Max Beckmann, el exorcista
El expresionismo de este artista cobra actualidad en los cuerpos mutilados de cada telediario
A principios del siglo XX, en los balnearios de Europa los burgueses alegres y confiados tomaban las aguas propicias y bailaban al son de orquestas de violines y trombones, sin saber que fuera de su preservada felicidad el mundo estaba a punto de saltar en pedazos. Algunos artistas fueron los primeros en presagiar esta tragedia. Pablo Picasso hab¨ªa sentenciado: ¡°Cuando una figura no cabe en el cuadro se le cortan las piernas y se colocan a uno y otro lado de la cabeza¡±. El 28 de junio de 1914, en Baden Baden sonaba un vals bajo los perfumados tilos del parque y en medio de una perfecta armon¨ªa, de repente, la orquesta dej¨® de tocar. Algunos oyentes rodearon a un guardia que en ese momento estaba fijando en un tabl¨®n visible un cartel con la noticia de que el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del imperio austroh¨²ngaro, y su mujer hab¨ªan sido asesinados en Sarajevo.
Nadie dio demasiada importancia a ese hecho, de modo que el vals comenz¨® a sonar de nuevo desde el mismo comp¨¢s en que se hab¨ªa interrumpido y aquellos felices burgueses siguieron ejerciendo su exquisita cortes¨ªa en los blancos sillones. Nadie supo explicar c¨®mo sobrevino la guerra, pero de pronto aquel espejo de felicidad evanescente se llen¨® de sangre. La mayor¨ªa de pintores expresionistas alemanes, entre otros, George Grosz, Otto Dix, Erich Heckel, Ludwig Kichner y Max Beckmann ya hab¨ªan presagiado en su obra este descuartizamiento de las figuras de carne y hueso que se avecinaba.
El pintor y escultor alem¨¢n Max Beckmann era reacio a que le encasillaran como expresionista. Rechazaba cualquier etiqueta. De hecho, despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial, durante la Rep¨²blica de Weimar, fue acad¨¦mico de las Artes, gozaba de reconocimiento y prestigio, expon¨ªa con ¨¦xito en las mejores galer¨ªas, impart¨ªa clases en centros oficiales y era agasajado por la cr¨ªtica y por los representantes de la cultura establecida. Pero pas¨® el tiempo y, en abril de 1936, Beckmann se encontraba en Baden Baden, donde se celebraba tambi¨¦n una fiesta y los acordes del vals sonaban bajo los mismos tilos en flor de 1914. Desde all¨ª escribi¨® a su segunda mujer, Matilde von Kaulbach, m¨¢s conocida por Quappi, una carta llena de amarga iron¨ªa en la que describ¨ªa el tenso ambiente que se respiraba entre los hu¨¦spedes del balneario: ¡°Hoy vuelve a ser un radiante d¨ªa de primavera en honor del F¨¹hrer, con muchas esv¨¢sticas ondeando. Qu¨¦ fant¨¢stico poder vivir este momento¡±. En poco tiempo, Beckmann pas¨® de recibir toda la veneraci¨®n a ser acusado de bolchevique cultural por el Gobierno.
En 1937, comenz¨® el ataque sistem¨¢tico del ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, contra el arte moderno. Muchos cuadros de Beckmann fueron descolgados de los museos alemanes y sirvieron de tope en las puertas de los despachos de los bur¨®cratas del nacionalsocialismo, mientras se preparaba la gran exposici¨®n del arte degenerado en M¨²nich, donde los cuadros de los expresionistas se presentaron mal colgados, torcidos y arrumbados, de forma que el p¨²blico pudiera someterlos a burla y desprecio. A partir de ese momento, Beckmann decidi¨® abandonar Alemania y expres¨® ese prop¨®sito a algunos amigos exiliados. Hedda, una de las hermanas de Quappi, residente en ?msterdam, a la saz¨®n de paso por Baviera, simul¨® un viaje familiar y se los llev¨® a Holanda. El pintor ya no volver¨ªa m¨¢s a su pa¨ªs. Muri¨® en Nueva York en 1950.
La exposici¨®n Beckmann. Figuras del exilio, en el Museo Thyssen-Bornemisza, comisariada por Tom¨¢s Llorens, recoge 50 ¨®leos, dos esculturas y una carpeta con 11 serigraf¨ªas, realizados por el pintor durante ambos exilios, el interior y el exterior. A la inauguraci¨®n oficial asisti¨® ayer el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, de visita oficial en Madrid, lo que significa que Beckmann, en su d¨ªa denostado por los nazis, recobr¨® enseguida con creces la bendici¨®n oficial y ha sido exaltado por precios exorbitantes en las subastas, sin perder el efecto corrosivo que tiene de alegor¨ªa frente a la danza macabra del mundo de hoy.
La ciudad convierte al ser humano en un ente an¨®nimo sin identidad. De hecho, cada ciudadano camina por la calle con el rostro convertido en un espectro. En esta nueva Babilonia electr¨®nica se agitan los mismos payasos de entonces, las escenas de cabaret pol¨ªtico se suceden hoy en los Parlamentos y el circo medi¨¢tico acrecienta un interminable baile de m¨¢scaras.
En la etapa anterior a la Gran Guerra, Beckmann expres¨® su mundo con figuras redondeadas y con una serie de autorretratos. Luego, bajo el espejo evanescente de los felices a?os veinte, los burgueses decidieron olvidar la pasada carnicer¨ªa y volvieron a bailar el vals y, mientras esta alegre fiesta suced¨ªa, las criaturas de Beckmann comenzaron a adquirir una contorsi¨®n corporal casi diab¨®lica, que no era sino la premonici¨®n de otra inminente tragedia que llegaba con la ascensi¨®n de Hitler al poder. Poco despu¨¦s, las im¨¢genes de los campos de concentraci¨®n convirtieron a Beckmann en un exorcista. El carnaval de violencia contin¨²a, de forma que hoy el expresionismo de Max Beckmann se hace actualidad en cada telediario con la sucesi¨®n grotesca de cuerpos mutilados.
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