La mujer que dio su vida por capturar al Asesino del Estado Dorado
Obsesionada con la misteriosa figura, la periodista Michelle McNamara muri¨® en 2016 v¨ªctima del estr¨¦s que le provoc¨® el caso. Su trabajo fue esencial para atraparlo dos a?os despu¨¦s
Esta historia empieza ya destripada. La protagonista est¨¢ muerta y el asesino entre rejas. Ella es Michelle McNamara, periodista experta en cr¨ªmenes que se obsesion¨® con la historia de este asesino y violador que aterroriz¨® a la poblaci¨®n del norte de California desde 1976. Trece muertes, 50 violaciones y 42 a?os despu¨¦s, James DeAngelo fue capturado gracias al ADN de un primo que buscaba familiares en EE UU. Jubilado, viv¨ªa con su hija y su nieta en Sacramento. McNamara hab¨ªa fallecido dos a?os antes, en su cama, v¨ªctima de un ataque al coraz¨®n. En su sangre hab¨ªa Adderal, Fentanillo y Xanax, drogas prescritas con las que la periodista trataba de controlar su creciente ansiedad. ¡°Es una paradoja terrible que muriera sin verlo capturado. Ella no quer¨ªa fama o reconocimiento sino verlo entre rejas¡±, comenta a EL PA?S el actor y c¨®mico Patton Oswald, viudo de McNamara.
Un caso de novela, un true crime redondo
El caso tiene tantas aristas que el libro de McNamara, rematado a su muerte por el investigador principal Paul Haynes y el periodista Bill Jensen, es un milagro de concreci¨®n que, adem¨¢s, aporta otros datos esenciales hasta convertirse en un ameno manual sobre la evoluci¨®n de la investigaci¨®n criminal: realizaci¨®n de perfiles, mapeo de zonas de confluencia de cr¨ªmenes, utilizaci¨®n del ADN, de la ciencia psicol¨®gica, etc. "Adem¨¢s leyendo libros como el Asesino sin rostro descubrimos que buena parte de los clich¨¦s de las ficciones policiacas en cualquier formato son espeluznantemente ciertas: por ejemplo, el violador y asesino en serie vigilaba las rutinas de sus v¨ªctimas y llegaba a entrar en sus casas aprovechando su ausencia para apoderarse de alg¨²n objeto con fines fetich¨ªsticos", comenta Antonio Lozano. El resultado es un true crime que se lee como una novela.
¡°Lo que no menciono es lo inc¨®modo que me ha resultado darme cuenta de hasta qu¨¦ punto nuestra b¨²squeda fren¨¦tica constituye un reflejo del comportamiento compulsivo del individuo al que buscamos¡±, confiesa la periodista en El asesino sin rostro (RBA), un relato sincero, escrito con un tono muy particular y gran amor por los matices, de la odisea investigadora de esta mujer que acumul¨® durante los ¨²ltimos cinco a?os de su vida m¨¢s de 3.500 archivos relacionados con el caso, escritos en cuadernos amarillos que nunca terminaba. Fascinada por el crimen desde su adolescencia, cuando una mujer fue asesinada al lado de su casa en Illinois, McNamara era una enciclopedia andante del delito en EE UU, pero cuando el caso de DeAngelo se cruz¨® en su camino ya no hubo nada m¨¢s. La brutalidad de sus acciones (en ocasiones violaba a la mujer en presencia de la pareja para luego matar a los dos) y el hecho de que fuera ¡ªpor encima del Asesino del Zodiaco¡ª el criminal en serie sin capturar con m¨¢s muertes en su haber cautivaron a McNamara, que fue quien lo bautiz¨® como el Asesino del Estado Dorado.
Durante 42 a?os un c¨²mulo de suerte, descoordinaci¨®n policial y falta de medios permiti¨® a DeAngelo seguir en libertad, bajo el radar. Polic¨ªa hasta 1979, cuando es expulsado por robar un martillo y un repelente para perros en una ferreter¨ªa, el Asesino del Estado Dorado mat¨® a sus dos ¨²ltimas v¨ªctimas en 1981 y 1986. El FBI ha buscado sin ¨¦xito su relaci¨®n con otros casos. Las v¨ªctimas que sobreviv¨ªan y los testigos de sus huidas coincid¨ªan en que era un hombre grande, de gestos decididos y blanco. Nada m¨¢s. ?Por qu¨¦ lo hizo?, ?por qu¨¦ par¨®?, ?qui¨¦n es? fueron las preguntas que colonizaron la cabeza de McNamara durante cinco a?os en los que minti¨® a su familia para seguir trabajando a escondidas y ayudar a los investigadores, tom¨® drogas, se olvid¨® del cumplea?os de su marido, cay¨® poco a poco en el agujero. ¡°'Siempre atrapamos a los idiotas', dec¨ªan los polis. Pod¨ªan marcar 99 de cada 100 casillas con esa clase de detenciones. Esa casilla sin marcar, no obstante, pod¨ªa sacarte de quicio hasta causarte la muerte prematura¡±, escribe con sobrecogedora tranquilidad meses antes de fallecer. ¡°Nos trat¨® de maravilla¡±, recuerda su viudo, ¡°solo que a veces la obsesi¨®n le sacaba de la realidad. Es imposible saber qu¨¦ dir¨ªa ahora al verlo entre rejas. Era demasiado compleja e inteligente¡±.
De alg¨²n modo morbosamente ir¨®nico, podr¨ªamos decir que McNamara fue la ¨²ltima v¨ªctima (aunque colateral) del asesino Antonio Lozano
Durante d¨¦cadas, el Asesino del Estado Dorado fue un agujero negro que engull¨ªa todo lo que se le acercaba: la vida de sus v¨ªctimas, la carrera y la vida familiar de algunos de los detectives que lo investigaron y la salud de McNamara. ¡°De alg¨²n modo morbosamente ir¨®nico, podr¨ªamos decir que McNamara fue la ¨²ltima v¨ªctima (aunque colateral) del asesino con cuya identificaci¨®n se obsesion¨®. Expresado en t¨¦rminos m¨¢s grandilocuentes, al modo de un detective que va al l¨ªmite, tuvo que sacrificar su vida (volc¨¢ndose en un trabajo que contribuy¨® a detener su coraz¨®n) para encarrilar su captura. S¨®lo esto ya es profundamente novelesco¡±, resume Antonio Lozano, editor del libro en espa?ol.
Cuando se emocionaban con un sospechoso y luego fracasaban, McNamara y los investigadores que la ayudaban ¡ªprofesionales y aficionados de un nivel asombroso¡ª ca¨ªan en una depresi¨®n, en un baj¨®n propio de adictos. El libro se remata con una carta de la autora al asesino que dice: ¡°Un d¨ªa, no muy lejos, oir¨¢s que se detiene un coche delante de tu acera. El motor se apaga. Oir¨¢s pasos que se acercan por el sendero¡¡± As¨ª fue un 25 de abril de 2018, el d¨ªa que el mundo puso cara a la bestia. Pero McNamara no estaba all¨ª para disfrutarlo.
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