Dos rusos en M¨²nich: conexi¨®n y desconexi¨®n
Kirill Petrenko dirige un ¡®Otello¡¯ deslumbrante y Valeri Gu¨¦rguiev ofrece un programa Mahler con muchas m¨¢s sombras que luces
La vida orquestal muniquesa est¨¢ en manos de tres talentos llegados del este. Al frente de la ?pera Estatal de Baviera desde 2013, el ruso Kirill Petrenko; como director titular de la Filarm¨®nica de M¨²nich desde dos a?os despu¨¦s, su compatriota Valeri Gu¨¦rguiev; por ¨²ltimo, el let¨®n Mariss Jansons lleva ya tres lustros como m¨¢ximo responsable musical de la Orquesta Sinf¨®nica de la Radio de Baviera. La calidad de las tres formaciones es un term¨®metro revelador de la excelencia musical cotidiana al alcance de todos en la capital de Baviera. Con la excepci¨®n quiz¨¢ de Londres, que sextuplica la poblaci¨®n de M¨²nich, no hay quiz¨¢ otra ciudad en el mundo que pueda jactarse de contar con un tr¨ªo de orquestas de tanta calidad.
Este fin de semana han coincidido, el s¨¢bado, una representaci¨®n oper¨ªstica de Petrenko, con una nueva producci¨®n de Otello, y un concierto monogr¨¢fico dedicado a Gustav Mahler por Gu¨¦rguiev el d¨ªa anterior. El primero contaba con el aliciente de volver a unir una vez m¨¢s sobre un escenario a Jonas Kaufmann y Anja Harteros, dos ¨ªdolos locales que han protagonizado juntos numerosas ¨®peras. Y aunque quiz¨¢ ni uno ni otro sea sobre el papel, al menos en este momento de sus carreras, el o la cantante ideal para abordar los papeles protagonistas de la tragedia de Shakespeare, ambos han vuelto a demostrar que, m¨¢s all¨¢ de problemas o inadecuaciones vocales, son dos artistas descomunales que, espoleados por el talento de Petrenko, pueden llegar a electrizar al p¨²blico de un gran teatro. Y no hab¨ªa un asiento libre en el Nacional de M¨²nich.
La nueva producci¨®n de Am¨¦lie Niermeyer no es probablemente genial, pero s¨ª es un dechado de peque?as virtudes cumulativas que posee el inmenso m¨¦rito de servir fielmente en todo momento tanto al texto de Boito como a la m¨²sica de Verdi, sin que nada rechine entre lo que se ve y lo que se oye. Su dramaturgia nace directamente de uno y otra, con la posici¨®n de los personajes y las distancias entre ellos perfectamente concebidas y medidas, y con apuntes originales y llenos de inter¨¦s, como dejarnos ver durante la tormenta inicial a Anja Harteros, agitada y nerviosa, atrapada en el interior de su dormitorio, mientras el coro, Iago y Roderigo cantan, por debajo y a oscuras, sin ser iluminados. Niermeyer decide mostrarnos a Desdemona en muchos momentos en los que ni canta ni tendr¨ªa por qu¨¦ estar en escena, convirti¨¦ndola, m¨¢s que en v¨ªctima, en centro de gravedad de cuanto sucede a su alrededor. Siempre hay al menos una cama sobre el escenario y toda la trama se desarrolla muy cerca de ellas y en un interior, un gran dormitorio que puede acoger a otro m¨¢s peque?o que acaba desplaz¨¢ndose y perdi¨¦ndose al fondo. El vestuario es eficaz y de gran sobriedad, la iluminaci¨®n suele reflejar el estado del alma de los personajes y los sencillos v¨ªdeos que metaforizan el estado mental de Desdemona, con el dormitorio dando vueltas como su propia mente en el arranque de los actos segundo y tercero, acercan su personaje a la Gretchen de Goethe, cuya rueca girando sin cesar semeja igualmente su desaz¨®n interior, la paz perdida y el coraz¨®n apesadumbrado.
Anja Harteros da vida a una Desdemona cre¨ªble, m¨¢s fuerte que d¨¦bil, m¨¢s dram¨¢tica que l¨ªrica, mejor en el final del tercer acto que en el del cuarto, aunque se trata de diferencias m¨ªnimas en una actuaci¨®n vocal y esc¨¦nica de alt¨ªsimo nivel. Jonas Kaufmann, un muniqu¨¦s adorado por los suyos, estren¨® el papel de Otello en la Royal Opera House, pocos meses despu¨¦s de su reaparici¨®n tras dejar atr¨¢s su mayor crisis vocal hasta la fecha. Es probable que ahora se encuentre mejor que entonces, pero no ha vuelto a ser el cantante previo a aquellos problemas f¨ªsicos y las evidencias apuntan a que nunca pueda volver a serlo. Si antes imperaban la intuici¨®n y sus dones innatos, ahora es la t¨¦cnica y la experiencia la que suple cualesquiera carencias. Su voz ha perdido esmalte, frescura y facilidad de emisi¨®n, pero el tenor sigue siendo un maestro de las medias voces, de la dicci¨®n clara, de los graves bien timbrados, de la construcci¨®n musical de las frases. Sobre el escenario siempre es cre¨ªble y su manera de morir y decir sus ¨²ltimas palabras en el cuarto acto fue una lecci¨®n para cualquiera que quiera cantar este papel. Tener a su lado a Harteros, con quien ha compartido tantas tardes de gloria y a quien conoce tan bien, sin duda le motiva y lo convierte en un artista a¨²n mejor.
En la tanda final de aplausos no sali¨® perdiendo en la comparaci¨®n con los recibidos por los dos protagonistas el canadiense Gerald Finley, que compone un Iago muy comedido, cuya maldad es m¨¢s invisible que visible y cuya perfidia es siempre natural, algo tan consustancial a su personalidad que no requiere ning¨²n esfuerzo expresarla o materializarla. Tal como canta en su credo ¨Co quiz¨¢s anticredo¨C del segundo acto, ¡°soy malvado porque soy un hombre¡±. Y Finley parece haber le¨ªdo tambi¨¦n la descripci¨®n del personaje que escribi¨® Arrigo Boito para las Disposiciones esc¨¦nicas de la ¨®pera que prepar¨® Giulio Ricordi: ¡°El error m¨¢s burdo, el error m¨¢s vulgar en que puede incurrir un artista que intente interpretar a este personaje es representarlo como un hombre-demonio, hacerle adoptar en la cara la expresi¨®n mefistof¨¦lica, y obligarle a poner miradas sat¨¢nicas¡±. El bar¨ªtono no cae en ninguna de estas trampas: canta con la misma normalidad con la que intriga, hiere con id¨¦ntica determinaci¨®n con la que envidia, desestabiliza cuanto le rodea con sus trinos (secundado o no por los de la orquesta) exactamente con la fiera virulencia con que odia a sus enemigos. Su voz es siempre homog¨¦nea y noble, con una dicci¨®n italiana de alt¨ªsima escuela.
Aun cont¨¢ndose con un tr¨ªo de cantantes tan sabios, tan profesionales y tan capaces de despertar al momento la empat¨ªa del p¨²blico, jam¨¢s habr¨ªan podido alcanzarse los alt¨ªsimos niveles musicales que se han conseguido de no haber estado en el podio, concertando todo con un dominio apabullante, Kirill Petrenko, al que ninguna obra maestra parece serle ajena y que dirigi¨® con la misma capacidad de convicci¨®n con que arrebat¨® a todos, su propia orquesta incluida, el pasado verano en Parsifal en este mismo teatro. Pocos directores pueden triunfar por igual, con pocos meses de diferencia, en dos partituras tan dis¨ªmiles como Otello y Parsifal (a pesar de que el ¨²ltimo acto de la ¨®pera de Verdi contiene lo que parece una cita no casual de uno de los temas principales de la ¨²ltima obra esc¨¦nica de Wagner). Petrenko lo ha hecho y este Otello bastar¨ªa para considerarlo como uno de los mejores directores verdianos de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Desde la apabullante tormenta inicial, con su desafuero y su descarga de energ¨ªa perfectamente calibrados, hasta la m¨²sica delicada con que se cierra la ¨®pera, que rememora el ya para entonces lejan¨ªsimo d¨²o de amor del primer acto, todo son¨® como un alarde constante de teatralidad bien entendida: Petrenko dirige siempre al servicio de la escena, nunca para agradar al p¨²blico. All¨ª donde otros directores se dejan llevar por lo f¨¢cil o lo aparatoso, el ruso sigue puliendo cada detalle, cincelando cada din¨¢mica, remachando cada acorde: los finales orquestales de los actos segundo y tercero, por ejemplo, puro tr¨¢mite en otras versiones, fueron una perfecta muestra de ello. Es posible que los aplausos m¨¢s sonoros en los quince minutos durante los cuales el p¨²blico aclam¨® a los art¨ªfices de este grand¨ªsimo Otello tras caer el tel¨®n, fueran justamente los dedicados a Petrenko, un director que jam¨¢s tiene altibajos, que nunca desconecta de lo que est¨¢ haciendo (?qu¨¦ manera de pedir m¨¢s y m¨¢s a su orquesta en ciertos pasajes!) y que, como los verdaderamente grandes, es capaz de controlar cuanto sucede al tiempo que deja libertad para que todos aporten sus individualidades sin permitir que estas se vean cercenadas desde el podio.
De Valeri Gu¨¦rguiev podr¨ªa predicarse casi lo contrario: salvo en repertorios muy espec¨ªficos que deben de tocarle muy de cerca, pasa m¨¢s tiempo desconectado que verdaderamente enganchado a la m¨²sica que dirige. El moscovita representa tambi¨¦n valores y actitudes que resultan inencontrables en el humilde y esquivo Petrenko, amante de nadar en muy pocas aguas y de sumergirse en aquella a la que ha decidido dedicar todos sus esfuerzos (hoy, en M¨²nich; ma?ana, en Berl¨ªn). Gu¨¦rguiev aspira a ser, en cambio ¡ªy su empe?o le lleva a veces incluso a conseguirlo¡ª, un director c¨®smico, capaz casi de actuar en un mismo d¨ªa en dos o tres lugares muy apartados del planeta (cuanto m¨¢s alejados, mejor), amigo de catar todos los caldos y de ponerse medallas ¨¦l mismo o ejercer de buen grado de persona interpuesta para que se las pongan otros, como cuando dirigi¨® entre las ruinas de la reci¨¦n reconquistada Palmira.
Sobre el programa Mahler que ha interpretado este fin de semana en M¨²nich solo cabe expresar parabienes, ya que tanto la Cuarta Sinfon¨ªa como La canci¨®n de la tierra se estrenaron justamente en M¨²nich, en 1901 y 1911, respectivamente, la segunda pocos meses despu¨¦s de la muerte del compositor. Y es posible encontrar asimismo semejanzas en sustratos m¨¢s profundos, como sucede si leemos la indicaci¨®n que escribi¨® Mahler al final de Ruhevoll, el soberbio movimiento lento de la Sinfon¨ªa (el preferido de su autor y de Richard Strauss), que se repite tal cual en el cierre mismo de La despedida, la ¨²ltima ¡ªy tambi¨¦n la mejor¡ª de las canciones que integran La canci¨®n de la tierra: ¡°g?nzlich ersterbend¡± (¡°extingui¨¦ndose por completo¡±).
Como suele sucederle tan a menudo, Gu¨¦rguiev fue perfectamente imprevisible, alternando multitud de pasajes irrelevantes, rutinarios, vulgares incluso, con destellos del gran director que sin duda puede ser si se pone a ello. Lo de menos es su extra?a y heterodoxa gesticulaci¨®n, incluido su empleo de una batuta talla XS. Lo preocupante es que parece involucrarse y concentrarse realmente en lo que hace solo en momentos puntuales. Nos ofreci¨® su mejor faceta en el ¨²ltimo movimiento de la Cuarta Sinfon¨ªa, el momento m¨¢s redondo de todo el concierto, en el que acompa?¨® de forma ¡°extremadamente discreta¡±, como demanda Mahler, a la soprano Anna Lucia Richter, la misma que cant¨® esta misma obra hace un par de semanas en Madrid con Teodor Currentzis y MusicAeterna. Aqu¨ª fueron mejores tanto su prestaci¨®n vocal como el envoltorio instrumental. En la segunda parte, sin embargo, La canci¨®n de la tierra no ofreci¨® un solo ejemplo continuado de este nivel interpretativo. Una orquesta descomunal, con la misma plantilla de cuerda que la sinfon¨ªa (?16 primeros violines!), son¨® con demasiada frecuencia desmadejada en una versi¨®n que, al contrario de la que dirigi¨® Bernard Haitink en Berl¨ªn hace dos a?os, tuvo muy poco de espiritual.
En los movimientos impares, Gu¨¦rguiev habr¨ªa hecho muy bien en dejarse arrastrar por el empuje y la extraversi¨®n de Andreas Schager, uno de los grandes tenores heroicos de la actualidad, como ha demostrado en muchas ocasiones, y especialmente en el nuevo Tristan und Isolde de la Staatsoper de Berl¨ªn bajo la direcci¨®n de Daniel Barenboim. Aun situado en un lateral del escenario, el tenor austr¨ªaco concentr¨® en ¨¦l todas las miradas y cuesta imaginar una voz m¨¢s adecuada que la suya para cantar esta m¨²sica ebria y exaltada. Por contraste. la mezzosoprano Tanja Ariane Baumgartner fue una solista irrelevante de los movimientos pares, los que encarnan el lado oto?al y melanc¨®lico del compositor. La orquesta mostr¨® que su gran baza es la secci¨®n de viento, de una alt¨ªsima calidad sin fisuras, algo que no pudo apreciarse en la monumental cuerda. Y, puestos a compararla con la orquesta de la ¨®pera, esta ¨²ltima exhibi¨® un nivel y una calidad superiores: hasta el peliagudo solo de los contrabajos del cuarto acto son¨® con ins¨®lita perfecci¨®n, al contrario, por ejemplo, de lo que sucedi¨® en el estreno del ¨²ltimo Otello londinense bajo la direcci¨®n de Antonio Pappano. Las numerosas butacas vac¨ªas en la Philharmonie am Gasteig, a pesar de lo atractivo del programa, dan que pensar sobre el ¨¦xito del director ruso en su etapa muniquesa.
A M¨²nich seguir¨¢n llegando rusos, porque a partir de 2021, Vlad¨ªmir Jurowski tomar¨¢ el relevo de Kirill Petrenko al frente de la Bayerische Staatsoper. Tendr¨¢ muy dif¨ªcil estar a su altura y despertar tanta simpat¨ªa y admiraci¨®n como las que cosecha aqu¨ª, funci¨®n tras funci¨®n, su compatriota. Pero los b¨¢varos han vuelto a elegir bien, olvid¨¢ndose de rancios nacionalismos, que tanto dolor le han infligido en el pasado, y buscando el talento all¨ª donde se encuentre.
Babelia
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