El ni?o de acero
La campa?a publicitaria que ha rodeado a la película hablaba, temerariamente, de un nuevo género
“Siempre que mi hermano y yo jugábamos a los superhéroes me obligaba a hacer de malo. Alguien tiene que hacer de malo”, escribía Joe Hill en su relato La capa, incluido en Fantasmas, la magnífica antología de historias que le sirvió de carta de presentación en el mercado editorial. En La capa, Hill integraba un relato superheroico de origen —y tránsito al lado oscuro— en el seno de una historia de iniciación (y caída) adscrita a la tradición del realismo americano, logrando un resultado extremadamente eficaz que este crítico no podía dejar de recordar mientras veía El hijo, segundo largometraje de David Yarovesky, amparado en la producción por James Gunn, cuyo hermano (Brian) y primo (Mark) firman el guión. La campa?a publicitaria que ha rodeado a la película hablaba, temerariamente, de un nuevo género —terror de superhéroes—, cuando, en realidad, la propuesta se ajusta —eso sí, de manera modélica— a unas potencialidades narrativas que la propia historieta superheroica llevaba tiempo explotando: de hecho, basta recordar que, en su origen, el mismísimo Superman fue concebido como supervillano con poderes (a su pesar) en un relato escrito por Jerry Siegel en 1933 y que la tenue distancia entre el superhéroe y su reverso maléfico fue el gran campo de batalla de la revolución conceptual que vivió el género en los ochenta.
EL HIJO
Dirección: David Yarovesky.
Intérpretes: Jackson A. Dunn, Elizabeth Banks, David Denman, Jennifer Holland.
Género: terror. Estados Unidos, 2019.
Duración: 91 minutos.
En El hijo, una humilde pareja con problemas para la concepción recibe, literalmente, un regalo (envenenado) caído del cielo: un ni?o que, en la mejor tradición de Kal-El, aterriza, a bordo de una nave/meteorito, en el campo que se extiende alrededor de su granja. Como los responsables de la película saben perfectamente hasta qué punto el espectador está bregado en los relatos de origen superheroico —y cuántas veces le han contado al advenimiento de Superman, el obvio modelo de esta relectura oscura—, una rauda y elegante elipsis a través de vídeos domésticos sitúa el relato en el territorio de la pre-adolescencia y, por tanto, del autodescubrimiento. Con un cierto aire a un joven Paul Dano, la mirada de Jackson A. Dunn parece ir calentando a fuego lento la atmósfera malsana que acabará dominando el relato.
Un epílogo parece anticipar que quizá El hijo sea el comienzo de una saga que podría darse la mano con el heterodoxo tríptico superheroico de Shyamalan, pero lo más importante es la convicción con que Yarovesky desarrolla la premisa hasta culminar en un clímax realmente perturbador.
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