Arabia Saud¨ª se proyecta a trav¨¦s de la cultura
El reino lanza un mensaje de apertura al permitir actividades de ocio hasta ahora vetadas con el pretexto del islam
Conciertos, exposiciones de arte, espect¨¢culos callejeros¡ Yedda, la segunda ciudad de Arabia Saud¨ª se llena este verano de actividades culturales y de entretenimiento habituales en otras partes del mundo, pero que en este pa¨ªs eran inimaginables hace solo dos o tres a?os. Bajo el lema Cultura y Mar, el festival Jeddah Season es parte del proyecto con el que las autoridades quieren fraguar una industria del ocio local y proyectar una nueva imagen de reino. Sin ignorar la controversia que suscita, los saud¨ªes han recibido el acontecimiento con un entusiasmo contagioso.
Un paseo por Al Balad, el casco antiguo de Yedda que la Unesco ha catalogado de patrimonio mundial, pone de relieve tanto el cambio como el deseo oficial de arraigarlo en la tradici¨®n. Sus calles y plazoletas acogen estos d¨ªas a grupos locales que interpretan m¨²sica ¨¢rabe o piezas de teatro, con gran ¨¦xito de p¨²blico. Mientras, en las galer¨ªas de arte abiertas en algunos de los edificios otomanos restaurados abundan las pinturas con retratos y siluetas femeninas. M¨²sica y representaci¨®n humana, tab¨² para las interpretaciones m¨¢s integristas del islam, estaban vedadas en Arabia Saud¨ª hasta hace nada.
Pero donde las autoridades han tirado la casa por la ventana es en el Paseo Mar¨ªtimo. A lo largo de sus 30 kil¨®metros, un sinf¨ªn de espect¨¢culos internacionales desde acr¨®batas a bailarines, pasando por experiencias culinarias, atraen cada noche a decenas de miles de saud¨ªes cuyas posibilidades de ocio eran hasta ahora muy limitadas. Apenas hace a?o y medio que se han autorizado los cines y a¨²n son pocas las salas abiertas.
¡°Nunca hab¨ªa visto la ciudad tan llena en esta ¨¦poca del a?o¡±, conf¨ªa Waleed Shwaila, un joven comentarista local, acostumbrado a que Yedda se vac¨ªe con la llegada del verano. ¡°Ahora no hay motivo para irse¡±, asegura.
Ese es el objetivo de las autoridades, que los saud¨ªes gasten m¨¢s en casa y que los millones de peregrinos que cada a?o van a La Meca, 90 kil¨®metros m¨¢s al este, se queden despu¨¦s a disfrutar de la ciudad que les sirve de punto de entrada. ¡°Queremos poner Yedda en el mapa tur¨ªstico mundial¡±, ha declarado Raed Abuzinada, el director general del festival. No se trata s¨®lo de una cuesti¨®n econ¨®mica. Cultura y ocio constituyen un importante pilar del nacionalismo impulsado como alternativa a la identidad estrictamente religiosa en la que hasta ahora se apoyaba la monarqu¨ªa.
¡°Estamos viviendo un nuevo relato¡±, explica Abdulnasser Gharem, uno de los m¨¢s relevantes artistas saud¨ªes. ¡°Tiene tres elementos: la cultura, que permite que mi familia y yo podamos disfrutar de conciertos, m¨²sica, espect¨¢culos, etc.; la participaci¨®n de la mujer, y la puesta al d¨ªa [del pa¨ªs]. Nos hemos vuelto normales, somos como los dem¨¢s¡±.
El cruce entre objetivos pol¨ªticos y arte se hace evidente en las dos exposiciones organizadas en el Palacio de Khuzam, la primera residencia en Yedda del rey Abdulaziz Ibn Saud, el fundador del moderno Estado saud¨ª, y el lugar donde se firm¨® el primer acuerdo de petr¨®leo entre el reino y Estados Unidos en 1933. Bajo el t¨ªtulo Nafta, una docena de artistas locales reflexionan sobre el impacto del oro negro en el desarrollo del pa¨ªs y sus relaciones con el mundo. En otra parte del edificio, que a¨²n no se ha terminado de restaurar, se exhibe El Palacio Rojo, una serie de v¨ªdeos, esculturas, fotogramas e instalaciones de Sultan Bin Fahd que remiten a la participaci¨®n saud¨ª en la Operaci¨®n Tormenta del Desierto, la guerra para expulsar a Irak de Kuwait en 1991.
La cr¨ªtica, cuando existe, es sutil. Nunca ofensiva. Pero el mero respaldo y promoci¨®n oficial de ambas muestras es una novedad en un pa¨ªs cuyo despertar art¨ªstico es muy reciente y que a¨²n carece de escuelas y museos de bellas artes.
¡°No hab¨ªa raz¨®n para que no tuvi¨¦ramos estas oportunidades en el pasado. Ahora los l¨ªderes han tomado la decisi¨®n¡±, asegura Shwaila, que a sus 23 a?os pertenece a esa generaci¨®n de j¨®venes (dos tercios de los 21 millones de saud¨ªes tienen menos de 30 a?os) que han abrazado la nueva direcci¨®n con entusiasmo. ¡°La sociedad es m¨¢s abierta de lo que pens¨¢bamos y m¨¢s abierta al cambio de lo que el mundo esperaba¡±, se?ala.
De hecho, sorprende la proliferaci¨®n de artistas locales surgidos de lo que parec¨ªa un desierto cultural. Incluso fuera de las galer¨ªas y exhibiciones formales, hay casetas donde j¨®venes aspirantes a pintores, incluidas muchas mujeres, ofrecen sus trabajos con la ambici¨®n de hacer carrera. Pero es sobre todo en la m¨²sica moderna donde se vive una aut¨¦ntica salida del armario.
¡°Nunca en mi vida pens¨¦ que un d¨ªa estar¨ªa en un escenario pinchando frente a un p¨²blico saud¨ª; lo hab¨ªa hecho en Egipto o en Londres, pero no cre¨ª que fuera posible aqu¨ª¡±, confiesa Hassan Ghazzawi, un exitoso dj saud¨ª que estos d¨ªas reina en White Jeddah, lo m¨¢s parecido a una discoteca que ha tenido esa ciudad del mar Rojo.
Hassan, de 33 a?os, descubri¨® la m¨²sica y las mezclas de la mano de su hermano Abbas, de 32, con el que ahora forma DishDash. Como otros apasionados de los ritmos en el Reino del Desierto, son autodidactas y forjaron su fama en ¡°eventos privados¡±, es decir, en fiestas clandestinas. Pero la ausencia de perspectivas profesionales les hizo trasladarse a Londres hace un a?o. Hasta que hace poco recibieron la llamada de la Direcci¨®n General del Entretenimiento, apodada ¡°ministerio de la diversi¨®n¡±. ¡°Esto ha cambiado mi vida¡±, admite, ¡°antes la sociedad no aceptaba que lo que hacemos fuera un trabajo de verdad, ahora somos respetados¡±.
Tal es sin duda el cambio m¨¢s significativo. Hasta ahora quienes quer¨ªan pintar o hacer m¨²sica no encontraban apoyo. De repente, ven c¨®mo con el impulso oficial llega tambi¨¦n el reconocimiento. Muchos no ocultan su sorpresa por la normalidad con la que est¨¢ sucediendo; tem¨ªan las cr¨ªticas y las protestas de los sectores m¨¢s conservadores, en especial de los cl¨¦rigos que s¨®lo dos o tres a?os atr¨¢s tachaban de anatema dichas actividades.
¡°La gente estaba esperando que se produjeran estos cambios; por eso no han causado problemas¡±, interpreta la dj Cosmicat, ¨¢lter ego de Nouf Sufyani, de 27 a?os y una de las primeras saud¨ªes en ponerse frente a la mesa de mezclas en un festival. ¡°Desde ni?a me ha apasionado la m¨²sica. Me hubiera gustado tocar el piano, pero no hab¨ªa donde aprenderlo. As¨ª que estudi¨¦ dentista, pero s¨¦ que en el futuro tendr¨¦ que elegir una de las dos carreras y me inclino por la m¨²sica¡±, conf¨ªa la v¨ªspera de pinchar en White Jeddah.
De momento, las cr¨ªticas se mantienen soterradas; apenas han aparecido algunas en las redes sociales. ¡°Los dirigentes religiosos se han quedado pasmados y nadie sabe qu¨¦ pueden estar tramando¡±, advierte un analista pol¨ªtico al que no le cuadra su silencio. Pero el descontento no es exclusivo del sector conservador. Entre los liberales, tambi¨¦n hay quien cuestiona el modelo. ¡°Se introducen exposiciones, conciertos y espect¨¢culos sin que exista el marco cultural. Debiera empezarse por la escuela. Ni siquiera tenemos facultades de Bellas Artes y s¨®lo estos d¨ªas ha abierto la primera academia de m¨²sica¡±, apunta un empresario.
Sin negar el tir¨®n popular que est¨¢ teniendo el festival en una poblaci¨®n hambrienta de actividades de ocio, la fuente critica que se gasta demasiado en marcas internacionales y recuerda el concierto de Mariah Carey (en un evento anterior). ¡°Si ganas 5.000 riales [1.250 euros], ?c¨®mo puedes gastar 2.000 en una entrada? A la gente le molesta tener que pagar un 5 % de IVA, mientras el Gobierno gasta en divertimentos. Es un despilfarro¡±, asegura.
¡°La mayor¨ªa estamos encantados. Solo los m¨¢s conservadores, o muy religiosos, ponen objeciones pero ya se acostumbrar¨¢n¡±, discrepa Samira, directora de una escuela infantil privada que disfruta con una prima y los respectivos hijos de los espect¨¢culos en el Paseo Mar¨ªtimo. ¡°No se imagina lo que esto supone para nosotros, a¨²n no damos cr¨¦dito¡±, resume.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.