?rase una vez Mario Benedetti
Era un hombre que buscaba amparo. Su voluntad era la de ser ¨²nicamente un poeta
Era un hombre que buscaba amparo. Su voluntad era la de ser ¨²nicamente un poeta. Se le cruz¨® la vida triste de Uruguay, la maldad militar, la dictadura. Perseguido por la cat¨¢strofe que mat¨® a tantos, ingres¨® en la n¨®mina mundial de los perseguidos, y ya siempre tuvo miedo. En Argentina, en Per¨², en Cuba y en Madrid.
Siempre tuvo miedo Mario Benedetti Farrugia. Le gustaba decir sus numerosos nombres propios, y a?adir el otro apellido italiano, Farrugia. Era un ni?o en busca de amparo. Hasta en el hospital se sosten¨ªa en la rabia. Era imposible que se estuviera despidiendo. Y ya no pudo m¨¢s el 17 de mayo de 2009, hizo 10 a?os ahora. Su pen¨²ltimo amparo, la Universidad de Alicante, donde est¨¢ su biblioteca, le hizo un homenaje el viernes. Hace 20 a?os, en 1999, all¨ª, cuando se pon¨ªa en marcha el Centro Mario Benedetti, ¨¦l ley¨® un poema, Zapping de siglos, que ahora suena profec¨ªa. Lo prepar¨® como un testamento de incertidumbre. ?Qu¨¦ ser¨¢ este tiempo en el que ya no voy a estar? Al morir ten¨ªa 88 a?os. Ya no sab¨ªa que hab¨ªa sido Mario Benedetti.
Pudo haber ca¨ªdo sobre ¨¦l el cielo gris del limbo que hace invisibles a los poetas muertos. Pero su fundaci¨®n en Montevideo, a cuyo mando est¨¢ su bi¨®grafa, Hortensia Campanella, se encarga de ponerle sal y fuego a la memoria de aquel hombre que parec¨ªa, dice ella: ¡°Un abuelito para mi hijo¡±. Carmen Alemany, que en Alicante acompa?¨® a Jos¨¦ Carlos Rovira y a Eva Valero en la tarea de poner en marcha el Centro Mario Benedetti, contaba el viernes que su hija lo llamaba ¡°el marido de Luz¡±. Pues Luz, su mujer, m¨¢s que su sombra fue efectivamente su luz, su amparo mayor, su compa?era. Luz muri¨® sin memoria. Cuando se fueron de Madrid, en 2003, ya Luz no escuchaba el tel¨¦fono, no sab¨ªa qu¨¦ hacer con los recados. ?l la cuidaba con una delicadeza incendiada por el aturdimiento.
Esa ma?ana del regreso definitivo a Uruguay ella se dej¨® las llaves dentro de la casa. Era la met¨¢fora de la despedida. Despu¨¦s de tantos viajes de ida y vuelta, tras el exilio y el desexilio, ya iba a ser Montevideo, de donde parti¨® huyendo, el amparo final, el salto a la esperanza y al vac¨ªo. Y las llaves se quedaron en Madrid, ya no habr¨ªa vuelta.
Palma de Mallorca, Madrid, Alicante fueron sus ¨²ltimos amparos. Y la m¨²sica de Serrat o de Viglietti. El amparo era que le hicieran caso sus amigos. Que no hubiera espinas en el pescado, que le funcionaran los aparatos del asma, que no le pusieran almendras en los platos, que hubiera urinarios cerca de sus firmas en la feria, que le salieran bien las operaciones, que no le faltaran el peri¨®dico ni los l¨¢pices, que hubiera guayaberas limpias. Que ya no hubiera m¨¢s uniformes se?al¨¢ndole la puerta o la pena de muerte. Y que Luz, su mujer, estuviera siempre.
Ella muri¨® tres a?os antes que ¨¦l. Lo vi llorar meses m¨¢s tarde. Desde su butaca miraba al aire gris de Montevideo. Escrib¨ªa haikus, hab¨ªa presentado la dimisi¨®n al diablo del tiempo. Ya qu¨¦ iba a hacer, se le hab¨ªa hecho la noche, como dice un verso argentino, en la mitad de la tarde.
Desamparado tantos a?os Mario Benedetti. La historia lo hizo desconfiar de las sombras. Entraba en los sitios como si fuera a resbalar, inquieto. Aplaudido por miles, como una estrella del rock de la poes¨ªa, siempre sinti¨® que pasar¨ªa algo atroz o incomprensible. As¨ª que buscaba amparo. Hab¨ªa en ¨¦l esa ausencia triste del perseguido que ni en la pared halla apoyo. Alicante le dio honores y calor, hasta ahora mismo, Chus Visor no para de editarle; Campanella dice que a la fundaci¨®n siguen viniendo sin cesar solicitudes para hacer de sus versos canciones y de sus novelas o relatos teatro o cine.
En Montevideo lo acogieron, de vuelta, como una leyenda que ya se iba a quedar all¨ª, en su casa donde lo ¨²nico que se mov¨ªa era la mecedora. En aquel Zapping de siglos dej¨® escrita, con la iron¨ªa que le aclaraba las ideas y los d¨ªas, su manera de ver lo que ven¨ªa: ¡°El siglo light est¨¢ a dos pasos / su locurita ya encandila / al cuervo azul lo embalsamaron / y ya no dice nunca m¨¢s¡±.
?l sobrevivi¨® nueve a?os la locurita del siglo XXI. Su biblioteca est¨¢ en Alicante, en Montevideo, en las canciones y en miles de librer¨ªas o de casas.
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