Mujeres rotas

En 1920, en el interior de un plano fijo de poco m¨¢s de un minuto, el actor John Barrymore consigui¨® pasar de la apariencia humana del racional doctor Jekyll a la monstruosidad pulsional de Mr. Hyde sin necesidad de recurrir al maquillaje, elevando el momento cumbre de la adaptaci¨®n que dirigi¨® John S. Robertson. Ochenta y cuatro a?os m¨¢s tarde, en otro plano que registraba las huellas de un irrepresentable fuera de campo sobre el rostro de Nicole Kidman, la actriz lograba hacer inteligible una imposibilidad, una paradoja en la secuencia clave de Reencarnaci¨®n (2004) de Jonathan Glazer. Eva Llorach, que fue la portadora de un secreto traum¨¢tico en Diamond Flash (2011) y ha encarnado en escena identidades tan delicadas como la del primer sujeto de un trasplante de rostro ¨CA¨²n no consigo besar- o la de una orfandad deconstruida ¨CLa familia No-, protagoniza en Qui¨¦n te cantar¨¢, tercer largometraje de Carlos Vermut, un momento tan poderoso como los antes mencionados: la secuencia es un coraz¨®n negro que, cuando empieza a palpitar, rompe la pel¨ªcula en dos mitades. El futuro espectador de la pel¨ªcula reconocer¨¢ al instante de qu¨¦ momento est¨¢ hablando el cr¨ªtico. No hace falta nada m¨¢s que un rostro (y un fuera de campo cargado de tensi¨®n) para que se produzca la magia (negra): Llorach, sin necesitar palabra alguna, se convierte en otra, libera su sombra, coge el tim¨®n de una pel¨ªcula excelente y la convierte en ¨²nica, irrepetible.

Cr¨®nica de una vampirizaci¨®n pactada y liberadora, relato de desdoblamientos que, a su vez, se desdobla, melodrama contenido y claustrof¨®bico acerca de los esqueletos en el armario que sostienen todo triunfo y respuesta a Persona (1966) en primera l¨ªnea de playa (helada), Qui¨¦n te cantar¨¢, presidida por la mirada de una Najwa Nimri que se mira a s¨ª misma como quien descubre una forma de vida alien¨ªgena, abre un cierto camino vocacionalmente cl¨¢sico en el cine de Vermut: la acci¨®n ¨Cde c¨¢mara- se despliega en orden cronol¨®gico y, salvo una autocita bastante prescindible al comienzo, no hay aqu¨ª desv¨ªos narrativos, ni bifurcaciones. Resulta algo desconcertante que, en esta historia de cantante amn¨¦sica que necesita (o no) reconstruirse y reconquistar su identidad, quien parezca estar engolando la voz sea el propio director, que no libera de afectaci¨®n su puesta en escena hasta el valiente, arrebatado y sabiamente ambiguo cl¨ªmax final, resuelto como explosi¨®n de rabioso y arrebatador estilo.