El rastro del leopardo lleva a Treetops
Una visita al legendario hotel arb¨®reo en el coraz¨®n de las salvajes monta?as Aberdare de Kenia
Llegu¨¦ el otro d¨ªa a Treetops, el legendario hotel arb¨®reo en el coraz¨®n de las monta?as Aberdare, en Kenia, casi por casualidad. Hab¨ªamos salido a buscar un leopardo (que es sin duda mejor plan que una rueda de prensa) para que lo retrataran tres fot¨®grafos a cual m¨¢s aventurero y fogueado, y de repente el gu¨ªa y conductor, que llevaba d¨ªas oy¨¦ndome pacientemente hablar de Treetops, tom¨® un desvi¨® en el laberinto de caminos en la maleza y nos llev¨® hasta all¨ª. Pas¨¢bamos a la saz¨®n unas jornadas de pura maravilla en las Aberdare, que no solo est¨¢n llenas de animales, incluido el esquivo bongo, y de bellezas paisaj¨ªsticas como las cataratas Karuru, un lugar en el que es f¨¢cil enamorarte, o la visi¨®n del monte Kenia all¨¢ a lo lejos coronado de nubes, sino que guardan historias sensacionales. Fueron las Aberdare uno de los baluartes principales de la rebeli¨®n del Mau Mau, la guerrilla anticolonial (que no s¨¦ c¨®mo ha llegado a ser uno de mis principales temas de conversaci¨®n con Javier Mar¨ªas), y escenario de combates durante la Emergencia. Y en estos parajes el famoso cazador James Hunter acab¨® con la carrera del as¨ª llamado ¡°el elefante furioso de las Aberdare¡±, un paquidermo hosco y resabiado que ten¨ªa aterrorizada la zona.
A mis compa?eros fot¨®grafos el que nos desvi¨¢ramos a Treetops, y sin desayunar, no les hizo ninguna gracia (¡°si estamos a leopardos estamos a leopardos¡±, sentenci¨® Fernando Moleres), pero como llevaba d¨ªas soport¨¢ndoles los empujones, los pisotones y los golpes con los teleobjetivos y el que casi se nos metiera un le¨®n en el coche en Masai Mara, tuvieron que aguantarse. Para m¨ª fue un momento irrepetible, el cumplimiento de un sue?o de infancia. Uno de los primeros recuerdos de lector que tengo es el de la historia sobre Treetops en un libro de miscel¨¢nea juvenil que era uno de mis tesoros de ni?o. Un hotel africano en un ¨¢rbol rodeado de selva y de animales salvajes es algo que te enciende para siempre la imaginaci¨®n. Que existan sitios as¨ª es lo que te hace salir de casa. La vida ha sido muy generosa conmigo y me ha permitido cumplir muchos de mis grandes anhelos (tambi¨¦n de mis temores, como el de que casi se me meta en el coche un le¨®n), pero quiz¨¢ ninguno tan simb¨®lico como llegar una h¨²meda ma?ana de lunes inesperadamente a Treetops. Que haya tenido que hacerlo con los impacientes Fernando, Cecile y Sergio, un curtido fot¨®grafo italiano penado a llevar el apellido Ramazzotti, es un peaje m¨¢s que aceptable, aunque lo suyo hubiera sido llegar con Alan Quatermain y Tarz¨¢n o con Fernando Savater y Javier Reverte.
Treetops ha cambiado mucho desde lo que contaba mi viejo libro. B¨¢sicamente porque el hotel original lo quemaron los Mau Mau en 1954 no solo al parecerles un odioso s¨ªmbolo colonial (es sabido que la reina Isabel II estaba pernoctando en sus ramas cuando muri¨® su padre y hered¨® el trono, lo que dio pie al famoso comentario de Jim Corbett, luego hablamos de ¨¦l, de que por primera vez en la historia una joven hab¨ªa subido a un ¨¢rbol princesa y hab¨ªa bajado reina), sino porque en su lucha contra los guerrilleros lo hab¨ªan utilizado como atalaya tropas de los King¡¯s African Rifles.
Treetops abri¨® como un original mirador y poco m¨¢s que una casita en un ¨¢rbol (un enorme mugumo, una higuera) en 1932, construido por el mayor Eric Sherbrooke Walker para su mujer Lady Bettie. Lo utilizaban como un aventurero complemento del hotel que pose¨ªan en la cercana poblaci¨®n de Nyeri. Inicialmente solo ten¨ªa dos habitaciones y un aire como de machan, la t¨ªpica plataforma de caza. La edificaci¨®n, y esta era su gracia, arrojaba estupendas vistas sobre una charca que frecuentaban animales de todo tipo. El lugar se puso de moda y la gente con posibles se pirraba por alojarse all¨ª y tomarse un gin-tonic o un scotch contando b¨²falos o elefantes.
El pin¨¢culo de la fama de Treetops, que ya hab¨ªa ampliado instalaciones, fue la visita en 1952 de Isabel durante una gira oficial en la que su marido Felipe de Edimburgo jug¨® un partido de polo en Nyeri y la escolta y los guardaespaldas temblaban ante la posibilidad de un ataque del Mau Mau a la pareja. Corbett, el famoso cazador de felinos devoradores de hombres en la India y que, tras jubilarse, viv¨ªa retirado en la misma Nyeri, retom¨® su rifle y acompa?¨® a la princesa a Treetops, sorprendi¨¦ndole el coraje de la chica al pasar ante unos elefantes en must, en celo, camino del hotel (lo cuenta en su ¨²ltima obra, el librito Tree Tops, Oxford, 1955, con preciosos dibujos). El viejo matador del leopardo de Rudraprayag pas¨® toda la noche en vela aferrado a su arma erigido en protector de su princesa, con la que hab¨ªa compartido la visi¨®n de dos ant¨ªlopes acu¨¢ticos (waterbuck) pele¨¢ndose sangrientamente.
Tras quemarlo el Mau Mau, ya sin la princesa dentro, y mira que les habr¨ªa gustado, Treetops fue reconstruido enfrente de su ubicaci¨®n original, respetando la idea pero aumentando la edificabilidad, por as¨ª decirlo, y dotando al complejo de mayores comodidades. Chaplin, Joan Crawford, Lord Moumbatten, Paul MacCartney y el creador de los denostados boy scouts Baden Powell (que resid¨ªa en Nyeri) se cuentan entre los visitantes del hotel, a los que desde ahora yo me sumo.
La lucha contra el Mau Mau y la caza del? peligroso elefante de las Aberdare por John Hunter sazonaban el viaje
Mi visita fue r¨¢pida pero no estuvo exenta de emociones e incluso de peligro. Apenas descendido del todo terreno en la entrada del hotel, le di la vuelta al edificio y corr¨ª hacia la gran charca frenando al instante al o¨ªr el estr¨¦pito de una manada de b¨²falos que arrancaban al galope alarmados por mi irrupci¨®n en la pl¨¢cida ma?ana. Me qued¨¦ embelesado (aunque me temblaban un poco las piernas: los b¨²falos son animales muy peligrosos) admirando la estampa de Treetops recortado contra el cielo de ?frica y mis sue?os. No s¨¦ cu¨¢nto tiempo pas¨¦ as¨ª, tratando de fijar cada detalle, hasta que los fot¨®grafos vinieron a por m¨ª. Incluso a ellos, esc¨¦pticos y descre¨ªdos por naturaleza, parec¨ªa afectarles el aura del lugar. M¨¢s a¨²n porque en un bosquecillo al lado descubrimos lo que parec¨ªa un santuario del Mau Mau del que acabaran de marcharse los hombres leopardo y el general Gatunga. Un rotundo cr¨¢neo de b¨²falo de enormes cuernos se alzaba en una especie de altar y era imposible no recordar las ceremonias de magia negra del ala m¨¢s radical del movimiento y pel¨ªculas como Simba, la lucha contra el Mau-Mau o Sangre sobre la tierra. Aunque en realidad, estad¨ªsticamente, si algo hab¨ªa que temer mucho en aquellos tiempos era ser kikuyo y toparte con las patrullas mandadas por los s¨¢dicos oficiales brit¨¢nicos conocidos como Kiboroboro, el Matador, o Warurungana, el Cosechador, que asesinaban, violaban y castraban a tutipl¨¦n (v¨¦ase Imperial reckoning, de Caroline Elkins, Heny Holt, 2005).
La exhibici¨®n de cr¨¢neos de b¨²falo continuaba en los bajos del hotel, donde se expone uno montado como trofeo y una placa en la que se indica que el ejemplar fue ?matado por un le¨®n! el 8 de abril de 1980, a la vista de los clientes. Tambi¨¦n se muestran los blanqueados huesos de un elefante. El actual Treetops es como un r¨²stico edificio de pisos chapado en madera, un mamotreto que hace tiempo que perdi¨® la gracia del hotelito con veranda en la copa de un ¨¢rbol. Pero cuando le miras las entra?as desde abajo hay un mont¨®n de postes de madera que lo sustentan como un inmenso palafito y remiten al original. En el interior, al que se accede por una serie de rampas, un esp¨ªritu rom¨¢ntico sabr¨¢ captar los recuerdos de otros tiempos, lo que queda del mobiliario antiguo, las fotos, la suite Princess Elizabeth, las ramas que se cuelan por las paredes y suelos, y, claro, las vistas a esa charca a la que sigue acudiendo la espectacular fauna africana, los elefantes, los rinocerontes, los b¨²falos... Me dijeron que hay una peque?a biblioteca que atesora libros sobre el lugar, pero no supe encontrarla: la historia se disuelve r¨¢pidamente en estas tierras. Regresamos al coche con prisas por seguir buscando nuestro leopardo, pero aunque la visita hab¨ªa sido muy breve y llegaba medio siglo tarde, yo ya ten¨ªa mi gran regalo de ?frica.
Babelia
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