) cuando fue a La Zarzuela a despedirse, y ahora es embajador en su pa¨ªs de la revista?Hola! Qu¨¦ envidia. Lo ¨²nico que no me cuadra es que Santiago Roncagliolo, admirado autor de, por ejemplo, la novela Abril rojo (Alfaguara) y de la impresionante memoria-testimonio La cuarta espada (Debate), se haya prestado a actuar de ¡°negro¡± de lujo (o ¡°afroamericano¡±, en este caso) en este inane bodrio.
2. Crimen
En un momento dado de El Padrino II, Kay (Diane Keaton) le reprocha a Michael (Pacino) su ingenuidad por afirmar que su padre ¡°no es distinto a cualquier hombre con poder, como un senador o un presidente¡±. El di¨¢logo contin¨²a. Michael: ¡°?Por qu¨¦ soy ingenuo?¡±. Kay: ¡°Los senadores y los presidentes no mandan matar a otras personas¡±. Michael: ¡°?Qui¨¦n est¨¢ siendo ingenuo ahora, Kay?¡±. He pensado a menudo en esa escena ¡ªclave para comprender la evoluci¨®n de Michael Corleone¡ª leyendo la estupenda biograf¨ªa Al Capone (Anagrama), de Deirdre Bair, tambi¨¦n autora, por cierto, de una de las mejores biograf¨ªas de Samuel Beckett.
M¨¢s all¨¢ de mitificaciones y leyendas, alimentadas no solo por el propio g¨¢nster, sino tambi¨¦n por los medios (que vend¨ªan m¨¢s con su nombre en portada) y por el cine (para mi gusto Scarface, 1932, de Howard Hawks, sigue siendo la mejor pel¨ªcula inspirada en el g¨¢nster), Alphonse Capone (1899-1947) fue un asesino despiadado que consigui¨® controlar buena parte del crimen en Estados Unidos durante el periodo de entreguerras. Deirdre, que ha tenido acceso a los documentos y recuerdos de su familia, traza el perfil ¡°humano¡± del hombre que se hizo rico en los a?os veinte a costa de dirigir implacablemente ¡ªeliminando a sus rivales (¡°masacre del d¨ªa de San Valent¨ªn¡±, 1929)¡ª un imperio basado esencialmente en el control del alcohol ilegal, el juego y la prostituci¨®n.
La autora desenreda los mitos (no, no era un psic¨®pata; no, Eliot Ness no tuvo nada que ver con su detenci¨®n) construidos en torno al hijo de emigrantes napolitanos que nunca fue detenido por sus cr¨ªmenes mayores, sino por no haber pagado sus impuestos. Tras poco m¨¢s de seis a?os en el trullo ¡ªdonde tambi¨¦n era un rey con su corte¡ª, Capone, hijo de emigrantes napolitanos, y que, como Pablo Escobar, tambi¨¦n ten¨ªa su corazoncito (lo demostr¨® durante la Depresi¨®n de 1929 financiando comedores de ¡°sopa boba¡± para los menesterosos), sali¨® de Alcatraz a cuenta de una s¨ªfilis terminal. Muri¨® rodeado de su familia en su casa de Palm Island, Florida, en 1947.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.