Subiendo y bajando
La atm¨®sfera s¨®rdida, nocturna y opresiva del existencialismo popular de posguerra est¨¢ obsesivamente presente en ¡®El montacargas¡¯, de Fr¨¦d¨¦ric Dard
1. Montacargas
Siruela, la editorial de Ofelia Grande, sigue felizmente empe?ada en el rescate de cl¨¢sicos de la novela policiaca de la golden age. Ignoro si el ¨¦xito comercial acompa?a al entusiasmo y gusto con que las editan, aunque me temo que, dado que los aficionados a la intriga detectivesca est¨¢n hoy acostumbrados a la sobreabundancia de sadismo, morbo, perversi¨®n y gore del noir oscuro y retorcido frecuente en las novedades del g¨¦nero, estas historias casi ¡°blancas¡± en las que los asesinados sangran poco, y el sabueso/a es un tipo/a ¡°normal¡± que no tiene m¨¢s problemas personales y afectivos que resolver el crimen con la ¨²nica ayuda de su inteligencia, quiz¨¢ no despierten tanto entusiasmo lector.
Adem¨¢s de su ¡°biblioteca de cl¨¢sicos policiacos¡± ¡ªen la que pueden encontrarse buenos qui¨¦n-lo-hizo de maestros como Ngaio Marsh, Michael Innes o A.?A. Milne¡ª, Siruela publica de vez en cuando viejos ¨¦xitos policiacos en otras colecciones. Es el caso, por ejemplo, de El montacargas, publicada originalmente en 1962. Su autor, Fr¨¦d¨¦ric Dard (1921-2000), uno de los m¨¢s prol¨ªficos y populares novelistas franceses de posguerra, es mucho m¨¢s conocido por el seud¨®nimo de San-Antonio ¡ªel m¨¢s c¨¦lebre de la treintena de falsos nombres con los que firm¨® sus obras¡ª, bajo el que public¨® casi 200 novelas policiacas entre los a?os cuarenta y cincuenta del siglo XX. Fue, para entendernos, una especie de equivalente franc¨¦s (en cuanto a seguimiento popular) de nuestro Jos¨¦ Mallorqu¨ª (1913-1972), autor, entre otras muchas obras, de la serie El Coyote (editorial Molino) y de una de las menos ret¨®ricas notas de suicidio que recuerdo: ¡°No puedo m¨¢s. Me mato. En el caj¨®n de mi mesa hay cheques firmados¡±.
En cuanto a Dard, s¨®lo inferior en fecundidad productiva a su contempor¨¢neo (y rival) Simenon, era capaz de publicar cinco o seis novelas al a?o, unas m¨¢s ¡°serias¡± y trabajadas que otras. En El montacargas, cuya intriga se resuelve mediante una ingeniosa pirueta que no me perdonar¨ªa revelarles, se perciben las influencias de autores de la ¨¦poca: Simenon, Peter Cheyney, o el gran Cornell Woolrich (William Irish). Pero, sobre todo, en El montacargas est¨¢ obsesivamente presente la atm¨®sfera s¨®rdida, nocturna y opresiva del existencialismo popular de posguerra, con sus personajes torturados (¨¦l, un expresidiario; ella, una malcasada), los bistrots donde acuden las almas perdidas, las calles humedecidas por una lluvia amarga e infinita. La novela ¡ªque se lee en un par de horas¡ª fue llevada al cine por Marcel Bl¨¹wal, con dos estupendos actores que encarnaban perfectamente a los protagonistas: Robert Hossein y Lea Massari. Su final era menos acongojante que el de la novela, pero la pirueta que silencio era la misma.
2. (Des)informados
Dice Nietzsche en uno de los fragmentos (IX, 580) de Humano, demasiado humano: ¡°La ventaja de la mala memoria es que se gozan varias veces las mismas cosas buenas como si fuese la primera vez¡±. La desventaja es que con desmemoria no se aprende del sufrimiento y del error, algo que queda muy patente en estos d¨ªas preelectorales, cuando no recordamos las mentiras ya dichas por los mentirosos de siempre y los fantasmas del pasado siguen enrareciendo el ambiente del presente. Menos mal que, de vez en cuando, nos los recuerda alg¨²n telediario, de esos (m¨¢s bien pocos) en los que a¨²n no se ha completado esa desvalorizaci¨®n de la informaci¨®n tan contempor¨¢nea ¡°cuya eficacia se basa en borrar con lo que cuenta aquello que omite y, gracias al sistema de conducci¨®n y sucesi¨®n de noticias, hacer invisibles las fisuras por las que podr¨ªan emerger esas omisiones¡±.
Ese diagn¨®stico, que tomo de La m¨¢scara sobre la realidad (Alianza), un trabajo de Rafael R. Tranche acerca de los avatares de la informaci¨®n en nuestra era digital que no me canso de recomendar, me resulta patente cuando, por ejemplo, sigo telediarios como el de Pedro Piqueras en Telecinco, en el que el ¨¦nfasis en los sucesos (y mejor cuanto m¨¢s morbosos) y en lo anecd¨®tico contamina y lamina toda jerarqu¨ªa en la presentaci¨®n de las noticias, reduci¨¦ndolas a una amalgama en la que todo resulta igualmente pertinente, con lo que se minimiza y trivializa una realidad cada d¨ªa m¨¢s elusiva. El telediario, antiguo basti¨®n de informaci¨®n diaria en el medio m¨¢s seguido, es tambi¨¦n hoy parte de la industria de entretenimiento. No digo que haya que destrozar la tele a hachazos (ganas no me faltan, a veces), pero s¨ª usarla en dosis prudentes, como el alcohol o los alimentos procesados.
3. Pepesteban
Imprescindibles para todos los interesados en la vida cultural (y no solo) del Madrid de la segunda mitad del siglo XX son las ¡°memorias literarias¡± que, bajo el t¨ªtulo Ahora que recuerdo acaba de publicar Jos¨¦ Esteban en Reino de Cordelia. Jos¨¦ (aka Pepe) Esteban (Sig¨¹enza, 1935) ha sido casi todo lo que se puede ser en el mundo de la literatura y de la bohemia, desde librero, editor, cr¨ªtico y novelista (y folclorista y paremi¨®logo, como asegura la Wikipedia) hasta periodista y animador de tertulias (de aquella m¨¢s bien comunista y lejana del caf¨¦ Pelayo a la ¨²ltima de ayer en el incombustible Gij¨®n) y de revistas infinitas. Ha tenido trato, hablado, discutido y se ha emborrachado (o, al menos, achispado) con casi todos los escritores que han contado en la literatura en espa?ol durante al menos tres d¨¦cadas. Y sabe much¨ªsimo de lo que se coci¨® en aquel Madrid aparentemente monocolor, pero con fogonazos de esplendor y esperanza, de los sesenta, setenta y ochenta (con los exiliados de vuelta a casa). Conspicuo antifranquista, republicano feroz y contumaz bergaminiano con un o¨ªdo especial para el color local y an¨ªmico de Madrid, su libro, hecho de fragmentos escogidos de su memoria, es una aut¨¦ntica joya que rescata un tiempo y una ciudad en los que pod¨ªa pasar casi todo. Y vaya si pas¨®.
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