En la mente del asesino
El auge de series, pel¨ªculas y libros de ficci¨®n y no ficci¨®n que se rinden a la fascinaci¨®n por los criminales plantea un debate sobre las implicaciones morales de ese inter¨¦s
?A qu¨¦ viene ese inter¨¦s por entrevistar a condenados por cr¨ªmenes violentos? Los motivos y prop¨®sitos de los criminales para acceder a una entrevista parecen m¨¢s o menos claros: dinero, si lo consiguen; exhibicionismo; ratificaci¨®n; vanidad; ofrecer al p¨²blico, por si cae alguna recompensa, ¡°un monstruo para compararse¡± y as¨ª sentirse mejor (como observ¨®, mosqueado, el asesino de taxistas Ricardo Melogno); si nos apuran y no desconfiamos demasiado de que nos est¨¦n engatusando, necesidad de explicarse, de arrepentimiento o perd¨®n (Ted Bundy, asesino de al menos 36 mujeres, ante el reverendo Dobson el d¨ªa antes de ser ejecutado). En resumen, agotada la v¨ªa legal, apelar a una instancia suplente o complementaria como la opini¨®n p¨²blica para obtener una revisi¨®n de su caso; y, bueno, a veces con un poco (m¨¢s) de reconocimiento basta.
Un criminal concede una entrevista para pedir algo, y no es raro que el entrevistador tenga tambi¨¦n sus propios planes. El reverendo James Dobson, t¨ªpico caso de entrevistador inductor, obtuvo expl¨ªcitamente de Ted Bundy el mensaje contra la pornograf¨ªa como ¡°propulsora¡± de la conducta criminal que hab¨ªa ido a buscar, y luego puso a la venta por 25 d¨®lares cintas con el material grabado a trav¨¦s de su organizaci¨®n evang¨¦lica Focus on the Family. Los entrevistadores previstos por las instituciones penitenciarias ¡ªcrimin¨®logos y psiquiatras, por ejemplo¡ª trabajan a favor de la ley y buscan un conocimiento v¨¢lido a efectos de contenci¨®n y prevenci¨®n; pero al mismo tiempo proporcionan a los convictos, con sus clasificaciones y diagn¨®sticos, un lenguaje del que no tardan en sacar provecho, porque los dota de una identidad de la que carec¨ªan (no eran nada, o no sab¨ªan qu¨¦ eran, hasta ser criminales o categor¨ªas psiqui¨¢tricas) y que ahora, si no asumir, al menos pueden declarar. Se da, en general, un tipo particular de colaboraci¨®n entre entrevistador y entrevistado donde la solicitud es un valor clave a la hora del reparto de beneficios, y por eso mismo resulta sospechosa. Incluso en flagrantes bravuconadas como las del profesional en el g¨¦nero Charles Manson (¡°Cr¨¦ame, si me pusiera a matar gente, ni uno de ustedes quedar¨ªa vivo¡±, le dijo a la reportera de la NBC Heidi Schulman en 1987), no estamos seguros de que no act¨²en sol¨ªcitamente y digan lo que nosotros queremos o¨ªr.
El asesino Melogno no ve¨ªa m¨¢s que ¡°una mancha¡± en el test de ?Rorschach, pero¡ ¡°uno, por complacer, dice algo¡±. Y a?ade: ¡°Y en general, con lo que dec¨ªs te hunden¡±. Con los periodistas no es tan evidente que el entrevistado corra el peligro de que le ¡°hundan¡± y no siempre tiende a olvidar, como dijo c¨¦lebremente en 1968 Joan Didion que le ocurr¨ªa a ella (por su f¨ªsico menudo y ¡°neur¨®tica¡± falta de expresividad), que juegan ¡°contra sus intereses¡±. M¨¢s bien recuerda que los periodistas suelen ser parte activa ¡ªtantas veces servicial¡ª de la opini¨®n p¨²blica y que muchas veces act¨²an menos como mediadores que como parte implicada. A menudo nos sorprenden con los argumentos m¨¢s peregrinos. No hace mucho, ante el rumor de que los violadores de la llamada Manada estaban negociando entrevistas en televisi¨®n, no faltaron partidarios de semejante eventualidad y tuvimos que o¨ªr no solo que los criminales ten¨ªan derecho a ser escuchados (como si no hubiera habido un juicio de por medio), sino que tambi¨¦n nosotros lo ten¨ªamos ¡ª?por favor!¡ª a conocer su versi¨®n. Otros, m¨¢s disimulados, m¨¢s reacios a que se les viera como simples c¨®mplices del ruido, esgrimieron, adiv¨ªnenlo, el ¡°inter¨¦s informativo¡±.
En un reciente y excelente libro, Magnetizado, Carlos Busqued ha mantenido un ¡°di¨¢logo¡±, como ¨¦l lo llama, con el ya citado Ricardo Melogno, que en septiembre de 1982, cuando ten¨ªa 20 a?os, asesin¨® al azar a cuatro taxistas en Buenos Aires y lleva desde entonces encerrado en instituciones penitenciarias y psiqui¨¢tricas. Reaparecen ah¨ª, de forma bien patente, las limitaciones ¡ªy las trampas¡ª del ¡°inter¨¦s informativo¡±. El desider¨¢tum, naturalmente, es la explicaci¨®n de los hechos, y es com¨²n a entrevistador y entrevistado: ¡°Yo tambi¨¦n tengo que buscar¡±, dice este ¨²ltimo, ¡°una explicaci¨®n que me parezca satisfactoria y razonable¡±. Pero nunca deja de ser consciente, despu¨¦s de 33 a?os internado, de un hecho: ¡°Reconstruyo los hechos a trav¨¦s de las palabras de otros, reconstruyo el tiempo a trav¨¦s de la cronolog¨ªa de otros¡±. Si hasta el tiempo, formalizado en una ¡°cronolog¨ªa¡±, en un historial, de la infancia al momento presente, es un orden impuesto, ajeno¡, ?qu¨¦ podemos esperar de aproximaciones menos metaf¨ªsicas? El entrevistador Busqued se esfuerza honradamente en no ser un inductor-manipulador, y tampoco se ve en el papel ¨¦pico del cazador que podr¨ªa vanagloriarse de haber dejado a su presa sin coartadas: aunque de hecho le aprieta ¡ª¡°?Por qu¨¦?¡±, ¡°?Y cu¨¢l ser¨ªa ese porqu¨¦?¡±, ¡°?En qu¨¦ sentido?¡±, ¡°[Esto] qu¨¦ es?¡±, ¡°?Golpes de qu¨¦ tipo?¡±¡ª, en conjunto la impresi¨®n que deja el libro, cuyo subt¨ªtulo es ¡®Una conversaci¨®n¡¯, es precisamente la de una conversaci¨®n entre un esc¨¦ptico curioso en busca de precisi¨®n y un experto en el ¡°costado oscuro¡± que no se ha hecho ilusiones sobre la inteligibilidad de sus experiencias.
No hay explicaci¨®n si no es requerida; y al ser requerida, si uno no la sabe¡, ?se la inventa?
¡°Me parece que esper¨¢s que yo te cuente alguna sensaci¨®n fuerte, y vos ten¨¦s que entender que todo esto pas¨® pensando boludeces¡±, insiste Melogno; y repite que todo lo que pens¨® ¡°lo pens¨¦ y lo dije despu¨¦s, cuando me preguntaron¡±. No hay, pues, explicaci¨®n si no es requerida; y al ser requerida, si uno no la sabe¡, ?se la inventa? Los hechos en s¨ª no se explican m¨¢s que como ausencia ¡ªun no sentir, un no pensar¡ª, y ese es un duro hallazgo para el ¡°inter¨¦s informativo¡±, muy poco sensible, a no ser que venga con alharacas, al acto gratuito. La consigna de que cuando no hay nada que decir se dice de todas formas queda l¨²cidamente expuesta, delatada, en este libro: ni el entrevistador ni el entrevistado ni el p¨²blico saben mucho m¨¢s al concluir la entrevista que en el momento de empezarla. Entretanto se ha reproducido una ceremonia: no, en este caso, la muy fastidiosa de la reafirmaci¨®n a dos bandas, sino otra quiz¨¢ m¨¢s fraternal, la de la ignorancia. O la del vac¨ªo, que es la forma solemne de la ignorancia. A prop¨®sito de un plan de fuga que inclu¨ªa medidas realmente extraordinarias, el entrevistador parece vislumbrar una oportunidad: ¡°?C¨®mo es tragarse 27 hojas de afeitar? ?Qu¨¦ se siente?¡±, pregunta; y el entrevistado responde: ¡°No se siente nada¡±. Esta parece ser la ¨²nica respuesta alternativa a la de satisfacer, con la ratificaci¨®n tozuda o ¡°las palabras de otros¡±, el ¡°inter¨¦s informativo¡±: nada. O no tan alternativa, porque seguramente tanto la ratificaci¨®n tozuda como las palabras de otros son solo ruido: al fin y al cabo, nada.
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