La vida secreta de Louis Armstrong
La Casa Museo del trompetista ha digitalizado sus colecciones, revelando facetas desconocidas de Satchmo
Pocos artistas han sufrido los equ¨ªvocos que rodean a Louis Armstrong (1901-1971), alias Satchmo. Su imagen p¨²blica era la del negro risue?o, cantando con boca grande y dientes blanqu¨ªsimos, tocando luego r¨¢fagas de trompeta y sec¨¢ndose el sudor con un pa?uelo. Omnipresente durante cinco d¨¦cadas, incluso tuvo n¨²meros uno en los sesenta con canciones amables como Hello Dolly y What a Wonderful World. Y sin embargo, en su tiempo fue tan revolucionario como Jimi Hendrix: con sus grabaciones de los a?os veinte, convirti¨® una m¨²sica grupal (el hot, el primer jazz) en expresi¨®n de solistas intr¨¦pidos, de grandes poderes f¨ªsicos e inventiva inagotable.
Tan blanda ha terminado siendo su reputaci¨®n que provoca cierta sorpresa comprobar que detr¨¢s hab¨ªa una persona peleona y curiosa. Algo sab¨ªamos, gracias a su extensa bibliograf¨ªa, pero ahora podemos ver sus afanes, a qu¨¦ dedicaba Louis Armstrong su tiempo libre. Su Casa Museo ha digitalizado cartas, fotograf¨ªas, manuscritos, collages, partituras, libros de recortes y otros documentos a los que se puede acceder desde cualquier rinc¨®n del mundo (https://www.louisarmstronghouse.org/).
Armstrong viv¨ªa en una casa modesta del barrio de Corona, en el distrito neoyorquino de Queens. Su cuarta esposa Lucille, con la que convivi¨® treinta a?os, hubiera preferido otra direcci¨®n m¨¢s prestigiosa pero Louis apreciaba las ventajas de estar rodeado por su gente. All¨ª nadie se escandalizaba de que Pops, como le llamaban, fumara marihuana, un "h¨¢bito medicinal" que causaba consternaci¨®n a admiradores blancos (y puritanos) como el productor John Hammond. Es leyenda que, hacia 1953, coincidi¨® con Richard Nixon en la pista de un aeropuerto. El entonces vicepresidente le respetaba: carg¨® con una de sus maletas y le dirigi¨® hacia la entrada de autoridades, evitando el paso por aduanas. Sin saberlo, Nixon hab¨ªa colado el contrabando de Armstrong.
Unos riesgos que Louis asum¨ªa conscientemente (s¨®lo le detuvieron por consumo de hierba en Los ?ngeles, tras el chivatazo de un competidor, y sali¨® bien librado del incidente). Hab¨ªa pasado por situaciones mucho m¨¢s apuradas durante los a?os veinte y treinta, cuando actuaba en clubes controlados por mafiosos, que -caso de Al Capone- pod¨ªan apreciar el jazz, aunque exig¨ªan que los m¨²sicos se plegaran a sus exigencias. La soluci¨®n fue aliarse con uno de ellos, Joe Glaser, que le represent¨® hasta su muerte en 1969.
Louis no era tonto ni tampoco un primitivo, como cre¨ªan muchos. Muy consciente de su relevancia art¨ªstica, buscaba apuntalarla redactando sus recuerdos y opiniones. Escribir le permit¨ªa enriquecer el personaje que presentaba en directo. All¨ª todo eran risas y muecas; en soledad, reflexionaba sobre sus vivencias. Trabajador y muy exigente consigo mismo, se mostraba tolerante con los vicios y caprichos de sus colegas.
Desarrollo una escritura que reflejaba su dominio de la jerga del mundillo del jazz y explicitaba sus creencias m¨¢s profundas. As¨ª, era un defensor de la alianza de negros y jud¨ªos, dos minor¨ªas que se hermanaron de forma armoniosa, por lo menos hasta la aparici¨®n del movimiento del Black Power. Aunque viajaba con una m¨¢quina de escribir, en su casa se grababa a si mismo con magnetofones de cinta abierta. A?os despu¨¦s, cuando John Lennon se enter¨®, imit¨® su idea.
Armstrong pasaba a cinta muchos discos de su colecci¨®n, incluyendo registros piratas de los insurgentes del be-bop; sab¨ªa que le criticaban pero no pod¨ªa dejar de reconocer la intensidad expresiva de Charlie Parker y compa?¨ªa. A Louis le encantaba funcionar como un locutor de radio. Un pinchadiscos erudito y vehemente: en medio del "programa", pod¨ªa ponerse a discutir las afirmaciones de compa?eros ya desaparecidos, como el pianista Jelly Roll Morton, formidable buscavidas que alardeaba de m¨¦ritos que correspond¨ªan a Armstrong, como la popularizaci¨®n del scat (improvisaci¨®n vocal con vocablos inventados).
Tambi¨¦n pod¨ªa usar sus aparatos para grabar entrevistas con periodistas de los que no se fiaba. Recordaba experiencias ingratas con plumillas a los que hab¨ªa proporcionado informaci¨®n con generosidad (y, en alg¨²n caso, peque?as cantidades de dinero) y que luego no hab¨ªan cumplido con lo prometido. Dado que el jazz ten¨ªa una reputaci¨®n dudosa (Armstrong conservaba el recorte de un diario brit¨¢nico donde le describ¨ªan como "un gorila"), el reflejo medi¨¢tico favorable era una necesidad esencial.
Con tijeras y pegamento, Armstrong elaboraba collages que revelaban sus gustos y preocupaciones. Aparec¨ªan figuras pol¨ªticas que combat¨ªan el apartheid estadounidense. Ten¨ªa suficiente conocimiento de los mecanismos de Washington para entender que su simp¨¢tico amigo Nixon no era el responsable de enviar tropas federales a Little Rock, capital de Arkansas, para garantizar el ingreso de escolares negros en un colegio reservado a blancos: Louis mand¨® un chispeante telegrama de felicitaci¨®n al presidente Eisenhower, tras haber planteado en unas declaraciones que el persistente racismo sure?o le hac¨ªa dif¨ªcil funcionar como embajador de Estados Unidos en las giras por el extranjero que montaba el Departamento de Estado.
Los collages funcionaban tambi¨¦n como su santoral musical. Inclu¨ªa a instrumentistas blancos como Bix Beiderbecke, prodigioso trompetista de origen alem¨¢n que falleci¨® con 28 a?os. Su presencia merece destacarse ya que Bix ven¨ªa de una buena familia y eso, para Louis, supon¨ªa un inconveniente: cre¨ªa que la pobreza funcionaba como acicate para la creatividad.
Sin embargo, convertido en presencia habitual en programas de televisi¨®n y comedias de Hollywood, le cay¨® el sambenito de T¨ªo Tom. Sab¨ªa que era injusto y que alg¨²n d¨ªa se reconocer¨ªan las particularidades de su trayectoria. Durante las sesiones para su ¨²ltimo elep¨¦, apareci¨® por el estudio uno de los colegas m¨¢s ariscos: Miles Davis. Pero Davis lo ten¨ªa claro: "En la trompeta de jazz, no hay nada que no venga de Louis".
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.