Vasos comunicantes
Desde que descubr¨ª a Simone Weil, su lectura es como un bajo continuo que acompa?a de fondo a otros libros
Los libros que uno lee al mismo tiempo o de manera sucesiva establecen conexiones entre s¨ª. Desde que descubr¨ª a Simone Weil la leo con una constancia sin fatiga, y su lectura es como un bajo continuo que acompa?a de fondo a otros libros y en muchos casos me ayuda a comprenderlos o a disentir de ellos. Salgo de viaje y llevo conmigo Echar ra¨ªces. Vuelvo a casa con ese libro incomparable le¨ªdo de principio a fin una vez m¨¢s y lo primero que hago es empezar de nuevo La gravedad y la gracia, donde encuentro los subrayados y las anotaciones de anteriores lecturas. No creo que haya una prosa reflexiva en el franc¨¦s del siglo XX tan limpia y precisa, tan honda, tan afilada, tan po¨¦tica como la de Simone Weil. Tiene al menos dos cosas en com¨²n con la poes¨ªa: su concisi¨®n; su cualidad l¨²cida y visionaria. Subrayo con un l¨¢piz en el libro una frase reci¨¦n le¨ªda; se la env¨ªo a alguien por WhatsApp: ¡°La verdadera definici¨®n de la ciencia es el estudio de la belleza del mundo¡±; ¡°La piedad hacia los muertos: hacerlo todo por quien ya no existe¡±; ¡°La verdad es el esplendor de lo real¡±.
Igual que la poes¨ªa, la prosa de Simone Weil sigue irradiando sentido a cada nueva lectura, y cuanto m¨¢s se la lee mejor se advierte que nunca se agota su misterio. Es lapidaria y es liviana. Existe como para siempre y tambi¨¦n en el estremecimiento de lo reci¨¦n dicho en voz baja. Es la ¡°palabra en el tiempo¡± de Antonio Machado. Nos hace detener la lectura en la clarividencia estricta de un aforismo y nos lleva a lo largo de un fluir como de m¨²sica. Su misticismo de reci¨¦n convertida a la fe cat¨®lica de los evangelios y de san Juan de la Cruz se conjuga con su fervor apasionado por la justicia social con una desconcertante coherencia que es exclusivamente suya. Simone Weil no se parece a nadie. Era una contemplativa que quer¨ªa lanzarse en paraca¨ªdas sobre la Francia ocupada para unirse a la Resistencia. Escrib¨ªa con igual solvencia sobre la brutalidad de los guerreros en la Il¨ªada y sobre f¨ªsica contempor¨¢nea. Estaba empapada de los evangelios y de la literatura cl¨¢sica francesa y parec¨ªa haber recibido la influencia de Buda y de Lao Ts¨¦: ¡°No ser m¨¢s que un intermediario entre la tierra inculta y el campo labrado, entre los datos del problema y la soluci¨®n, entre la p¨¢gina en blanco y el poema, entre el infeliz que tiene hambre y el infeliz saciado¡±.
Porque estoy leyendo a Simone Weil leo de otro modo el libro de poemas que tambi¨¦n tengo entre manos, Estancia en los sentidos, de Vicente Echerri, que public¨® hace unos meses Biblioteca Nueva. La compresi¨®n es el lujo de la poes¨ªa. Vicente Echerri, que llevar¨¢ medio siglo escribiendo poemas, da el subt¨ªtulo de Obra po¨¦tica reunida a un volumen de menos de 200 p¨¢ginas en el que abundan los espacios en blanco, y una parte del cual est¨¢ dedicado a una selecci¨®n de traducciones de poetas en ingl¨¦s, una lista peregrina, en el mejor sentido de la palabra, que incluye a Tennyson, a Whitman, a Edith Sitwell, a Auden, a Eliot, a Dylan Thomas, a Denise Levertov. Simone Weil habla de ¡°adquirir el sentimiento de estar en casa de uno en el exilio¡±, de ¡°estar enraizado en la ausencia de lugar¡±. Vicente Echerri a¨²n viv¨ªa en La Habana de la juventud cuando escribi¨® los primeros poemas de este libro. Despu¨¦s fue encarcelado, y arrojado al destierro, y desde los primeros ochenta ha alternado la extranjer¨ªa relativa de Estados Unidos con las estancias en Europa. Una parte de su poes¨ªa, como de su obra narrativa, tiene que ver con la rememoraci¨®n meticulosa de lo perdido y con el gran abismo del tiempo que ya no hay manera de salvar. La memoria de una ciudad de provincias cubana de los a?os cincuenta no es tanto el pasado lejano como el para¨ªso del presente que solo existe en una conciencia infantil: ¡°Podr¨ªa decirse?/ que no transcurre el tiempo entre los ni?os,?/ cuando vivir es f¨¢bula?/ y el mundo un marco?/ perfectamente inm¨®vil?/ donde poder jugar,?/ donde se espera¡±.
Vicente Echerri es un poeta de dicci¨®n cl¨¢sica castellana que ha vivido siempre en una confluencia de tradiciones y de idiomas. De ni?o se educ¨® en las cadencias y en los vers¨ªculos luminosos a veces y a veces aterradores del Antiguo Testamento, que o¨ªa recitar en voz alta y aprend¨ªa de memoria, en su rara familia de protestantes cubanos. Cuando sus poemas se hacen visionarios, tienen la huella apocal¨ªptica de Lorca en Nueva York y de la ira de los profetas en la Biblia. Simone Weil escribe de la tarea del intermediario entre la tierra inculta y el campo cultivado, entre la p¨¢gina en blanco y el poema: en la invenci¨®n po¨¦tica, como en el trance de la profec¨ªa, el que escribe es menos el autor consciente que el mediador, el m¨¦dium, porque las palabras del poema no proceden de la deliberaci¨®n racional, sino de una regi¨®n m¨¢s profunda a la que la conciencia no tiene acceso voluntario, aunque despu¨¦s pueda y deba revisar con plena atenci¨®n su resultado. El que escribe, hasta cierto punto, ha de estar ¡°fuera de s¨ª¡±. Dice Simone Weil: ¡°Todo lo que es valioso en m¨ª, sin excepci¨®n, viene de fuera de m¨ª, no como un don, sino como un pr¨¦stamo que debe ser renovado sin pausa¡±.
En los poemas de Vicente Echerri se escuchan voces que hablan al dictado de una posesi¨®n que les viene de fuera o de un impulso inconsciente que es todav¨ªa m¨¢s lejano: la del profeta Isa¨ªas, la de san Lucas, la de Casandra, que ha recibido el don de adivinar el porvenir y la desgracia de no ser atendida. En la poes¨ªa, como en la m¨²sica, la percepci¨®n directa de lo sagrado va m¨¢s all¨¢ de las met¨¢foras o las f¨¢bulas religiosas que la recubren. No hace falta creer en Dios para que lo exalte a uno la Pasi¨®n seg¨²n san Mateo, de Bach. En uno de los mejores poemas de Vicente Echerri, un hombre joven entra en un vag¨®n del metro de Nueva York y alguien lo mira y queda tan extasiado como la muchacha jud¨ªa del evangelio ante la cual surge en todo su esplendor el ¨¢ngel de la Anunciaci¨®n. Solo la poes¨ªa, la pintura, la m¨²sica, la prosa de Simone Weil pueden dar cuenta de tales apariciones s¨²bitas en lo cotidiano. En el vocabulario religioso las llaman milagros.
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