Ciudad de almas perdidas
Ning¨²n lugar aparece tanto en el cine como Nueva York, pero pocos directores la han retratado tan bien como Marielle Heller
Hay retratos exactos; retratos de ciudades igual que de personas. Quien no conoce el original admira la verosimilitud y siente en la imaginaci¨®n el estremecimiento de una presencia cierta. Quien conoce bien el modelo y est¨¢ en condiciones de comparar se asombra de la precisi¨®n del parecido, confirmado por detalles m¨ªnimos y sutiles que no pudieron ser inventados porque constituyen la m¨¦dula misma de lo real. La paradoja del retrato es que, ateni¨¦ndose a la superficie de lo que ven los ojos, alumbra lo profundo y deja intuir lo secreto. La cara es el espejo del alma. Uno mira la cara en el retrato, o la ciudad en una narraci¨®n, en una pel¨ªcula, en una serie de fotograf¨ªas, y puede decir, como se?alando con el dedo: ¡°Es as¨ª¡±.
Yo he tenido esa sensaci¨®n viendo una pel¨ªcula, Can You Ever Forgive Me?, de Marielle Heller (estrenada en 2018, en Espa?a como?Podr¨¢s perdonarme alg¨²n d¨ªa?). Nueva York es as¨ª. Exactamente as¨ª, como se ve y se entrev¨¦ en esas im¨¢genes. Ninguna otra ciudad aparece con tanta frecuencia en el cine, y sin embargo es raro que quien la conoce con cierta profundidad la reconozca en la mayor parte de las pel¨ªculas que suceden en ella. Lo que antes difundieron las postales y ahora muestran los selfis, detr¨¢s de los primeros planos de las caras de sus protagonistas, se parece bastante no a la realidad, sino a aquel espejismo tan bien fotografiado que retrat¨® Woody Allen en Manhattan. Para bien y para mal, Nueva York es otra cosa, y quien quiera asomarse a ella har¨¢ bien en prestar atenci¨®n a esta pel¨ªcula: a los personajes principales y a cada uno de los secundarios, a las calles por las que caminan, a los apartamentos en los que viven, a las cafeter¨ªas de medio pelo y a los bares tenebrosos en los que beben. La historia se sit¨²a en 1991, y muchas cosas que exist¨ªan entonces ya han desaparecido o se han vuelto mucho m¨¢s raras que entonces. Pero lo desaparecido permite apreciar mejor lo que perdura, y la distancia temporal contiene una lecci¨®n poderosa sobre el sentido de los cambios de todos estos a?os. Ahora ser¨ªa mucho m¨¢s dif¨ªcil que una escritora sin ning¨²n ¨¦xito pudiera permitirse el alquiler de un apartamento en el Upper West Side. Ahora las esquinas que ocupaban los coffee shops de entonces, donde pod¨ªa comerse muy barato a cualquier hora y pasar la tarde distra¨ªdo con una taza de caf¨¦, se han convertido en sucursales de bancos, de empresas de telefon¨ªa, de Starbucks, de la cadena de droguer¨ªas Duane Reade. En la pel¨ªcula, el personaje interpretado con prodigiosa veracidad y talento por Melissa McCarthy frecuenta librer¨ªas entre anticuarias y de segunda mano que tienen una majestad de bibliotecas. La mayor parte de ellas han ido desapareciendo desde los primeros noventa, como las florister¨ªas y fruter¨ªas coreanas, las tiendas de cachivaches estramb¨®ticos, las papeler¨ªas, las ferreter¨ªas, todo ese ecosistema de negocios modestos que dan vida a las aceras de la ciudad y le permit¨ªan ganarse a mucha gente la vida.
Pero otras cosas no han cambiado, quiz¨¢ porque forman parte de un fondo inexpugnable, de una identidad oculta que uno no sabe c¨®mo se ha forjado. No han cambiado los superintendentes de los edificios, que son mucho m¨¢s que porteros, y que ahora igual que entonces hablan muy r¨¢pido con un acento muy fuerte, hisp¨¢nico en muchos casos, aunque tambi¨¦n balc¨¢nico o centroeuropeo: los super a los que se acude desesperadamente cuando hay una invasi¨®n de ratones o de cucarachas, los que pueden arreglarte un problema muy simple en un momento o complic¨¢rtelo sin remedio, dependiendo de su capricho o de las propinas que hayas ido teniendo la prudencia de entregarle. En edificios viejos, donde todo funciona precariamente, habitados con frecuencia por muchas personas solitarias, el super es una conexi¨®n con el mundo, y puede ser el ¨²nico ser humano con que un vecino ermita?o cruce unas palabras al cabo del d¨ªa.
Los porteros de los edificios, las cafeter¨ªas, los apartamentos sucios y atestados de cosas, con olor a comida averiada y a pis de gato, los bares de bebedores sombr¨ªos¡ forman parte de la geograf¨ªa profunda de las almas perdidas. ¡°City of broken dreams¡±, dice un personaje en un cuento de ?John Cheever que se titula as¨ª: sue?os rotos como los de esta autora de biograf¨ªas que ya no quiere leer nadie a la que se le ocurre ganar algo de dinero falsificando cartas de escritores. Es la condici¨®n de metr¨®polis de fracasos innumerables lo que define a Nueva York en muchas historias, de ficci¨®n o no, y en esta pel¨ªcula. ¡°Lo que hace Nueva York a la gente es que despierta sus expectativas¡±, escribi¨® Philip Roth. Pero no hace falta que sean expectativas muy altas para que se frustren. Y en una cultura que reverencia el ¨¦xito, cualquier indicio de fracaso provoca el mismo rechazo instintivo que la posibilidad de un contagio. Lee Israel es una escritora de cincuenta y tantos a?os que tuvo cierto ¨¦xito y luego ha dejado de tenerlo. La amabilidad g¨¦lida con que es recibida y rechazada por quienes la conocieron en mejores tiempos es tan exacta que uno mismo siente la crudeza de las patadas envueltas en buenos modales que recibe Lee. No hay alivio para la soledad ni redes de afectos que amortig¨¹en la ca¨ªda libre en la misantrop¨ªa.
Yo he visto a mujeres de cierta edad igual de perdidas por la calle, vestidas de cualquier manera, con la raya blanca en el centro del pelo sucio y mal te?ido, con un aire de infortunio que tiene mucho de naufragio, de desvar¨ªo progresivo de la soledad en una isla desierta. He visto esa luz gris de anochecer anticipado en invierno, cuando empiezan a caer o a bailar en el aire los primeros copos de una nevada que ir¨¢ arreciando seg¨²n se hace de noche. He conversado con personas as¨ª en un banco de un parque, o en una sala de espera, o en un asiento del metro; figuras herm¨¦ticas que de pronto le hablan con desenvoltura a un desconocido y unos minutos despu¨¦s ya habr¨¢n dejado de verlo.
He visitado, en edificios nobles con porteros de uniforme, apartamentos como cuevas de inaudita suciedad y desorden, almacenes de erudiciones y desperdicios acumulados durante generaciones, con cagarrutas secas de ratones y montones de peri¨®dicos sepultados en polvo y borra. He visto y he olido. En la pel¨ªcula, un operario entra en el apartamento de la escritora y sale de inmediato tap¨¢ndose las narices, huyendo del olor. Nadie que no lo haya olido de verdad puede imaginarlo.
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