El ¨²ltimo cuadro de Eduardo Arroyo
¡®El buque fantasma¡¯ es una obra de tintes wagnerianos terminada poco antes de su muerte el 14 de octubre La pieza formar¨¢ parte de una exposici¨®n que abre esta semana en Madrid
Aunque le obsesionara Moby Dick, Eduardo Arroyo no fue un lobo de mar. M¨¢s bien un Quijote de tierra adentro y un urbanita callejero, siempre a medio camino entre Madrid y Par¨ªs, que buscaba tambi¨¦n el retiro en los montes de Le¨®n antes que en las costas o los puertos. Pero el destino es juguet¨®n y su ¨²ltima firma la estamp¨® en un cuadro que quiso titular El buque fantasma. En ¨¦l, un submarino torp¨®n y con ruedas se sumerge entre un mar de m¨¢scaras que evocan a uno de sus alter ego, Fant?mas, escoltado por dos caballitos marinos que sonr¨ªen como dragones pose¨ªdos por el diablo.
A partir del 12 de enero quedar¨¢ expuesto en el Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid, dentro de una muestra con sus ¨²ltimas obras que prepar¨® a fondo antes de morir el pasado 14 de octubre. Fabienne di Rocco, su colaboradora durante d¨¦cadas, es la comisaria de la muestra que organiza La F¨¢brica. Anduvo cercana en todo el proceso final del cuadro y otros dos ¨®leos que dej¨® inacabados.
De hecho, pese a su obsesi¨®n en los ¨²ltimos a?os por cu¨¢l ser¨ªa su testamento pict¨®rico final, no tuvo conciencia o voluntad clara de que se tratara de El buque fantasma. ¡°Para nada. Existe otro que ya hab¨ªa empezado a mediados de junio en su taller de Costanilla de los ?ngeles, en Madrid, dedicado a Agatha Christie. Comenz¨® tambi¨¦n el que hubiera tenido que titularse La Bella y la Bestia a primeros de agosto en Robles de Laciana (Le¨®n). Ambos son cuadros inacabados. Eduardo sab¨ªa que era eterno¡±, asegura Di Rocco.
¡°Veo colores que bailan y el negro que es muy Eduardo; veo su fuerza, su dedicaci¨®n, su constancia. Veo que el teatro sigue influyendo su pintura. Y veo alegr¨ªa¡±. afirma Fabienne di Rocco
El buque fantasma se le ocurri¨® a la vuelta de una excursi¨®n a Segovia. All¨ª visit¨® el espacio donde mont¨® personalmente una exposici¨®n de escultura para el Hay Festival en la Torre de Lozoya. El lugar le inspir¨® para inventar un escenario en que representar una versi¨®n de una supuesta ¨®pera de Wagner resumida en cinco minutos. Inspirado por los ecos de Trist¨¢n e Isolda y El holand¨¦s errante, cruz¨® las conexiones de su alma de escen¨®grafo con la de pintor. Quiz¨¢s fue buscando en ellas esa inmortalidad que la historia del espectro rom¨¢ntico le contagiaba y se lanz¨® a dar una visi¨®n propia de la leyenda. En clave cachonda, por supuesto.
A Fabienne di Rocco, este testamento, adem¨¢s de enigm¨¢tico, le parece, cuando menos, curioso. ¡°El hecho de que utilice los temas de una ¨®pera lo es porque el objeto como tal s¨®lo resulta interesante por la forma que tiene y el color que le pueda dar. A no ser que nos lancemos a un an¨¢lisis psicol¨®gico que yo no soy capaz de manejar¡±.
Entre lo que ella s¨ª est¨¢ dispuesta a interpretar, Di Rocco destaca muchos elementos: ¡°Veo colores que bailan y el negro que es muy Eduardo; veo su fuerza, su dedicaci¨®n, su constancia. Veo que el teatro sigue influyendo en su pintura. Y veo alegr¨ªa¡±.
Pese a la conciencia de proximidad del fin, carcajadas. Humor y filosof¨ªa a lo Falstaff ¨Ctodo en el mundo es burla- y un terco empe?o en morir pincel y pluma en mano. ¡°El ¨²ltimo cuadro fue una obsesi¨®n recurrente, sobre todo a partir de 2015, cuando se oper¨®¡±.
Pero ven¨ªa de antes, como deja patente en Minuta de un testamento, el primer tomo de sus memorias o Al pie del ca?¨®n, su gu¨ªa personal del Museo del Prado, que vuelve a aparecer ahora en una nueva versi¨®n a cargo de Ediciones Miguel S¨¢nchez. ¡°Hablaba del asunto desde hac¨ªa mucho tiempo: al evocar a Gaetan Picon y su texto sobre Poussin o Rembrandt, al recordar a Renoir, que pintaba con el pincel atado a la mano porque el reuma le imped¨ªa empu?arlo. Tambi¨¦n estaba obsesionado por la ¨²ltima obra de los escritores¡±.
De hecho, su ¨²ltima obra escrita es una interpretaci¨®n muy ¨ªntima de Los diez negritos creados por Agatha Christie. Aborda el tema de la desaparici¨®n y queda como trabajo p¨®stumo. Igual que su Ulises, de James Joyce, ilustrado, que aparecer¨¢ en Galaxia Gutenberg. Dos obras postreras que dan pistas sobre su actividad febril en los ¨²ltimos a?os.
Como esta exposici¨®n para el Bot¨¢nico en la que Arroyo y Di Rocco trabajaron intensamente con su ¨ªntimo amigo Alberto Anaut y el equipo de La F¨¢brica. S¨®lo la componen piezas del siglo XXI. ¡°Destaca su fidelidad a la pintura al ¨®leo, la vieja t¨¦cnica descartada por el arte contempor¨¢neo. Pero tambi¨¦n una escultura y los cuatro cuadros terminados a lo largo de 2018. Cuando sabes que estuvo varios meses enfermo a lo largo de ese tiempo, eres consciente de que, aun as¨ª, no hab¨ªa parado. ?Qu¨¦ transmite con ello? Vitalidad, entusiasmo por la vida, amor por el trabajo y la pintura¡±, comenta Di Rocco.
Y quedar a la altura de un legado que lo coloca como protagonista de momentos claves en la historia del arte contempor¨¢neo: ¡°Su mayor testigo ir¨®nico. Un pintor rebelde, artista solitario y generoso, muy espa?ol a pesar del zumbido de las moscas¡±, dice su colaboradora y experta en su obra para recordar ese s¨ªmbolo tan pertinaz en ¨¦l. Arroyo, como nadie antes, convirti¨® aquellos insectos en una letan¨ªa picajosa e inc¨®moda. Puro espejo de s¨ª mismo y de la tremenda mosca cojonera que afortunadamente siempre fue.
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