Las desdichas de Francia
Hay un sentimiento de derrota y de frustraci¨®n m¨¢s que evidente en el pa¨ªs Se une ahora una profunda y estrepitosa desintegraci¨®n de la ideolog¨ªa nacional
Desde hace m¨¢s de dos d¨¦cadas, Francia est¨¢ viviendo una crisis de identidad de gran envergadura. Seguramente es un problema general que ata?e a toda Europa. En Espa?a, adquiere la forma de la desintegraci¨®n y el nacionalismo; en Francia, se desarrolla bajo el modelo del declinismo: ideolog¨ªa tributaria de la teor¨ªa de Spengler y el declinar de Occidente, que en Francia ha resucitado con una fuerza extra?a, tanto en pensadores de la derecha como de la izquierda. Demagogos de la derechona francesa como Zemmour no hacen m¨¢s que hablar del derrumbe de Francia, de su p¨¦rdida de identidad, de su deriva nihilista, ech¨¢ndole la culpa, entre otras cosas, a la laxitud con el problema de la emigraci¨®n, que estar¨ªa desgarrando de parte a parte el tejido social franc¨¦s. Miran hacia atr¨¢s, con venenosa nostalgia, y ya no ven la grandeur por ninguna parte. Es el problema de los estados m¨¢s emblem¨¢ticos de Europa: les cuenta renunciar a la soberan¨ªa, no soportan las evidencias.
Hace no tanto tiempo estuve en Inglaterra, y unos profesores de la Universidad de Londres que cenaban conmigo me hablaban del Reino Unido como si todav¨ªa fuese un imperio. Yo no sal¨ªa de mi asombro: supongo que por ah¨ª va el Brexit y todos los espejismos que arrastra con ¨¦l. Pero volvamos a Francia, donde tambi¨¦n presuntos fil¨®sofos de izquierdas como Onfray no dudan en emprender la apasionante tarea de denunciar la decadencia de Occidente. Como ya indiqu¨¦, todo suena demasiado a Spengler, pero curiosamente el nombre del pensador alem¨¢n es sistem¨¢ticamente omitido, quiz¨¢ porque no tiene buena fama. Obviamente, los autores a los que me refiero no est¨¢n inventando problemas ni hablan desde las nubes et¨¦reas de asuntos inexistentes: se hacen eco del sentir colectivo de los franceses, como los novelistas que abordan el tema, entre los que brilla sobremanera, por todas las luces medi¨¢ticas que iluminan cada una de sus novelas, Houellebecq.
En Francia hay un sentimiento de derrota y de frustraci¨®n m¨¢s que evidente, pues a la crisis econ¨®mica, que no acaba de resolverse y que tiene a muchos franceses tremendamente angustiados (las protestas de los chalecos amarillos tienen mucho que ver con la gente que no llega a fin de mes), se une ahora una profunda y estrepitosa desintegraci¨®n de la ideolog¨ªa francesa, y una preocupaci¨®n cada vez m¨¢s desestabilizadora por la identidad nacional. Ya sabr¨¢n que a un presidente se le ocurri¨® la pintoresca idea de crear un Ministerio de la Identidad para aliviar de alg¨²n modo ese problema que en Espa?a halla su cauce desbordante en el deseo de buscar las esencias de las comunidades aut¨®nomas por encima de una identidad nacional cada vez m¨¢s inconcreta.
Y bien, en medio de este berenjenal de voces que convergen y divergen, de protestas incesantes, de mentiras y verdades, de navajadas traperas y proclamaciones grotescas para volver al pasado, de desarticulaci¨®n de la izquierda, la derecha y el centro, ya solo faltaba el incendio de Notre Dame, el emblema fundamental (y casi fundacional) de la cultura francesa.
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