Ambig¨¹edades
Uno puede amar mucho a los personajes de una novela y al mismo tiempo tratar a patadas a las personas reales que tiene cerca
La simpleza en los juicios pol¨ªticos, la bipolaridad de la filia o la fobia, el blanco y el negro, da la impresi¨®n de que se contagia a las apreciaciones est¨¦ticas. Nos quejamos de la insensibilidad de mucha gente hacia las mejores creaciones de las artes de la imaginaci¨®n, pero esa deficiencia ser¨ªa menos grave si no se correspondiera con una insensibilidad hacia los seres humanos concretos, los que quedan clasificados y borrados bajo los estereotipos de la ideolog¨ªa, de la indiferencia o del odio. Es triste que una persona no se conmueva ante el destino infortunado de un personaje de ficci¨®n, o no sea capaz de intuir las sutilezas y las ambig¨¹edades con que le dio vida su autor. Pero es m¨¢s triste todav¨ªa, y m¨¢s peligroso, y hasta aterrador, ver los extremos de indiferencia y de crueldad de los que puede ser capaz un ser humano delante del sufrimiento de otros seres como ¨¦l, solo que separados por una l¨ªnea s¨®rdida de creencia, identidad, color de cara. Hace unos d¨ªas, en este peri¨®dico, Juan Arias escrib¨ªa un art¨ªculo sobre la falta inaudita de piedad de quienes han aprovechado en Brasil la muerte de un nieto del expresidente Lula da Silva para ensa?arse a¨²n m¨¢s con ¨¦l, celebrando la muerte de un ni?o de siete a?os como un castigo de Dios y haciendo ese tipo de bromas inmundas que aqu¨ª tambi¨¦n se han puesto de moda, y que algunos imb¨¦ciles justifican apelando a la libertad de expresi¨®n y al humor.
En su art¨ªculo, Juan Arias cita a alguien que califica de psic¨®patas a las personas capaces de ese grado de sa?a. Alguna raz¨®n de fondo muy oscura tiene que haber para que los psic¨®patas sean tantas veces protagonistas de las ficciones contempor¨¢neas m¨¢s celebradas. El tipo de personaje que m¨¢s simpat¨ªa despierta es aquel que se caracteriza por no sentir compasi¨®n ninguna hacia los sufrimientos de los otros, incluidos los que ¨¦l mismo inflige.
No creo que la sensibilidad hacia las artes o la afici¨®n a las novelas garanticen por s¨ª mismas una mirada compasiva y alerta hacia los seres humanos. Uno puede amar mucho a los personajes de una novela y al mismo tiempo tratar a patadas a las personas reales que tiene cerca. Pero si el amor por las artes se corresponde con una actitud cordial hacia las personas reales, si la belleza que contemplamos en ellas nos ense?a a mirar el mundo terrenal, la educaci¨®n est¨¦tica puede volverse inseparable de un aprendizaje pr¨¢ctico de la decencia, y proveerlo a uno con facultades de conocimiento y de intuici¨®n, de flexibilidad de esp¨ªritu, que le ayuden a comprender la complejidad de cualquier vida humana, y las variedades de gradaciones y matices de la experiencia de cada uno, lo estimulante y lo inapresable de la vida real.
Algo m¨¢s tienen en com¨²n el aprendizaje de la vida y el de las artes: se aprende a lo largo de mucho tiempo, y solo poniendo mucha atenci¨®n, y siempre quedan m¨¢rgenes de incertidumbre y de ambig¨¹edad que no hace ninguna falta despejar. Cuando todo tiene que suceder muy r¨¢pido para atraer fugazmente a personas muy distra¨ªdas, las recetas ideol¨®gicas ofrecen esa ventaja que resum¨ªa inmortalmente un personaje de Woody Allen: ¡°He le¨ªdo Guerra y paz en media hora. Trata de Rusia¡±. Quien no tiene tiempo para sumergirse durante d¨ªas o semanas en una novela y formarse un juicio reflexivo sobre ella, ni para dedicar 10 minutos a mirar un cuadro, tampoco lo tendr¨¢ para fijarse en el espect¨¢culo m¨¢s cotidiano y tambi¨¦n m¨¢s misterioso que ofrece la vida, la presencia verdadera de un ser humano: para intentar comprenderlo; incluso para ponerse en su lugar, o ¡°en sus zapatos¡±, como dicen ahora algunos estilistas.
Leo novelas muy militantes escritas ahora y me da la impresi¨®n de que los personajes son portavoces de las ideas de sus autores o maniqu¨ªes articulados para la repetici¨®n de consignas. No tengo nada contra las ideas. Hay novelas magn¨ªficas que est¨¢n llenas de ellas. Pero si lo que uno quiere, respetablemente, es difundir un manifiesto, es m¨¢s pr¨¢ctico hacerlo a cara descubierta. Ni las personas ni los personajes son reales si se les reduce a categor¨ªas abstractas, a s¨ªmbolos pol¨ªticos: la novela, en s¨ª misma, es el reino de lo dudoso y lo ambiguo, no del s¨ª o no, sino del s¨ª y no y el quiz¨¢s y el qui¨¦n sabe. En la novela aprendemos que se puede estar cuerdo y al mismo tiempo mantener una extra?a lucidez parcial, que no hay esencias fijas sino estados mudables, y que dentro de cada uno de nosotros habitan multitudes.
Cuando observo ciertas faltas de sutileza o de empat¨ªa ¡ªperd¨®n por la palabra¡ª me da la impresi¨®n de que son en parte el resultado de la falta del h¨¢bito de leer buenas novelas. La novela, por definici¨®n, es plural: no cuenta lo que sucede, sino lo que le sucede a alguien; salta de lugares y de puntos de vista con la desenvoltura del Diablo Cojuelo. Casi nunca permite certezas ni juicios tajantes. Leo algunas de las cr¨ªticas negativas sobre la pel¨ªcula Roma y, dejando a un lado la libertad de opini¨®n de cada uno, me parece que proceden de la aplicaci¨®n de una rejilla o un catecismo ideol¨®gico a una obra de imaginaci¨®n que cobra toda su fuerza examinando la complejidad de experiencias vitales y de puntos de vista que se entrecruzan en una sola historia. Creo tambi¨¦n que parte de la hostilidad doctrinal que despierta la pel¨ªcula viene del resentimiento no confesado hacia su perfecci¨®n visual y narrativa. Hay almas ruines que perciben como una afrenta la belleza.
Pero lo que m¨¢s ofende de Roma es su manera de retratar la ambig¨¹edad de la vida, de los sentimientos, de las lealtades. Esa criada que es una v¨ªctima objetiva y que est¨¢ confinada en la doble marginalidad de su pobreza y su condici¨®n de ind¨ªgena siente un amor muy hondo hacia los hijos de la familia que la explota y hacia la se?ora que goza y ejerce sobre ella una posici¨®n de privilegio. Y tambi¨¦n la se?ora siente amor y gratitud hacia ella, aunque no ponga en duda las divisiones de clase de las que se beneficia, igual que los ni?os la quieren apasionadamente y no por eso se hacen preguntas sobre su condici¨®n o sobre la vida que lleva cuando no est¨¢ con ellos. Alfonso Cuar¨®n no necesita gritar contra la injusticia para hac¨¦rnosla visible. Quien no sepa o no quiera ver a las personas tal como son, dif¨ªcilmente podr¨¢ atestiguar sus vidas ni vindicar sus derechos.
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