Cerca de la m¨²sica
Hay tanto fervor y tanta exasperaci¨®n en Schubert como en un grito de Janis Joplin o un solo sin fin de Jimi Hendrix
He salido del metro en el fr¨ªo estimulante del anochecer de diciembre. He subido las escaleras con esa energ¨ªa en los talones que solo siento cuando voy a escuchar m¨²sica. Pod¨ªa estar llegando a uno de esos clubes de jazz en los que se resume mi nostalgia atenuada y persistente de Nueva York. Hay una cola de aficionados impacientes que se refugian del fr¨ªo cruzando una puerta giratoria. Podr¨ªa estar esperando en la entrada inh¨®spita de un club en invierno, pero he salido del metro en la glorieta de Bilbao de Madrid y donde espero es en la entrada del Caf¨¦ Comercial, renacido lujosamente despu¨¦s de lo que a muchos nos pareci¨® un eclipse sin remedio. En las puertas de los clubes los aficionados se reconocen entre s¨ª por las pintas, y algunas veces hasta se saludan. La gente que espera a la entrada del Comercial muestra una alentadora diversidad de edades y apariencias, pero tiene algo difuso en com¨²n que los identifica como aficionados a la m¨²sica, aficionados de a pie y sin ceremonia, sin exhibicionismo social, muy parecidos a los que esperan a la puerta del Village Vanguard o Smoke, donde tantas veces yo mismo he hecho cola con felicidad e impaciencia. Nos conocemos sin conocernos, aunque algunas veces nos conocemos de verdad y nos saludamos. Esperando esta noche a la puerta del Comercial me encuentro con Cibr¨¢n Sierra, violinista del Cuarteto Quiroga, y autor de un libro educativo y luminoso sobre ese formato musical. Cibr¨¢n es un hombre entusiasta que ama apasionadamente su oficio y le dedica su vida entera. Dedic¨¢ndome yo a uno en el que no cuesta mucho fingir el talento o el esfuerzo, mi admiraci¨®n por la disciplina inflexible y la entrega de los m¨²sicos es todav¨ªa m¨¢s acentuada. Tocar en un cuarteto de cuerda exige una precisi¨®n de neurocirug¨ªa.
Hemos venido al Caf¨¦ Comercial a escuchar m¨²sica de c¨¢mara. Para llegar a la sala hace falta subir una escalera tan estrecha como la de un club de jazz. La m¨²sica de c¨¢mara, el universo entero de lo que se llama la m¨²sica cl¨¢sica, padece una fama de formalidad tediosa, de solemne rutina: los chaqu¨¦s, los fracs, las largas faldas negras para las mujeres, el silencio forzoso, el protocolo que se?ala y aleja a los no iniciados. La m¨²sica cl¨¢sica es algo que sucede en lugares herm¨¦ticos en los que la gente tose con gravedad geri¨¢trica en los intermedios y fulmina de soslayo al que aplaude a destiempo. La m¨²sica cl¨¢sica es algo del pasado, dicen, algo m¨¢s o menos muerto, momificado en el repertorio.
Basta un poco de cercan¨ªa para que esos estereotipos se disuelvan. Lo que se llama la m¨²sica cl¨¢sica la hacen ahora mismo sobre todo hombres y mujeres j¨®venes que han de entregarse por completo a su dificultad y a su disciplina pero que viven tan en este mundo como cualquiera de nosotros y adem¨¢s suelen sentir curiosidad e inter¨¦s y muchas veces entusiasmo por casi cualquier otra forma de m¨²sica. La mayor parte de las glorias del rock son ahora viejales codiciosos que recaudan sin ning¨²n esfuerzo ni m¨¦rito taquillajes masivos de estadios. Esta noche, en el Comercial, tres m¨²sicos j¨®venes interpretan una obra de un m¨²sico todav¨ªa m¨¢s joven que ellos, que muri¨® tr¨¢gicamente en plena juventud, como los h¨¦roes del rock, Franz Schubert, que se sobrepuso a la enfermedad y al miedo de morir creando casi hasta su ¨²ltimo aliento obras que nos estremecen todav¨ªa por su caudal de vitalidad y de invenci¨®n, de pura furia de vivir. Hay tanto fervor y tanta exasperaci¨®n en Schubert como en un grito largo de Janis Joplin o un solo sin fin de Jimi Hendrix.
Esta noche toca el tr¨ªo Vibrart: piano, viol¨ªn, violonchelo. Tocan el Tr¨ªo n¨²mero 2, que fue una de las ¨²ltimas piezas que compuso Schubert, la ¨²ltima que le dio tiempo de escuchar. No estamos en un auditorio de m¨²sica cl¨¢sica. No hay un escenario y un proscenio que nos separen de los m¨²sicos. Los tres m¨²sicos est¨¢n muy juntos, porque el espacio es tan limitado como en un club de jazz o en uno de esos cuartos rec¨®nditos en los que se escucha el mejor flamenco. La ac¨²stica de la sala es buena, me dice alguien que sabe, aunque las condiciones no lo sean del todo. Se oye amortiguado el ruido de la gente en el caf¨¦, la m¨¢quina de hacer hielo, el aire acondicionado.
No importa. Tambi¨¦n se oye, antes de que comience el concierto, el sonido de los cubitos de hielo en las copas de gin-tonic. Clubes importantes de Nueva York ofrecen la cena, lo cual es para ellos una manera de ganar un poco m¨¢s de dinero. En el Village Vanguard solo se permite la bebida. La experiencia me ha ense?ado que la m¨²sica es gozosamente compatible con la bebida, pero no con la comida. Dejando aparte el incremento del ruido, no creo que se pueda comer y escuchar m¨²sica al mismo tiempo. En Nueva York un club aventurado como Le Poisson Rouge fue el primero que hizo posible la m¨²sica cl¨¢sica y la bebida. Hace unos a?os yo escuch¨¦ all¨ª memorablemente el Cuarteto n¨²mero 4 de B¨¦la Bart¨®k tom¨¢ndome un gin-tonic. As¨ª descubr¨ª la concordancia perfecta entre el gin-tonic y la m¨²sica de c¨¢mara.
La encontr¨¦ de nuevo la otra noche, en el Caf¨¦ Comercial, en una sala estrecha y de techo bajo, tan cerca de los m¨²sicos que los ve¨ªa esforzarse y sudar en una obra arrebatadora sobre el amor y la muerte, ese Tr¨ªo n¨²mero 2 de Schubert que muchas personas conocen sin saberlo gracias al Barry Lyndon de Stanley Kubrick, un director de cine con tanto o¨ªdo para la m¨²sica como nuestro Carlos Saura. Los m¨²sicos se escuchaban y se respond¨ªan entre s¨ª igual que m¨²sicos de jazz. Hab¨ªa algo crudo e inmediato en la fuerza de la percusi¨®n, en el modo en que el pianista golpeaba las teclas y los arcos del viol¨ªn y el violonchelo rozaban y hac¨ªan vibrar las cuerdas. Yo miraba a Cibr¨¢n Sierra escuchar la m¨²sica con sus manos, repitiendo por instinto los gestos de los dedos de los que estaban tocando. Cuando entra la melod¨ªa del segundo movimiento, uno cae derribado por esa mezcla de dulzura y tristeza, de exaltaci¨®n y despedida, que es exclusiva de Schubert. Por los ventanales se ve¨ªan las luces del tr¨¢fico en la noche de diciembre. En las pausas llegaban de abajo los ruidos del caf¨¦. El gin-tonic acentuaba la efusi¨®n de la m¨²sica.
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