Cecilia Bartoli, la gran engatusadora
La mezzosoprano cosecha un gran triunfo con una versi¨®n semiescenificada de 'La Cenerentola' de Rossini
El Ciclo de Grandes Int¨¦rpretes, que atraviesa serios problemas para que los aficionados acudan a escuchar a sus pianistas, llen¨® el Auditorio Nacional hace un mes con la presencia de Gustavo Dudamel y ahora ha vuelto a conseguir que aquellos salgan masivamente de sus casas para llenar hasta la ¨²ltima butaca de la Sala Sinf¨®nica al reclamo de Cecilia Bartoli, una artista con un tir¨®n popular asombroso. La mezzosoprano italiana ha construido su carrera en gran medida como una sucesi¨®n de proyectos individuales. Fragua cada uno de ellos con el m¨¢s absoluto sigilo, y el secretismo llega hasta el punto de hacer firmar a los traductores del vaiv¨¦n de textos que generan (pues son los ¨²nicos fuera de su c¨ªrculo ¨ªntimo que han de saber necesariamente de su contenido antes de la comercializaci¨®n) una cl¨¢usula de confidencialidad. Ha hecho de su carrera un perfecto producto de marketing en el que ella controla todas y cada una de las piezas. Se prodiga en escena lo justo, reh¨²ye los grandes teatros (donde su peque?a voz tiene serios problemas para hacerse o¨ªr), reduce sus contadas apariciones oper¨ªsticas a la ?pera de Z¨²rich (y en los ¨²ltimos a?os, al Festival de Pentecost¨¦s de Salzburgo, que ella programa) y es dif¨ªcil, si no imposible, verla cantar algo diferente del repertorio que ella misma elige para sus propios proyectos, casi siempre ligados a unos lanzamientos discogr¨¢ficos que le reportan, o reportaban, enormes beneficios.
Esta vez ha vuelto a hacer diana no con una aparici¨®n en solitario, sino con una versi¨®n semiescenificada de La Cenerentola, la ¨®pera de Rossini en la que comenz¨® a asentar sus credenciales hace m¨¢s de veinte a?os. Bartoli no tiene ya quiz¨¢ la edad ni la frescura vocal para seguir afrontando el papel, pero ella parece felizmente instalada en el t¨²nel del tiempo, porque Angelina encaja a las mil maravillas con esa imagen de jovencita inocente, seductora y pizpireta que le gusta encarnar. Rossini, sin embargo, se aviene mal con varias lacras que se dejaron sentir con fuerza nada m¨¢s empezar el concierto.
Rossini: La Cenerentola. Cecilia Bartoli, Carlos Chausson, Edgardo Rocha y Alessandro Corbelli, entre otros. Les Musiciens du Prince - Monaco. Dir.: Gianluca Capuano. Auditorio Nacional, 22 de octubre.
La primera y principal, una orquesta de muy deficiente calidad, y no vale la coartada de los instrumentos de ¨¦poca. Les Musiciens du Prince ¨C Monaco, como invita a hacer sospechar su nombre, parece una agrupaci¨®n ad hoc, sin personalidad propia y con enormes desigualdades entre sus miembros. As¨ª qued¨® patente en una obertura plagada de desajustes y notas falsas, amenizada solo por el pertinaz pitido de un m¨®vil que su due?o, un espectador sentado en las sillas del coro, era incapaz de silenciar. En ella qued¨® tambi¨¦n patente enseguida que Gianluca Capuano es todo menos un director refinado, af¨ªn al lenguaje rossiniano o poseedor de la t¨¦cnica necesaria para afrontarlo. La imprescindible claridad de las texturas se mud¨® casi siempre en emborronamiento y la fluidez no pod¨ªa abrirse paso entre las frecuentes brusquedades. El hecho de que director y orquesta se situaran a espaldas de los cantantes, sin posible contacto visual, propici¨®, y mucho, constantes desequilibrios y desacuerdos entre unos y otros.
La parte vocal no cogi¨® vuelo hasta que apareci¨® en escena Carlos Chausson, que hizo subir al instante varios enteros el nivel de la interpretaci¨®n. En un estado vocal formidable a sus 68 a?os, con una dicci¨®n de escuela (aun en los endemoniados pasajes del canto sillabato a raffica, en los que el texto debe cantarse cual r¨¢fagas de ametralladora), un absoluto dominio de la escena y apoyado en su largu¨ªsima experiencia rossiniana, muy especialmente en este papel de Don Magnifico, sus intervenciones fueron con mucho lo mejor de la tarde, incluidos los concertantes, en los que siempre dio la cara y tuvo la necesaria presencia sonora. Por fortuna, el p¨²blico repar¨® en ello y le dedic¨® tanto tras sus dos grandes arias (en la segunda estuvo a¨²n mejor que en la primera) como al final aplausos y aclamaciones entusiastas. Y no aparece descabellado afirmar que las suyas fueron exclamaciones de admiraci¨®n ganadas enteramente por m¨¦ritos propios, sin trampa ni cart¨®n.
Cecilia Bartoli se trae los aplausos de casa, por as¨ª decirlo, porque sus incondicionales llegan ya conquistados para la causa, y sus astutas zalamer¨ªas no hacen m¨¢s que redoblarlos. Tiene destellos de gran cantante, qui¨¦n lo duda, pero su voz, a pesar del celo y de los desvelos con que la ha cuidado, se ha vuelto mucho m¨¢s mate, sobre todo en la zona central, y abusa de los graves forzados, con su caracter¨ªstico cambio de color. A¨²n puede afrontar la coloratura con garant¨ªas, es cierto, aunque no pocas veces la reajusta para acomodarse mejor a ella, sin que resulte f¨¢cil comprender lo que est¨¢ cantando: nada que ver con la dicci¨®n cristalina de Chausson, aun en las condiciones m¨¢s adversas. La italiana luci¨® tres vestidos, el segundo de los cuales, en color plata, le hac¨ªa brillar con luz propia.
Del resto del reparto, Alessandro Corbelli, que ya cant¨® y grab¨® con ella Dandini en los a?os noventa, demostr¨® ser un cantante de excelente escuela y muy buenas maneras, pero su voz se encuentra ya muy castigada y el fiato le juega malas pasadas. Decepcionante Edgardo Rocha como Don Ramiro, con muchos problemas en las notas agudas y una l¨ªnea de canto muy discontinua. Correctas Martina Jankova y Rosa Bove, que acentuaron quiz¨¢s en exceso el car¨¢cter rid¨ªculo de sus personajes en detrimento de su prestaci¨®n vocal, e intrascendente, por inexpresivo, Jos¨¦ Coca como Alidoro. Bien el reducido coro masculino de la ?pera de Montecarlo y muy en la l¨ªnea con lo escuchado los sobret¨ªtulos, frecuentemente desincronizados. La semipuesta en escena cultiv¨® un humor de guante blanco para provocar la risa f¨¢cil. Una conocida marca de relojes de lujo ?Bartoli atrae al dinero como un im¨¢n? acot¨® parte del primer piso del Auditorio para sus invitados y la Oficina de Turismo de M¨®naco organizaba un c¨®ctel en un hotel cercano tras el concierto. Pero dinero y excelencia art¨ªstica no siempre van de la mano.
Babelia
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