La fil¨®sofa que prefiri¨® la ficci¨®n
El legado de la escritora irlandesa adquiere nueva relevancia a los 100 a?os de su nacimiento. Recientes ediciones de sus ensayos y novelas ayudan a comprender su reivindicaci¨®n de la literatura en un mundo dominado por la ciencia
"La literatura hace muchas cosas, la filosof¨ªa s¨®lo una¡±. Con esta concisa respuesta a una pregunta de Bryan Magee, Iris Murdoch (1919-1999) describ¨ªa la diferencia entre las dos disciplinas a las que hab¨ªa dedicado toda su vida. Fue en un programa de televisi¨®n emitido en 1977, cuando Murdoch gozaba de un prestigio intimidante, siendo calificada a menudo como ¡°la mujer m¨¢s brillante de Inglaterra¡±. Era entonces conocida sobre todo por sus novelas, pero tambi¨¦n se la respetaba en los c¨ªrculos filos¨®ficos de Oxford y Cambridge, si bien como una pensadora exc¨¦ntrica y radicalmente independiente. Su caso era y sigue siendo excepcional, puesto que hab¨ªa logrado destacar en dos ¨¢mbitos cuya confluencia es a menudo problem¨¢tica e incluso delet¨¦rea. Iris Murdoch fue, por un lado, una novelista divertid¨ªsima y, por otro, como ha dicho Martha Nussbaum, una ¡°gran fil¨®sofa moral¡±, una pensadora que se atrevi¨® a enfrentarse a los dogmas de su ¨¦poca, abriendo un peque?o camino propio en el tupido bosque de la filosof¨ªa del siglo XX. El centenario de su nacimiento, que se celebra este a?o, es una buena excusa para volver a su obra y atender otra vez a sus preguntas.
Aunque naci¨® en Dubl¨ªn, Iris Murdoch pertenec¨ªa a una familia protestante y se crio en Londres. A finales de la d¨¦cada de 1930 empez¨® a estudiar filosof¨ªa y lenguas cl¨¢sicas en Oxford, donde coincidi¨® con una brillante generaci¨®n de mujeres, como Philippa Foot, Mary Midgley o Elisabeth Anscombe, que acabar¨ªan siendo notables fil¨®sofas. En Oxford, Murdoch se relacion¨® tambi¨¦n con emigrantes jud¨ªos que hab¨ªan huido de la Alemania nazi, llegando a ser una de las disc¨ªpulas predilectas del helenista Eduard Fraenkel, que estimul¨® su competencia en griego y cuyos seminarios sobre Esquilo nunca olvid¨®. Fue tambi¨¦n en aquellos a?os cuando Murdoch empez¨® a estudiar a fondo a Plat¨®n, a cuya obra nunca dejar¨ªa de dar vueltas, sobre todo en lo relativo al concepto del bien. Su vida intelectual, por otra parte, fue tan intensa como su vida sentimental. Fascinada por los dem¨¢s, como reconoc¨ªa siempre, no se cans¨® de enamorarse de muchos hombres y de algunas mujeres, antes y despu¨¦s de su matrimonio en 1956 con el cr¨ªtico literario John Bayley, su marido hasta el final. Uno de sus amantes m¨¢s conocidos fue Elias Canetti, a quien Murdoch conoci¨® en Londres en la d¨¦cada de 1950, cuando ella empezaba a publicar sus primeras novelas y ensayos. Canetti ejerci¨® una influencia y una fascinaci¨®n demoniacas en la joven Murdoch, quien molde¨® muchos de sus tir¨¢nicos personajes masculinos ¡ªpor los que sent¨ªa una especial atracci¨®n y que protagonizan algunas de sus mejores novelas¡ª a partir de la imagen de der Dichter, como le llamaba Bayley. Quiz¨¢ por ello, Canetti, en Fiesta bajo las bombas (2003), unos esbozos autobiogr¨¢ficos publicados p¨®stumamente y que ¨¦l nunca escribi¨® para que vieran la luz, le dedic¨® a Murdoch un retrato despiadado y resentido.
Reivindic¨® la espiritualidad
sin religi¨®n y la narrativa como espacio dram¨¢tico de averiguaci¨®n moral
Otra de las magn¨¦ticas figuras masculinas que a veces se reconocen en sus personajes es la de Ludwig Witt?genstein, a quien Murdoch conoci¨® en Cambridge en 1947, cuando empez¨® a cursar un posgrado en aquella universidad, despu¨¦s de haber trabajado en B¨¦lgica y Austria para una instituci¨®n de Naciones Unidas dedicada a ayudar a personas desplazadas por la guerra. En Cambridge, Murdoch profundiz¨® en sus conocimientos de filosof¨ªa moderna y entr¨® en contacto con el grupo de amigos y disc¨ªpulos de Wittgenstein, por cuya obra sinti¨® siempre una mezcla de devoci¨®n y repulsa, algo muy propio de su temperamento intelectual, que se negaba a militar en ninguna corriente, abierta siempre a unir extremos y a admitir puntos de vista opuestos a los suyos.
Despu¨¦s de impartir filosof¨ªa durante 15 a?os en Oxford, Iris Murdoch se retir¨® de la docencia en 1963 para dedicarse casi exclusivamente a su obra. Para entonces ya hab¨ªa publicado varias novelas y algunos ensayos. Como fil¨®sofa, se hab¨ªa adentrado con valent¨ªa en los vericuetos de las distintas escuelas anglosajonas y europeas. B¨¢sicamente, Murdoch constat¨® lo que a su juicio eran tanto las insuficiencias de la filosof¨ªa anal¨ªtica como del existencialismo para dar respuesta a los interrogantes que se le formulaban en la ruina moral de la posguerra. El inter¨¦s por Plat¨®n que hab¨ªa adquirido durante sus a?os universitarios empez¨® as¨ª a ahondarse y a complicarse, gracias tambi¨¦n al descubrimiento de la obra de Simone Weil, que le proporcion¨® el vocabulario cr¨ªtico con que elaborar sus teor¨ªas acerca de la virtud y del bien en un mundo poscristiano y por tanto sin Dios. Para Murdoch, el bien es un concepto cuya trascendencia se descubre s¨®lo a trav¨¦s de la inmanencia. O dicho de un modo m¨¢s sencillo, el bien, en un mundo secularizado, es una experiencia misteriosa que cifra su valor tanto en el reconocimiento de su inutilidad como en la aceptaci¨®n de nuestra finitud. La constataci¨®n de que ¡°simplemente estamos aqu¨ª¡± es el fundamento de su ¨¦tica.
Ocurri¨®, sin embargo, que a medida que avanzaba en su investigaci¨®n, Murdoch se dio cuenta de las limitaciones de la filosof¨ªa para explorar lo que a ella le interesaba. Como dijo su amiga (y amante) Philippa Foot: ¡°Mientras que a nosotras nos interesaba el lenguaje, a Iris le incumb¨ªa la vida moral. Al final nos abandon¨®¡±. Y por eso se dedic¨® cada vez m¨¢s a la literatura, donde vio mayores posibilidades de estudiar y representar las relaciones entre individuos.
A pesar de que sus 26 novelas se describen a menudo como convencionales, Murdoch en realidad experiment¨® de un modo muy sutil y radical. Para superar los estragos de las vanguardias y evitar lo que ella llamaba la ¡°literatura neur¨®tica¡±, ensimismada, Murdoch cultiv¨® un tipo de novela de clara filiaci¨®n dram¨¢tica, con mucho di¨¢logo y estructurada por escenas, capaz de albergar a toda la variedad de nuestra condici¨®n, con un especial inter¨¦s por la experiencia amorosa. Para ello, quiso enlazar con algunos grandes novelistas del XIX ¡ªsobre todo con George Eliot, Tolst¨®i y Henry James¡ª, pero prescindiendo de la historia o la pol¨ªtica y sustituyendo esos componentes por una actualizaci¨®n velada de Shakespeare. Para Murdoch la novela era esencialmente un g¨¦nero c¨®mico en el que lo tr¨¢gico ¡ªentendido seg¨²n la acepci¨®n griega del t¨¦rmino¡ª no ten¨ªa cabida. Inspir¨¢ndose en el funcionamiento de las comedias y de los romances tard¨ªos de Shakespeare, escribi¨®, con una fecundidad inaudita y a veces contraproducente, f¨¢bulas protagonizadas por la gente de su tiempo, con la intenci¨®n de reinsertar a los individuos de las modernas democracias liberales en una nueva naturaleza moral. Sus personajes suelen vivir en Londres y son profesores, funcionarios, fil¨®sofos mal enamorados, escritores mediocres o j¨®venes extraviados. Hay siempre un mago luciferino que ejerce su poder desp¨®tico sobre los dem¨¢s; tambi¨¦n un duende, a veces un aspirante a santo, otras un ser angelical, a menudo un buf¨®n, beodo y pelmazo. Todos son sometidos a experiencias extremas ¡ªenamoramientos, p¨¦rdidas, humillaciones¡ª que ponen a prueba matrimonios y amistades. La lectura es siempre adictiva, por la habilidad de la autora para manejar la trama y aprovecharse de elementos propios del thriller o del follet¨ªn. Y en medio de esa desternillante comedia humana, Murdoch consigue abrir un espacio para la b¨²squeda de la verdad. Su imaginaci¨®n habita siempre la isla de Pr¨®spero.
En La soberan¨ªa del bien (1970), su ensayo filos¨®fico m¨¢s program¨¢tico, Murdoch dice en un momento que ¡°siempre es pertinente preguntarse acerca de un fil¨®sofo: ?de qu¨¦ tiene miedo?¡±. Ella misma se apresura a admitir luego que su propio temor estriba en descubrir que toda su especu?laci¨®n acerca del bien sea en realidad un enga?o y una ilusi¨®n. En ese sentido, sorprende comprobar c¨®mo Murdoch somete sus propias convicciones filos¨®ficas al suplicio de sus ficciones. A menudo inventa personajes con ideas parecidas a las suyas que acaban derrotados y haciendo el rid¨ªculo, poniendo de manifiesto as¨ª la fragilidad del bien y la insondable complejidad de la naturaleza humana. Como dice Charles Arrowby, el inclemente director de teatro que protagoniza El mar, el mar (1978), probablemente su mejor novela, ¡°las emociones existen realmente en el fondo de la personalidad o en la superficie. En el medio se representan¡±.
Cuando Iris Murdoch muri¨®, enferma de alzh¨¦imer, en febrero de 1999, el fil¨®sofo Charles Taylor ¡ªque hab¨ªa sido alumno suyo en Oxford¡ª escribi¨® que era ¡°imposible evaluar su contribuci¨®n. Su logro es demasiado rico y a¨²n estamos muy cerca de ¨¦l¡±. Veinte a?os despu¨¦s de su muerte, el legado de Murdoch, tanto en su vertiente filos¨®fica como novel¨ªstica, ha adquirido una relevancia inesperada. Sus reflexiones acerca de la importancia de la literatura y del arte en un mundo dominado por la ciencia, su reivindicaci¨®n de una espiritualidad sin religi¨®n o sus propuestas acerca de la virtud y la contemplaci¨®n del bien son m¨¢s concernientes y edificantes que nunca, sobre todo por la inteligencia y la autoridad con que ahora se enfrentan a la banalidad de ideas s¨®lo aparentemente similares. Y su defensa de la novela como espacio dram¨¢tico de averiguaci¨®n moral no s¨®lo sigue vigente, sino que constituye un est¨ªmulo y un ejemplo de lo que la literatura todav¨ªa puede hacer por nosotros.
Andreu Jaume es editor y traductor de 'La soberan¨ªa del bien' (Taurus), de Iris Murdoch.
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