Robots
'La invasi¨®n de los ladrones de cuerpos' est¨¢ tenebrosamente presente en mi enfermo cerebro cada vez que piso las calles pobladas por caravanas de gente enganchadas a su m¨®vil
Hace mucho tiempo que no reviso dos pel¨ªculas de ciencia ficci¨®n, o de estricto terror, tituladas La invasi¨®n de los ladrones de cuerpos y su remake La invasi¨®n de los ultracuerpos, pero est¨¢n tenebrosamente presentes en mi enfermo cerebro cada vez que piso las calles pobladas por caravanas de gente enganchadas a su m¨®vil, hablando a gritos a trav¨¦s de auriculares, leyendo libros electr¨®nicos, masajeando su tableta. Aunque pertenezcan a un grupo o formen parejas cada uno va a lo suyo. Y no miran lo que tienen enfrente. Te llevan por delante sin necesidad de disculparse. En las aceras, en los sem¨¢foros, en los pasos de cebra. Es tan amenazante como natural. Y si logras sobreponerte a escenario tan marciano, tendr¨¢s que esquivar, o que te atropellen, los ecologistas de las bicis y los patinetes.
Hay m¨¢s martirios para los ancianos, los incapaces mentalmente de usar las nuevas tecnolog¨ªas, los incurables y rancios a?orantes del mundo de ayer (ay... los cines, las librer¨ªas de barrio, las tiendas de discos) y es la situaci¨®n kafkiana de que cada vez que utilizas el tel¨¦fono para pedir citas m¨¦dicas, consultas bancarias, agencias de seguros o de viajes, compa?¨ªas telef¨®nicas, te encontrar¨¢s con voces grabadas, desesperantes robots, que te piden que marques claves para que te informen de sus servicios, te remiten a sus p¨¢ginas web, te exigen tu usuario y tu contrase?a. ?Normal? No, demencial. Y los de siempre se estar¨¢n forrando con lo de sustituir la voz humana por los aut¨®matas.
En su novela Diario de la guerra del cerdo, Bioy Casares imagin¨® la caza mortal de inservibles viejos. En la pel¨ªcula Yo, Daniel Blake, Ken Loach retrataba la angustia de un hombre gravemente enfermo que intenta que le concedan la invalidez, pero al que obligan a buscar trabajo para otorgarle el subsidio. Y esa barbarie burocr¨¢tica debe resolverla a trav¨¦s de Internet. No sabe, no aprende, no puede. El coraz¨®n le estalla. Uno menos.
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