Por qu¨¦ Juan de Pablos es el mejor locutor de la radio musical de la historia de Espa?a
Otros pod¨ªan tener mejor voz y ser m¨¢s imponentes, pero nadie se ha acercado al nivel de ese espect¨¢culo que era y es este tipo
Imaginen que la radio, ese transistor que hace compa?¨ªa en la habitaci¨®n, ese aparato que aguarda en la mesa de la cocina, ese reproductor siempre disponible en el coche, ese invento que ahora ya es una aplicaci¨®n m¨¢s del m¨®vil¡ imaginen, en definitiva, que ese sortilegio de ondas electromagn¨¦ticas fuera un ser con vida. Pues bien. Si lo fuese, no habr¨ªa mejor coraz¨®n para ese ser m¨¢gico que el de Juan de Pablos haciendo su Flor de pasi¨®n en Radio 3.
Nadie en Espa?a como Juan de Pablos ha hecho de la radio un lugar tan lleno de vida, latiendo inmenso, imprevisible y alocado como la vida misma. Porque el veterano locutor, que ayer confirm¨® que se jubilaba a los 71 a?os, fue un buque insignia de la radio musical espa?ola. Uno de sus legendarios representantes, quiz¨¢ su m¨¢s inclasificable embajador y con toda seguridad su mejor locutor. Irrepetible.
Vivimos en un pa¨ªs en el que el verdadero reconocimiento de los maestros suele llegar a la hora del obituario. Por eso, conviene decirlo ahora: Juan De Pablos es el mejor locutor de radio musical en la historia de Espa?a. No el mejor cr¨ªtico musical ni mejor periodista musical. Tampoco el mejor director de programa de radio ni el m¨¢s creativo. Este hombre, que a veces perd¨ªa el sagrado ¨¢ngulo del micr¨®fono para buscar los papeles de su mesa mientras no paraba de rajar, es su mejor locutor por un simple hecho: locutar es, seg¨²n la RAE, hablar en radio, ¡°emitir palabras¡±, y su forma de emitirnos esas palabras sobre m¨²sica, sobre esas canciones que nos hablan de nuestra existencia, no tuvo ni tiene parang¨®n.
Nadie ha desprendido tanta humanidad entre canci¨®n y canci¨®n. Otros pod¨ªan ser m¨¢s acad¨¦micos, m¨¢s rigurosos, m¨¢s solemnes o m¨¢s infalibles, pero nadie ha llegado a la esencia misma de una composici¨®n como ¨¦l. Otros pod¨ªan tener mejor voz y ser m¨¢s imponentes, pero nadie se ha acercado al nivel de ese espect¨¢culo que era y es Juan de Pablos.
Su marcha supone decir adi¨®s a una filosof¨ªa de hacer radio musical en Espa?a. Incluso de hacer radio en general. All¨ª donde otros se gustan en el micr¨®fono, como si fuera un espejo que reflejase su propio ego, De Pablos se mostraba d¨¦bil, obsesivo, despistado, todo un sin fin de emociones. A veces, para dar paso a una canci¨®n que le recordaba a una mujer, se romp¨ªa en directo, quebrando su raspada voz hasta el llanto. Como aquel d¨ªa que cont¨® su depresi¨®n durante medio programa como pre¨¢mbulo para pinchar una composici¨®n de Lesley Gore. A los 30 segundos de la canci¨®n yo ya estaba llorando y todav¨ªa sigo escuchando esa canci¨®n con los pelos de punta. Otras veces, se entusiasmaba de tal calibre (¡°?Que viva el pop!¡±, proclamaba fuera de s¨ª) que ya daba igual que sonase la canci¨®n para vibrar engatusado con ella, y lo que era peor: acabar uno comprando el disco. Porque Flor de pasi¨®n, el programa musical que menos estaba pendiente de las novedades y de los intereses de la infatigable industria de la promoci¨®n, era una ruina para los bolsillos de los mel¨®manos.
El secreto estaba solo en ese hombre, que parece llevar siempre las gafas torcidas y cuya sonrisa es luminosa como un temazo de las Chiffons. Siempre se desfondaba y te desfondaba. Como la mejor m¨²sica. Lo normal era escuchar Flor de pasi¨®n ya no s¨®lo por la exquisita selecci¨®n musical (pop cl¨¢sico, soul, rock and roll primigenio, folk, doo-wop, ye y¨¦, R&B de primera escuela, canci¨®n francesa e italiana son algunos de sus estilos predilectos), sino tambi¨¦n por saber c¨®mo estar¨ªa Juan de Pablos, repleto de registros naturales en antena como los n¨®madas rom¨¢nticos en las barras de los bares. Su pronunciaci¨®n masticada, su tono c¨®mplice, sus suspiros espont¨¢neos, sus risitas impagables y, sobre todo, sus silencios, sosteniendo casi su propia existencia -algunas veces uno llegaba a pensar que le hab¨ªa dado el yuyu en directo-, han sido todo un muestrario de locuci¨®n rompedora e incomparable, al m¨¢s puro estilo de los viejos locutores anglosajones pinchadiscos. O¨ªrle era como asistir a un contador de cuentos, pero con canciones.
Entre mis amigos y en alguna charla p¨²blica, siempre he defendido que escuchar Flor de pasi¨®n deber¨ªa estar recetado por m¨¦dicos y psic¨®logos. Es medicina para el esp¨ªritu. Algo as¨ª como ver Doctor en Alaska o leer a Walt Whitman o Mark Twain. Desde que sonaba su sinton¨ªa entrabas en el universo de Juan de Pablos. Con ese aire tan cinematogr¨¢fico, sonaba Attends ou va-ten de Paul Mauriat y todo lat¨ªa a otro ritmo. La mayor¨ªa de las veces esos primeros compases ya eran gloriosos cuando la sinton¨ªa parec¨ªa no acabar y se alargaba minutos mientras te daba tiempo a hacerte la tortilla de la cena y pensabas antes de tiempo: ¡®?le habr¨¢ dado el yuy¨² a Juan de Pablos antes de arrancar el programa o estar¨¢ recogiendo todos los papeles del suelo entre l¨¢grimas?¡¯. Y, entonces, abruptamente, se o¨ªa un suspiro o una risa. Y, despu¨¦s de un ca¨®tico viaje sonoro que casi nunca defraudaba y a veces te emocionaba hasta el punto de desearle a ese t¨ªo la eternidad, llegaba lo mejor. El cierre del programa con Azzurro de Adriano Celentano y sus palabras de despedida: ¡°Forza, saluti a tutti, bacioni, auguri, in bocca al lupo, arrivederci e ?a presto pino!¡±. Incluso en las noches m¨¢s oscuras y las jornadas m¨¢s asquerosas, pod¨ªas llegar a sentir bajo el efecto de ese espacio radiof¨®nico que ese d¨ªa?hab¨ªa merecido la pena levantarse de la cama.
Cuando pienso en Juan de Pablos, definitivamente retirado del micr¨®fono, pienso en Doc Pomus, un tremendo m¨²sico de blues y rock and roll de la era del Brill Building, tan adorada por el locutor de Flor de pasi¨®n. Cuentan que Doc Pomus un d¨ªa en el estudio de grabaci¨®n empuj¨® su silla de ruedas hacia Charlie Thomas para gritarle: ¡°?El rock¡¯n¡¯roll nunca morir¨¢!¡±. Notaba que al joven m¨²sico de los deliciosos Drifters le faltaba pasi¨®n por lo que estaba grabando. Thomas le contest¨®: ¡°Bueno, Doc, es s¨®lo una canci¨®n¡±. A lo que Pomus, como si pudiese elevarse de su silla y ser m¨¢s alto que ese vocalista grandull¨®n, sentenci¨®: ¡°No, no es s¨®lo una canci¨®n, Charlie. Es un lugar en tu coraz¨®n¡±.
A ese lugar es al que apelaba Flor de pasi¨®n cada d¨ªa en Radio 3, haciendo latir extraordinariamente al ser m¨¢gico de la radio. Hoy, solo cabe decir en esta despedida: qui¨¦n pudiera vivir la m¨²sica, c¨®mo la locutaba Juan de Pablos.
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