¡°De peque?o, yo quer¨ªa ser rey de Espa?a¡±
El gran director de escena Bob Wilson estrena 'Turandot' en el Teatro Real
En la soledad de su habitaci¨®n, Bob Wilson so?aba callado desde ni?o con ambiciones extra?as para Waco (Texas). All¨ª naci¨® hace 77 a?os. Su hermana era muy sociable, su padre lleg¨® a alcalde, su madre muri¨® joven y ¨¦l, apenas hablaba. Le ataba demasiado el nudo de su timidez en la misma medida que le alejaba de la calle y de un ambiente caduco y opresivo. Por eso, liberaba sus deseos con grandes aspiraciones: ¡°De peque?o, yo quer¨ªa ser rey de Espa?a¡±, comenta frente a la estatua de Isabel II, en Madrid. Y en parte lo cumpli¨® con su primera obra escenificada, que llevaba por t¨ªtulo El rey de Espa?a. Un espect¨¢culo creado por ¨¦l mismo bajo el seud¨®nimo de Byrd Hoffman.?
No muy alejado de su delirio, tras m¨¢s de 50 a?os de carrera, ahora gu¨ªa los pasos de la princesa Turandot (Puccini) ma?ana en el Teatro Real. Su m¨¦todo es mutante. Busca la matem¨¢tica de la emoci¨®n mediante una arquitectura sin planos fijos. Sus prioridades pueden encontrarse en lo aparentemente superfluo, si lo intuye m¨¢s bello o m¨¢s proclive a la sacudida que lo primordial. ¡°Muy pocos artistas saben estar en escena. La mayor¨ªa se comporta como si esperaran al autob¨²s. No es as¨ª. Dentro de nuestro mundo, nada se parece a la calle. ?Le pedir¨ªas a Buster Keaton o a Chaplin que se movieran como la gente lo hace en la vida real?¡±.
El teatro es todo menos natural, comenta. ¡°Alejarse de ese concepto es parad¨®jicamente m¨¢s l¨®gico y mucho m¨¢s honesto¡±. Por eso, cuenta con un olfato especial para la grandeza. ¡°No todo el mundo la tiene¡±, afirma. Y si la descubre en alg¨²n actor o cantante, aunque no deba salir a escena, la lleva a primer plano. ¡°Una vez hice Lohengrin [Wagner] con Agnes Baltsa. Ten¨ªa tanto magnetismo que le ped¨ª que se quedara incluso cuando no le tocaba a su personaje. La gente no pod¨ªa quitarle los ojos de encima¡±. Otra vez, con Jessie Norman mont¨® un Winterreise, el ciclo de canciones de Schubert, en Par¨ªs. ¡°Se produjo el 11 de septiembre y me dijo que se sent¨ªa incapaz de cantar. Yo la anim¨¦, apareci¨® en escena, pero a los diez minutos empez¨® a llorar. Qued¨® quieta, en silencio. Par¨® la m¨²sica y al rato el p¨²blico comenz¨® a llorar con ella¡±.
¡°Muy pocos artistas saben estar en escena, simplemente. La mayor¨ªa se comporta como si esperaran al autob¨²s"
Ese im¨¢n es algo que busca en cada montaje. ¡°Empiezo cada proyecto con la ilusi¨®n que ten¨ªa a los seis a?os¡±. Pero con un grado de exigencia que no muchos int¨¦rpretes aguantan. Por su perfeccionismo y por la incertidumbre que les produce ir creando a cada paso y cambiando.
Adem¨¢s de dirigir los movimientos y emociones de los int¨¦rpretes, es iluminador y escen¨®grafo. La luz toma los rostros, los cuerpos y los elementos con precisi¨®n. Su filosof¨ªa del movimiento, la acci¨®n y la quietud responden a una est¨¦tica propia. Una escuela que ha cambiado el teatro en el mundo y a la que el artista tejano es fiel a su leyenda.
La que ha forjado desde la contracultura hasta constituir un canon. La que bebi¨® de colaboraciones con Philip Glass ¡ªcon quien cre¨® ese hito todav¨ªa perdurable de Einsten on the beach o tambi¨¦n O Corvo Branco hace 20 a?os¡ª, Lou Reed, David Byrne, Laurie Anderson, Tom Waits, Lady Gaga, Rufus Wainwright o Antony Hegarty y Marina Abramovic, con quienes mont¨® su m¨¢s reciente ¨®pera en el Real en la ¨¦poca de Gerard Mortier.
Creo que nuestra generaci¨®n despojamos a la ¨®pera de artificio para conducir al p¨²blico a una concentraci¨®n en lo importante: la m¨²sica¡±.
Ahora aborda un Turandot que se le resist¨ªa. Como hace a?os le ocurri¨® lo mismo con Madama Butterfly, tambi¨¦n de Puccini, hasta que supo apartarle su manto t¨®pico de cuento japon¨¦s para occidentales: ¡°Me alejaba de esa historia su lado kitsch y la abord¨¦ desde el teatro noh nip¨®n. Descubr¨ª un cuento medieval calcado. Hoy no hacen m¨¢s que reponerla¡±.
En cuanto a la otra ¨®pera oriental del maestro, Wilson ha huido de artificios huecos. ¡°Para m¨ª es un cuento de hadas sobre el poder. Lo he concebido como un tapiz antiguo. Pero, de verdad, no sab¨ªa qu¨¦ hacer con este final. La m¨²sica de Franco Alfano ¡ªque acab¨® la partitura inconclusa de Puccini¡ª no me gusta, me parece una mala imitaci¨®n del maestro. Prefiero el que escribi¨® Luciano Berio para Salzburgo. Lo propuse, pero no lo quer¨ªan¡±.
En el espect¨¢culo que ha puesto en marcha, Wilson reivindica esencias. Cree que su generaci¨®n ha aportado desde el teatro a la ¨®pera una b¨²squeda interior, alejada de la parafernalia. ¡°Este arte sol¨ªa componerse de muchas capas como la danza, los decorados y los vestuarios ampulosos¡ Creo que nosotros lo despojamos de artificio para conducir al p¨²blico a una concentraci¨®n en lo importante: la m¨²sica¡±, comenta. Como veh¨ªculo para mejorar el mundo o para romper las barreras que de ni?o le ataban de pies y manos en Waco: ¡°Un lugar muy conservador. Apenas vuelvo. Todo era pecado: bailar en la universidad hasta hace ocho a?os estaba prohibido. ?Pecado! Yo pecaba mucho, desde luego¡±.
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