Michel Petrucciani, un talento poderoso con huesos de cristal
Conciertos en distintos pa¨ªses, recitales y un documental homenajean al c¨¦lebre pianista de jazz, fallecido hace 20 a?os

Uno de los temas m¨¢s hermosos de Michel Petrucciani, Looking Up, hace referencia al modo en que su enfermedad le obligaba a hacer frente a la vida, echando la cabeza arriba y mirando a lo alto. Con apenas un metro de altura, martirizado y desfigurado por la osteogen¨¦sis imperfecta, y ayud¨¢ndose con sus peque?as muletas, en el video de la canci¨®n se ve a Petrucciani como un duende caminando por Nueva York, la ciudad que tanto amaba, rodeado de rascacielos, bromeando con sus amigos, tocando un Steinway en una terraza frente al Empire State Building. El lugar estaba bien escogido porque, a pesar de sus dolencias y limitaciones f¨ªsicas, en 1989 no s¨®lo estaba en la cumbre del jazz sino que se hab¨ªa convertido en uno de los maestros fundamentales del instrumento.
Tambi¨¦n fue en Nueva York donde Petrucciani muri¨® de una infecci¨®n pulmonar un invierno de hace 20 a?os. Ten¨ªa 36 reci¨¦n cumplidos, tres matrimonios a sus espaldas, un hijo, casi una veintena de ¨¢lbumes de estudio, m¨¢s de una docena en vivo y una infinidad de colaboraciones con algunos de los m¨¢s grandes m¨²sicos contempor¨¢neos. El aniversario no ha pasado desapercibido en Francia, su pa¨ªs natal, donde no dejan de sucederse conciertos, recitales y homenajes. No es el ¨²nico pa¨ªs donde se recuerda a este peque?o gigante del piano: los italianos Francesco Termini y Matteo Sacher preparan junto a familiares del m¨²sico un documental, Hidden Joy, que se estrenar¨¢ este a?o y tendr¨¢ que medirse con la fabulosa pel¨ªcula Michel Petrucciani, de Michael Radford.
En Espa?a, el pianista y compositor Francis Garc¨ªa rendir¨¢ en abril, en la Sala Clamores de Madrid, su homenaje interpretando algunas piezas de Petrucciani. Garc¨ªa no olvidar¨¢ nunca un recital a solo en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid: ¡°Iba enlazando los temas uno tras otro sin importarle si eran suyos o de otro, sin miedo a apropi¨¢rselos y transformarlos. Fue una experiencia incre¨ªble porque volcaba todo en su toque. Parece mentira c¨®mo, siendo tan fr¨¢gil, daba la impresi¨®n de que iba a romper el piano¡±.
M¨¢s de una vez ocurri¨® lo contrario y era el peque?o pianista quien se romp¨ªa un hueso o un tend¨®n en uno de los bises. Conocida como ¡°huesos de cristal¡±, la enfermedad degenerativa que sufr¨ªa desde su nacimiento no dejaba de torturarlo, entre lesiones y dolores continuos, pero con la energ¨ªa irrefrenable de su car¨¢cter, ¨¦l aprovechaba para sacar ventaja de su infortunio. Gracias a que no pod¨ªa practicar deportes ni jugar como los otros ni?os, se concentr¨® en los ensayos, alcanzando un virtuosismo asombroso. Se enamor¨® del instrumento a los cuatro a?os, al ver a Duke Ellington en la televisi¨®n y dio tanto la tabarra que sus padres le regalaron un piano de juguete. Pero el peque?o Michel, viendo que no lo hab¨ªan entendido, no par¨® hasta destrozarlo a martillazos.
Ante el teclado, las distancias frente a los dem¨¢s se difuminaban y pronto su padre y su hermano, guitarrista y bajista, no pudieron seguirle el ritmo. En el festival de Cliousclat, cerca de la casa familiar en Mont¨¦limar, el trompetista Clark Terry reclam¨® un pianista y no lo pudo creer cuando aquel chaval discapacitado que necesitaba un artilugio de madera para llegar a los pedales empez¨® a tocar. El verdadero salto lo dio en 1982, al viajar a California y conocer a Charles Lloyd. El saxofonista llevaba a?os retirado y al escuchar su pulsaci¨®n poderosa decidi¨® regresar a la m¨²sica. Otro de los pianistas que le hab¨ªan escoltado era Keith Jarrett.
A partir de ah¨ª, los ¨¦xitos se suceden y no s¨®lo en el terreno musical. Con su encanto y su buen humor, Petrucciani pose¨ªa una facilidad sorprendente para hacer amigos y conquistar mujeres. Se bajaba del taxi y, ante las escaleras del estudio, le ped¨ªa a una chica que lo subiera en brazos. Al llegar al camerino, dec¨ªa a los otros m¨²sicos: ¡°Os presento a mi novia¡±. Tocaba B¨¦same mucho o Letter Love, su impresionante balada, con cristalina lentitud, como si no quisiera terminar nunca, mientras que algunos de sus noviazgos y matrimonios fueron tan r¨¢pidos como sus escalas, quiz¨¢ porque present¨ªa que no iba a vivir mucho m¨¢s. La canadiense Marie Laure Roperch se empe?¨® en tener un hijo suyo, Alexandre, que hered¨® su baja estatura y su enfermedad, pero no su talento. Quienes tuvieron la suerte de verlo en directo dicen que al brincar sobre la banqueta para alcanzar un agudo parec¨ªa un ni?o encaramado a un piano de juguete, pero bastaba cerrar los ojos y entonces la m¨²sica lo inundaba todo.
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