¡®GH D¨²o¡¯, m¨¢s grande que el CIS
El programa proporciona un envidiable soporte emp¨ªrico para extraer conclusiones s¨®lidas sobre la moral popular en Espa?a
?C¨®mo lo sabes?, pregunto a quien me cuenta alguna maledicencia aireada en uno de esos programas televisivos tan desprestigiados como populares. ¡°Estaba haciendo zapping y por casualidad¡¡±. Pues bien, yo he estado haciendo mucho, mucho zapping en los ¨²ltimos tres meses, coincidentes con los de emisi¨®n de GH D¨²o y, oh casualidad, han aparecido en la pantalla de mi televisi¨®n sus galas y res¨²menes diarios, alguna vez se ha colado incluso el canal GH 24 horas, y ahora traigo para vosotros algunas noticias frescas.
La telerrealidad ha sabido convertir en espect¨¢culo una honda pulsi¨®n humana: la de enjuiciar comportamientos ajenos. La ¨²nica manera de conocer los valores morales es personaliz¨¢ndolos. Odiamos o amamos a alguien en concreto, no un valor abstracto sino a su poseedor, y a golpe de aprobaci¨®n y censura de ejemplos se va moldeando nuestra educaci¨®n sentimental. Ahora bien, las personas susceptibles de juicio moral compartido est¨¢n normalmente reducidas al entorno particular, lo que limita en exceso el n¨²mero de potenciales conversadores, pero entonces los medios de comunicaci¨®n de masas subvienen esta falta y nos ofrecen profusi¨®n de ejemplos p¨²blicos y universalmente conocido: los pol¨ªticos, los famosos del entretenimiento. Nuestro apetito de adhesi¨®n y desprecio halla all¨ª materia abundante.
Pero est¨¢n demasiado dispersos: las celebrities hacen cada una su vida y no forman relato. Et voil¨¢: los encerramos en una Casa durante tres meses. Y a la unidad de espacio y de tiempo as¨ª garantizada se a?ade la unidad de acci¨®n dram¨¢tica por medio de v¨ªdeos diarios sabiamente editados que estructuran tramas para el espectador, perfilan personajes buenos y malos y potencian astutamente el conflicto que divide las opiniones. Nuestro concursante favorito est¨¢ en peligro, ?qu¨¦ pasar¨¢ ahora? Como una serie de HBO, pero mejorada: los protagonistas son reales, viejos conocidos, act¨²an en directo, se al¨ªan y repelen, nominan al adversario, superan las pruebas, ri?en, lloran, se levantan, sobreviven o mueren (expulsi¨®n) y el suspense se mantiene vivo hasta el final a la espera de lo que vote la audiencia.
Esta intensa dramatizaci¨®n excita la sed de interpretaciones sobre lo que est¨¢ ocurriendo en la Casa. Qu¨¦ decepci¨®n cuando el amigo, que cre¨ªas inteligente, simpatiza con el concursante equivocado. ?Est¨¢ ciego o qu¨¦? A falta de amigos con discernimiento, sobran debates televisivos donde se analizan las gestas de los concursantes y se suministran un surtido de interpretaciones tan variado que raro ser¨¢ que alguna no secunde la propia, con el consiguiente alivio de la insoportable tensi¨®n emocional.
?Y qu¨¦ clase de juicios se emiten en esos programas de vocaci¨®n hermen¨¦utica como S¨¢lvame diario? Sentemos un principio general. Cuanta mayor vulgaridad, mayor tendencia a la moralizaci¨®n. Est¨¢ comprobado que los entendimientos m¨¢s fr¨¢giles son los que m¨¢s recurren al serm¨®n moralizante. La vulgaridad que se exhibe en GH D¨²o es extrema, luego debemos esperar dict¨¢menes de moralidad muy subida. Pues bien, estoy en condiciones de confirmar a los lectores de este importante peri¨®dico que en efecto es as¨ª. Los juicios que los concursantes formulan unos sobre otros, los que justifican sus nominaciones, los de los colaboradores en plat¨®s y en debates, en suma, todos los juicios se fundan en principios morales. Hubiera podido uno imaginar otros criterios: el ¨¦xito, el dinero, el talento, la inteligencia, la cultura, la ideolog¨ªa, el atractivo personal, incluso el capricho. Pero no: es el bien y el mal en lucha lo ¨²nico que realmente cuenta.
?Y cu¨¢l es el estado de la moralidad de la sociedad espa?ola? Dej¨¦monos de ch¨¢charas cuando disponemos de datos. Porque en la ¨²ltima macroencuesta del CIS se entrevistaron a 16.000 personas, un n¨²mero rid¨ªculamente peque?o comparado con las 700.000 personas que votaron sobre asunto menor como la repesca de Candela, concursante expulsada pero con opciones de vuelta. El estudio del voto nos proporciona un envidiable soporte emp¨ªrico para extraer conclusiones s¨®lidas sobre la moral popular en Espa?a.
Por ahora me limitar¨¦ a adelantar cu¨¢l es la virtud moral suprema en el concurso y sin la cual ser¨ªa impensable ganarlo: la sinceridad absoluta y su habitual pareja, la autenticidad. Esta virtud, en el c¨®digo GH, exige al concursante ir de frente y decir las cosas a la cara, particularmente las desagradables. Caso de que a uno "se le caliente la boca" y regurgite un exabrupto nauseabundo, conviene pedir perd¨®n "si ha molestado a alguien" reconociendo que a veces "le pierden las formas", pero que nadie pueda decir que no va "con la verdad por delante", "su verdad", porque siempre act¨²a "de coraz¨®n" y nunca, nunca "deja de ser ¨¦l mismo".
A m¨ª siempre me ha parecido que la sinceridad es para borrachos y yo la practico solo excepcionalmente, en caso de fuerza mayor, as¨ª que me resignar¨¦ a no participar nunca en el concurso y a seguirlo solo por la tele¡cuando aparezca por casualidad en pantalla. El jueves noche estaba haciendo zapping y me enter¨¦ de que Mar¨ªa Jes¨²s, exmiss Espa?a y modelo, hab¨ªa ganado GH D¨²o. Mi sincera enhorabuena.
JAVIER GOM? LANZ?N es fil¨®sofo. El 30 de abril publica su comedia Quiero cansarme contigo (Pre-Textos)
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