El desaliento es irresponsable
El autor, expatriado en Colombia, narra su experiencia como practicante de ese g¨¦nero literario que Joseph Brodsky describi¨® como la tragicomedia del exilio
![Un hombre en la librer¨ªa La Gran Pulper¨ªa del Libro Venezolano, en Caracas.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/RBQXW7VTICIQ7JTPUS6HUE57MA.jpg?auth=60efd475be838ab4e0e32bec3c4d239573817448c1a8320a05623016b40421dc&width=414)
Dej¨¦ Venezuela en 2013. Buscaba ponerme a salvo del socialismo del siglo XXI durante al menos seis meses cada a?o, movi¨¦ndome entre dos ciudades ¡ªCaracas y Bogot¨¢¡ª que me gustan y a las que creo que tambi¨¦n les gusto. Apartarme semestralmente de la sinraz¨®n, las vociferaciones, el hampa, la violencia, la claustrofobia y el miedo, creyendo que el vaiv¨¦n pod¨ªa ser soluci¨®n.
En cuanto a la perspectiva pol¨ªtica, en marzo de aquel a?o muri¨® Hugo Ch¨¢vez y aquello no pod¨ªa ser sino una buena noticia: su muerte traer¨ªa consecuencias impredecibles hasta para los mismos chavistas. Como todo el mundo, yo tambi¨¦n pensaba que Maduro era un pasmarote que no podr¨ªa mantenerse demasiado tiempo en el poder. En fin: nada tiene m¨¢s futuro que un futuro incierto.
Proyectaba un libro de ¡°no ficci¨®n¡± sobre Venezuela, se me ofreci¨® trabajo como guionista de televisi¨®n, pronto comenc¨¦ a escribir una columna y a frecuentar la redacci¨®n de la revista El Malpensante. Lo mejor del plan era que en Bogot¨¢ ten¨ªa amigos de toda la vida y los dos millones de t¨ªtulos de la Biblioteca Luis ?ngel Arango. Nada mal para empezar.
Solo que una noche me fui a la cama como expatriado voluntario y a la ma?ana siguiente, mediando la animosidad de un narcogeneral y los usos y costumbres de la justicia bolivariana, despert¨¦ exilado pol¨ªtico, como tantos compatriotas mucho antes que yo.
En uno de sus ensayos, Joseph Brodsky observa que si la vida de un escritor en el exilio hubiera de adscribirse a un determinado g¨¦nero literario, este deber¨ªa ser el de la tragicomedia. Como yo lo veo, la parte tr¨¢gica, si bien en desiguales proporciones, nos arropa a todos los venezolanos.
La parte c¨®mica estuvo en que, no bien amaneci¨® la realidad del destierro indefinido, me convert¨ª en un caso de bloqueo escritural, enigm¨¢tica forma de embotamiento, esterilidad y par¨¢lisis imaginativa que hasta entonces hab¨ªa tenido por una supercher¨ªa esnob.
El desma?ado ¡°plan de la obra¡± contemplaba poner en relaci¨®n familias de temas que, aun siendo muy dispares entre s¨ª, explicar¨ªan nuestra particular manera de joder un pa¨ªs. Sin embargo, juntarlas inteligiblemente me result¨® sencillamente imposible. Al cabo de varias tentativas infructuosas, y sin lograr nunca sostener un ritmo de escritura, me venci¨® el des¨¢nimo.
En octubre del a?o pasado, a sus 86 a?os, muri¨® Teodoro Petkoff, prodigio de lucidez, denuedo y tenacidad, luego de a?os de prisi¨®n domiciliaria y de haber sido ignominiosamente declarado mente captus por la dictadura. Teodoro fue para m¨ª el padre que no tuve y a quien no pude enterrar.
Una noche de aquel tiempo luctuoso en que me sent¨ªa especialmente abatido, record¨¦ de pronto una m¨¢xima que a?os atr¨¢s escuch¨¦ decir al historiador mexicano Enrique Krauze. No s¨¦ por qu¨¦ la atribuyo a Heine: ¡°Perder el ¨¢nimo es irresponsable y adem¨¢s es in¨²til¡±. La record¨¦ y al instante experiment¨¦ un fuerte remez¨®n.
Acomet¨ª entonces un libro que viene resultando muy distinto al que me hab¨ªa paralizado. Desde entonces he agregado cada d¨ªa varios cientos de palabras a la vez.
No s¨¦ todav¨ªa ad¨®nde me llevar¨¢ ni cu¨¢nto valga pero el recuerdo de Teodoro, muerto sin arriar sus banderas, me ha devuelto el paso sostenido, el ¨²nico que cuadra a un escritor en el exilio.
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